Fe de muerte
La lápida de Miguel Castillo materializa el rostro más reciente de la represión del gobierno contra las manifestaciones opositoras
Miguel Fernando Castillo Bracho salió el miércoles a protestar como tantos otros ciudadanos que ya hemos incluido marchas y actividades cívicas en nuestras rutinas semanales. Salió a manifestar, pacíficamente, por Las Mercedes y en horas de la tarde se encontró con la lotería podrida de la fatalidad, ese proyectil que le quitó la vida.
Varias ciudades y pueblos del país dejan evidencia de hechos similares casi a diario, reportes de heridos y muertos que no cesan, así como las detenciones arbitrarias que ahora quedan “envenenadas” cuando las realizan las autoridades involucradas en el llamado Plan Zamora. (El veneno, exabrupto harto denunciado, consiste en enviar a los detenidos a tribunales militares en lugar de ser procesados por la justicia civil ordinaria.)
La semana pasada escribíamos los nombres de Pernalete o Cañizales como mártires de aquellos días, un reporte penoso que no cesa cuando debemos “actualizar la lista” al final de cada jornada. Lamentablemente solemos encontrar datos de personas cercanas en los mismos “partes de guerra”, algún familiar, amigo, vecino o colega, como el caso de Castillo, que redoblan nuestro dolor, la fuerza de nuestra solidaridad y también la rabia frente a las salvajes actuaciones del aparato represivo del régimen o de los llamados “colectivos”.
El mismo 10 de mayo que mataron a Miguel hubo denuncias en varios estados del país de que grupos armados (eufemísticamente llamados “colectivos”) disparaban a mansalva contra las pobladas agrupadas en manifestaciones pacíficas. Entre La Candelaria y San Bernardino, Caracas, estaba presente el Comandante General de la PNB Carlos Alfredo Pérez Ampueda y justo en su presencia se produjo un ataque donde algunos de los pistoleros llevaban puesto chalecos antibalas con las siglas del Ministerio de Interior y Justicia. La policía no reaccionó. Los colectivos trataron de dispersar la multitud –sin lograrlo- “a plomo limpio”, robaron a varias personas en su estampida de repliegue, abordaron motos apostadas en los alrededores y huyeron.
Un grupo de reporteros interpeló “en caliente” a Pérez Ampueda y sus declaraciones nos han dejado impávidos por demostrar que la PNB se sabe incapaz de controlar la anarquía: “cómo vamos a hacer, se preguntaba Pérez, cuando ellos están disparando y nosotros estamos sin armas”.
Las letras gruesas del titular de Ampueda este día fueron su condena a los colectivos, esos “vagabundos que vamos a capturar cuando veamos”, palabras que demostraron estar vacías cuando hacía minutos los malandros habían escapado en las narices de la PNB. Este hecho –y otros de similar naturaleza con tantos capítulos como para alimentar un libro- podría sustentar la hipótesis de que los colectivos son grupos paramilitares que operan como fuerzas encubiertas por el gobierno “en defensa de la revolución.” (De allí que no exista voluntad política dentro del chavismo para poner fin a sus desmanes.)
El “premio de consolación” que apresó la PNB este miércoles en La Candelaria resultó ser Sergio Contreras, un activista más bueno que el pan, cuya única arma era un megáfono para arengar a las multitudes. ¿Peligroso, verdad? En la esquina estaban los choros robando y echando plomo pero los hombres de Pérez Ampueda “se cebaron” con Contreras, vinculado por cierto a la UCAB y a la Fundación Una Mano Amiga, conocida por sus labores caritativas en el suministro de alimentos y vestimenta entre las clases desposeídas. El mundo al revés: presos los ciudadanos ejemplares mientras el hampa sigue en la calle con el moño suelto. La vejación y muerte de incontables venezolanos lo certifica.
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