Las otras víctimas
Mantener el objetivo. El tema es repetido, pero resulta necesario insistir ante la gravedad de los hechos registrados durante esta última semana. A menos que el lugar de residencia sea una burbuja de cristal, nadie duda que las protestas y la represión se han convertido en cotidianidad, que no es igual a normalidad, por la determinación indoblegable de un pueblo que ha decidido recuperar su libertad.
En esta lucha hay varios factores importantes, pero la pasión ocupa un lugar especial. Es el nutriente que alimenta la firmeza, la convicción, el compromiso y la perseverancia, pero puede tornarse muy peligrosa cuando pierde las fronteras o el objetivo. Y las principales víctimas de esta situación han sido los reporteros de los canales de televisión. Muchos no terminan de entender que ellos están haciendo el trabajo en la calle y que no tienen la última palabra sobre lo que aparece en pantalla; además, corren los mismos riesgos que los manifestantes: son golpeados, agredidos, amenazados y robados por uniformados y paramilitares. Tampoco comprenden que el responsable de la censura tiene nombre, apellido e infinitos remoquetes.
Por esos motivos, parece injusto que los jóvenes comunicadores tengan que vivir situaciones terroríficas que trascienden la ya espeluznante realidad nacional. O es que alguien con sensibilidad y criterio puede establecer diferencias entre rociar con gasolina a Bernardo Luzardo de Globovisión y el arrollamiento brutal de la estudiante de Medicina Oriana Wadskier; en el segundo caso ya hay imputación por homicidio intencional.
Vale la pena abrir un paréntesis para abordar otro argumento: “No me grabes”. En este conflicto, la irracionalidad, la indolencia y la falta de escrúpulos están perfectamente ubicadas, es decir, la misma solicitud puede hacerse sin violencia. Existe la conciencia de las implicaciones que tiene en esta coyuntura mostrar los rostros de quienes se enfrentan al aparataje represor, por lo cual apelar al sentido de la responsabilidad puede hacerse a través del diálogo.
Y hay que tener claro que los buenos superan exponencialmente a los malos. Hay un sentimiento nacional realmente conmovedor: médicos que renuncian a sus honorarios en la atención de heridos, mujeres que preparan comida para los manifestantes, viajeros que traen maletas cargadas de fármacos para donar a Salud Baruta y Salud Chacao, caballeros que construyen escudos con bidones y, frente a todos ellos, jóvenes que protagonizan una justa equiparable a la Batalla de La Victoria. Que no se desvirtúe.
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