Nadie está más preso.
No. Nadie tiene más tiempo preso, nadie ha sido más torturado, nadie está más enfermo ni más hambriento, que la nación
Sí. Tenemos muchos presos políticos. Ya no sé cuántos. Muchos de nosotros no tenemos soporte emocional para repasar cada una de sus desoladoras historias. Pienso con más frecuencia en ellos desde que la Fiscal General de la República denunció la ruptura del orden constitucional, el 31 de marzo pasado, obligándonos a invocar el artículo 333 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Pienso, sobre todo, en los que nunca se han mencionado. En aquellos cuyos familiares no tienen acceso a medios, líderes partidistas o influenciadores de redes sociales; en aquellos que optaron por el silencio tras las amenazas de sus cancerberos: en quienes eligieron no publicitar su caso para no ser usados como propaganda o bien porque valoraron más su privacidad o por otras razones personalísimas que no puedo conocer pero que respeto igual.
También pienso en aquellos cuya aprehensión acepté en su momento con prudencia porque a primera vista, a pesar de la desinformación reinante y de la poca confianza en los voceros, consideré que quizás la detención sí era procedente. Hoy, hasta esos son presos políticos porque son víctimas de violación del debido proceso: derecho a un juez imparcial y predeterminado exclusivamente por la ley, derecho a un abogado que los represente, a un esquema de juicio que excluya trámites distintos a los legales y a una sentencia que sólo contenga delitos y penas establecidos en las leyes, garantizando en todo momento los derechos humanos.
Se denuncian mucho estas violaciones y se explica poco que el debido proceso no sólo interesa a las personas involucradas sino a todos y cada uno de los habitantes del país -es decir, a la nación- puesto que de ello depende buena parte de la paz social. ¿Por qué? Porque en el Pacto Social cedemos, entre otras cosas, la administración de justicia a quienes damos el poder, así que cada violación del debido proceso hiere la pretensión de justicia que tenemos como sociedad, resquebrajando nuestra confianza hasta convertirla en repudio y desconocimiento de la legitimidad de quienes la aplican, cuando la herida es mortal.
También pienso en el resto, en nosotros, quienes aún no estamos tras las rejas pero que vemos transcurrir los días con múltiples limitaciones a fin de resguardar nuestra seguridad personal; nosotros todos, afectados en nuestra salud y dignidad por las decisiones de quienes detentan el poder; nosotros, millones, que vimos esfumarse nuestros estándares de vida dedicados a luchar por la subsistencia; nosotros, cada uno, los que sufrimos el tormento de ver mermada nuestra energía para emprender acciones que engrandezcan a Venezuela en beneficio de las próximas generaciones.
No. Nadie tiene más tiempo preso, nadie ha sido más torturado, nadie está más enfermo ni más hambriento, que la nación.
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