El año en tres actos
Primer acto: el gobierno. De todas las políticas desarrolladas a lo largo del año por el Ejecutivo, del rosario de desaciertos, idas y venidas, anuncios o amenazas de medidas que nunca llegaron, una sola de ellas nos servirá para describir lo que se ha convertido en el portaestandarte de la performance del gobierno. La incomprensible, compulsiva y casi suicida decisión de sacar de circulación en 72 horas el billete de 100 bolívares, cuando al momento del anuncio no había arribado al país el primer billetico el nuevo cono y, además, en el mes del año en que, incluso en esta economía menguada, resulta ser el mejor momento para el comercio.
Las explicaciones que nos dieron, si no fueron falsas, al menos califican como falaces. Las interpretaciones dadas por economistas y demás analistas del país fueron, en el mejor de los casos, insuficientes. Demasiadas incongruencias, falta de información o datos y confesados faltan para armar el rompecabezas de este disparate. A la fecha nadie se explica el porqué de semejante medida. Tuvimos que vivir el umbral de un estallido social para que la decisión se revocara, se restituyera la circulación del billete de 100 y todo volviera a la misma anormalidad de pago en efectivo que tenemos al presente.
Del hecho, lo que desde nuestro punto de vista resalta, pone en evidencia y sirve para explicar al menos parte de las políticas públicas en este país, es la absoluta desconexión de los decisores públicos con la cotidianidad, con el día a día de la población.
Si algo había caracterizado al gobierno en su pasado era su correspondencia con la cultura popular. Claro que cuando la brújula fallaba, pues, había muchos recursos petroleros con los cuales paliar los errores sin necesariamente enmendarlos. Pero lo vivido con esta medida, ignorar que una parte importante y vulnerable del país se movía (y mueve) en efectivo, aunque para ello los hayan condenado a cargar en bolsas y mochilas las pacas de dinero, es el mayor acto de desapego con el país y su pobre realidad que hayamos visto de gobierno alguno.
Solo la violencia y los disturbios los hizo entrar en razón. Recibieron una explosión de realidad que increíblemente no se esperaban. Si así ocurre con lo más fácil de anticipar, qué cabe esperar para el resto de medidas no tan simples y menos cotidianas.
Si el gobierno se mantiene en la prisión de sus ideas y continúa a espaldas de la población, es de esperar que el cúmulo de desaciertos haga la crisis más ingobernable de lo que ya es. Que se repitan tan descabelladas medidas y que sus consecuencias sean realmente impredecibles. Este es el signo que aporta el gobierno para 2017: la incertidumbre.
Segundo acto: el pueblo. Nunca la población venezolana había padecido una crisis socioeconómica como la presente. Inflación y desabastecimiento se han llevado por delante cualquier indicio de calidad de vida que se haya podido tener en el pasado.
Esta gigantesca crisis se ha vivido, más que con resignación, con rabia y rechazo. No es cierto que el pueblo esté inerte frente a dificultades que inexplicablemente padece. Simplemente carece de opciones, vías de expresión o canales de resolución. El gobierno ha cerrado las vías institucionales de solución de los problemas. Depende solo de la fuerza para hacer valer su posición (cualquiera que ella sea). La población solo tiene el pecho desnudo frente a la posible represión gubernamental; por lo tanto, es irresponsable pedirle que haga algo distinto a participar legalmente en el marco de las restricciones que tenemos.
Hasta ahora la población ha sido la víctima de la política, porque la crisis económica y social es política, es de gestión pública, en primer lugar, y de imposibilidad de cambiarlas, en segundo término. Las revueltas que han ocurrido, más que un ejemplo “del despertar” que algunos profesan, son la simple llegada a situaciones límites. Se trata de la reacción espontánea de poblaciones en lugares específicos del país donde la insensatez del gestor público agrede la cotidianidad de la gente. Apostar por estas manifestaciones como opción de cambio es confiar en el triunfo de la anarquía y suponer erróneamente que del caos emergerá algo mejor
La población esta allí, consciente de lo que padece y de la necesidad de cambio. Solo espera por conducción, por la guía de quienes están llamados a generar nuevos proyectos y vías para alcanzarlos. El pueblo espera por la oposición venezolana.
Tercer acto: la Unidad. Es probable que la prueba más tangible de que la unidad de la oposición se va a mantener en el futuro fue el conjunto de desaciertos y desavenencias del pasado. A pesar de todo lo vivido, sigue unida. Maltrecha, pero unida.
Con una mayoría en la Asamblea bloqueada por un gobierno que juega peligrosamente a su propia ingobernabilidad y con una oposición regida por una meta sin estrategia, por un deseo manifiesto, más que por una realidad plausible, se llegó al final del año sin el camino y con pocos logros que mostrar. La oposición, luego del gigantesco triunfo de 2015, puede que engolosinada, anunció y prometió lo que todos los venezolanos deseaban, el final del gobierno. En seis meses, se llegó a decir, estaríamos en presencia de un nuevo gobierno. Pasó un año, no se logró, y con este desastre a cuestas el juego de la desesperanza comenzó.
El año termina en lo que ha sido un juego perder-perder, oposición y gobierno se enfrentan a 2017 con la necesidad de replantearse. Para los primeros no hay otra opción sino reinventarse; para los segundos la agenda es la misma: aferrarse al poder, por el poder en sí mismo, y seguir deseando que el país pierda los sueños y se acostumbre a la pesadilla que ellos representan.
Para este 2017 la Unidad tiene dos tareas. Primero, darle un sentido a la Asamblea Nacional. Ese poder del Estado, aunque bloqueado, tiene que servir para hacer política, para poner en evidencia la incompetencia y corruptelas, para labrar propuestas sensatas (no populistas) que seguramente se ejecutarán más tarde, pero que indicarán el nuevo camino y, por sobre todas las cosas, la Asamblea debe ser el espacio para bregar el restablecimiento de la democracia y las condiciones para ejercerla.
El segundo papel será la confrontación electoral regional. Luce casi imposible que el gobierno se libre de esta elección. La alianza opositora debe llevar sus mejores candidatos, lo más legitimados posible (primarias en casi todos lados) y especialmente blindados contra las trampas y triquiñuelas que de seguro vendrán ahora que carecen de toda popularidad, y que con ella han perdido la vergüenza democrática.
Es posible que, aunque cueste asumirlo, ha llegado el momento de dejar de pensar en el final del gobierno, para comenzar a pensar en la construcción de uno nuevo. Si 2017 es el fin adelantado de la actual administración, es casi seguro que no será producto de la acción de la oposición, sino por el desencadenamiento de hechos y situaciones que solo conocen los secretos que se esconden en los pasillos de palacio.
Alejados de las lides conspirativas, a sabiendas de que todas ellas son perjudiciales para el país, la agenda sigue siendo electoral y constitucional. No solo porque los civiles no sabemos de otras vías, sino porque, además, sigue siendo la estrategia más adecuada en razón de la tarea de reconstrucción nacional que, más temprano que tarde, deberá ser el gran objetivo de la Unidad.
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