Asfixia
Las bombas lacrimógenas y las emanaciones de gas pimienta no son tan tóxicas como un país sin ley, como un Gobierno que apuesta a su clara ventaja para el ejercicio de la violencia -la del Estado y la de sus fuerzas parapoliciales, siempre impunes-, porque nuestra asfixia es continua y no hay pulmón colectivo que no se obstine de la falta de certezas, igual para los servicios básicos como para la alimentación o la salud
Mientras un motorizado donaba un poco de la gasolina de su tanque para encender las bolsas de basura que unos chamos habían atravesado en la avenida Libertador, un vendedor de agua dijo en voz alta: "Prefiero verla quemada que a alguien jorungándola buscando qué comer". Antes se habían desmontado las enormes vallas de los puentes que comunican ambos lados de la vía, usándolas como escudos para paliar los ataques civiles y policiales del chavismo. Los ciudadanos queríamos marchar hasta la Asamblea Nacional en protesta por la ruptura del orden constitucional y la ligereza con la que el poder tomó este grave evento, en una nueva demostración de desprecio por los venezolanos.
Es imposible creer que una acción tan desproporcionada, respondiera a motivos de seguridad y no al cumplimiento de la orden de Diosdado Cabello: tratar como enemigo al que disiente, citando una vez más el Decreto de guerra a muerte. El Gobierno nos asfixió por protestar y aunque los ciudadanos retrocedimos varias veces, la PNB y la Guardia Nacional también tuvieron que hacerlo, a pesar de la clara ventaja instrumental que poseían. Hay pequeñas victorias colectivas que no se olvidan, así duren pocos minutos.
El nivel de indignación reunió a un amplio grupo de ciudadanos y, contrario a la apuesta gubernamental, que estimó que al agredir a autoridades y periodistas podrían desmovilizarnos, el registro de estos abusos movió a más personas, pero además, el aliento que representa el compromiso de un importante grupo de naciones en denunciar nuestras circunstancias, mueve y moverá a más personas, no hay propaganda que amaine el efecto de la represión, porque la violencia de Estado no calza en democracia y a la par, han perdido mucho apoyo, local y foráneo.
Desde un par de edificios de la Misión Vivienda nos lanzaron botellas y ladrillos. La agresión se minimizó por dos motivos: el grupo de agresores jamás creció y sus propios vecinos les lanzaron agua para contrarrestar su violencia. Protestar es un derecho y su ejercicio no entrevera violencia aunque así se empeñen en narrarlo. Criminalizar la protesta es una causa perdida.
Las bombas lacrimógenas y las emanaciones de gas pimienta no son tan tóxicas como un país sin ley, como un Gobierno que apuesta a su clara ventaja para el ejercicio de la violencia -la del Estado y la de sus fuerzas parapoliciales, siempre impunes-, porque nuestra asfixia es continua y no hay pulmón colectivo que no se obstine de la falta de certezas, igual para los servicios básicos como para la alimentación o la salud. El chavismo nos ha estrangulado en tantos flancos simultáneos, que hemos aprendido a lidiar con el sofoco, pero plenamente conscientes de que ahogados, no podemos vivir.
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