Prohibido el futuro
Ellos, cada uno de nuestros niños muertos y jóvenes asesinados, eran el futuro del país. Eran los próximos médicos, abogados, directores de orquesta, comunicadores sociales, sociólogos, ingenieros, comerciantes, enfermeras, administradores, industriales, artesanos, ebanistas, cocineros
“No sabía que en Venezuela estaba prohibido el futuro” esta fue la frase con la que el economista Francisco Faraco arrancó nuestra acostumbrada conversación de los jueves. Llevamos más de un mes de protestas. Casi treinta días de marchas a las que el régimen y sus esbirros se empeñan en manchar de sangre y violencia. Porque a quienes están asesinando sin miramientos, con odio y sin contemplaciones, es a nuestra generación de relevo: la que se le opone y los enfrenta. A nuestros valientes muchachos de franelas blancas y gorras con la bandera de Venezuela. A unos jóvenes que salen a reclamar la vida que merecen y no conocen. Sí, coincido, con el doctor Faraco: en nuestro país, mientras sigamos gobernados por estos anarquistas, está prohibido el futuro. Porque con cada joven que el régimen y sus paramilitares asesinan, se muere el porvenir de Venezuela.
Pero, tampoco hay futuro cuando el que muere es Samuel, un niño de apenas 12 quien, durante ocho años, religiosamente, se presentó a su cita con la máquina de diálisis que lo tuvo con vida hasta que, la falta de mantenimiento de esa máquina, lo contaminó con una bacteria que se lo llevó antes de tiempo. Y a Samuel se le suma Andrés, un bebé de dos meses de nacido que hace aproximadamente quince días murió en el Clínico, de un paro respiratorio, ocasionado por desnutrición; a pesar de que los especialistas trataron de arrancarlo de los brazos de la muerte que lo acunaba. Es verdad: el futuro en Venezuela se desdibuja con las muertes prematuras provocadas por el empeño de un régimen de mantenerse, a como dé lugar, en el poder.
Ellos, cada uno de nuestros niños muertos y jóvenes asesinados, eran el futuro del país. Eran los próximos médicos, abogados, directores de orquesta, comunicadores sociales, sociólogos, ingenieros, comerciantes, enfermeras, administradores, industriales, artesanos, ebanistas, cocineros y un sinfín de oficios más que necesitamos con urgencia. Eran los reconstructores de la Venezuela desbaratada e irreconocible de estos lamentables años chavistas/maduristas fracasados.
Las balas, el hambre, la falta de medicinas están matando al futuro del país. Porque, se apaga con cada antibiótico que no se consigue a tiempo y no detiene la infección. Muere, con la escasez que fomenta la desnutrición. Desaparece, con cada delincuente o policía para quienes matar es tan normal como defecar. No es fácil pensar en el futuro cuando el día a día es tan demoledor. No es fácil actuar con normalidad cuando la incertidumbre gobierna la rutina. ¿Estará consciente este régimen de todo lo que tiene que hacer un padre y una madre para alimentar, educar, proteger y velar por la salud de sus hijos? Creo que no. Al contrario, creo que disfruta sabiendo que la canasta alimentaria, sólo la alimentaria, coquetea con los 800 mil bolívares, y el sueldo mínimo, no alcanza sino para un kilo de queso y una lonja de jamón. Y si la cifra era ya de por sí escandalosa, suena aún más exorbitante para que quienes recordamos que, antes de la reconversión monetaria, esos 800 mil lucían tres ceros adicionales a la derecha.
No es justo para las madres y padres de nuestro país que sus hijos no tengan los privilegios, ni los lujos, ni las abundancias, ni las extravagancias, ni los caprichos, ni las universidades, ni las exquisiteces, ni la seguridad que están disfrutando y viviendo –eso sí, bien lejos de Venezuela- los hijitos de los personeros de esta revolución. El país, con este régimen, disfrutó de la mayor renta petrolera jamás vista. Ingresos que hoy le pagan los estudios, los hobbies, los carros y los paseos en Francia, Australia y hasta en el Imperio, a los retoños de estos “comunistas” que, a la hora de gastar, se olvidan de ideologías, de Marx, de Fidel y se enganchan en el hombro una Louis Vuitton.
Es verdad: tenemos que llorar a nuestros muchachos muertos. Llorar a cada uno de los que, durante estos 30 días, dieron la cara y la vida en las protestas. A los que, en vez de estar en la Soborna, o haciendo equitación en Florida, o surfeando en Australia, o paseando por el Líbano o de tapas por Barcelona, murieron protestando en Guárico o en Las Mercedes. Porque con cada uno de ellos se va el futuro del país. Pero, también hay que levantarse y continuar. Es nuestra deuda con ellos. No podemos permitir que sus muertes hayan sido en vano. Tenemos que transformar este dolor en fuerza e ideas para salir adelante. Para rescatar a Venezuela de las manos de los criminales que lo tienen secuestrada. Para que tengamos el país que querían y por el que lucharon. Un país que no conocieron porque crecieron y vivieron en esta revolución que inventó Chávez y que Nicolás perfeccionó. El país por el que también salieron a protestar los jóvenes en el 2014 y en el que 44 de ellos perdieron la vida; así como otros cientos de muchachos perdieron la libertad, la alegría y la cordura.
Llevamos un mes de protestas, y los venezolanos no podemos permitir que nos arrebaten el futuro, aun cuando haya sido la orden que impartieron, mientras bailaban salsa y hablaban con vacas, desde Miraflores.
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