Fin de un año terrible
En los últimos días de diciembre hice un ejercicio de memoria. Recorrí con ella muchos fines de años de los que jalonan mi ya larga existencia. Repasé las diferentes etapas de vida que recuerdo y no logré, por más esfuerzos que hice, evocar uno más desolado que este último. Repasé la década de los cuarenta, la Segunda Guerra Mundial y las dificultades de los países no beligerantes, como Venezuela, que sufrieron la escasez de bienes manufacturados. Los años cincuenta, el perezjimenismo, sin libertades políticas, pero con mucha prosperidad y seguridad. La década de los sesenta, con la libertad reconquistada, los procesos electorales y las guerrillas procastristas que ya entonces amenazaban el sistema democrático. Los años setenta de la “Gran Venezuela” o la “Venezuela saudita” y la bonanza que trajo el primer aumento significativo de los precios petroleros. La década de los ochenta y el “Viernes negro”, inicio de la crisis económica nacional que originó, por primera vez en la Venezuela petrolera, el fenómeno inflacionario y la devaluación del signo monetario. Los años noventa, la profundización de la crisis económica y política, el Caracazo y los dos intentos fallidos de golpes militares. La primera década del presente siglo, con la presidencia sin alternancia de Hugo Chávez y el “socialismo del siglo XXI”, precursor de nuestras actuales aflicciones. Ninguna de esas seis décadas evocadas, ni en sus peores momentos, iguala ni supera los trastornos que se han acumulado en estos últimos tiempos.
El año 2016, en particular, por múltiples razones, es el peor de todos: por los hijos y nietos que no están con nosotros porque se han ido a otros países buscando la seguridad, la oportunidad y la prosperidad que Venezuela no les brinda; por la dura situación económica que ha evaporado los ahorros de toda una vida austera; por la delincuencia desatada que ha convertido nuestras urbanizaciones en sórdidos guetos con garitas, barreras, vigilantes, rejas y alambradas electrificadas que resguardan nuestras casas, de las que no podemos salir tan pronto como caen las primeras sombras de la noche; por el entorno social que nos rodea, colmado de multitudes empobrecidas que hacen largas colas para comprar los pocos bienes disponibles; por las farmacias llenas de personas atribuladas que requieren medicinas que no se consiguen; por las legiones de mendigos que nos extienden las manos en el Metro y en la calle pidiendo una limosna; por las cadenas presidenciales de radio y televisión que añaden más aflicción a nuestros males y nos obligan a oprimir el botón de cambio del canal o de la frecuencia radial.
A lo anterior se añade el deterioro del sistema democrático y del orden constitucional que tanto sacrifico y sangre nos costó erigir al cabo de dos siglos de lucha permanente contra los caudillos rurales, los déspotas militares, los insurrectos de toda laya y las “revoluciones” de todo color. Luego de ese largo peregrinar, y cuando ya creíamos afianzado el Estado de Derecho, la democracia y la convivencia social, surgen del bipartidismo adeco-copeyano los bárbaros del chavismo inflamados de furor y de falsas doctrinas de redención social y echan por tierra la legalidad, la justicia y la concordia, retrayéndonos al pasado, a la Guerra Federal, con Ezequiel Zamora y la celada de Santa Inés.
Pero lo más turbador de este fin de año es la sensación de vacío que sentimos en relación con el futuro inmediato, al mañana incierto y quizás peor. El discurso mendaz y mitómano del presidente Maduro no permite entrever la posibilidad de algún cambio positivo, ninguna intención de rectificar el rumbo errado impuesto al país por Hugo Chávez desde hace dieciocho años. Mantiene firme la idea peregrina de aplicar, a como dé lugar, el modelo político del socialismo marxista descartado ya por los rusos, chinos y vietnamitas y que solo subsiste, como reliquia histórica, en Corea del Norte y en Cuba.
No sabemos cómo terminará esta historia. Pero lo que sí creemos, con suficiente convicción, es que ese proyecto no tiene posibilidades de éxito y que su fin está próximo, que no subsistirá más allá de diciembre de 2018, fecha en que concluye el mandato del presidente Maduro. Y es así por una razón dialéctica: los problemas creados por la “revolución bolivariana” sobrepasan la capacidad de asimilación y resolución del sistema y el pueblo venezolano no puede soportar, más allá de los límites que ya existen, la continuación y mucho menos la agravación de los mismos. Sólo un milagro podría salvar al chavismo de un desastroso final.
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