La sociedad solitaria…
¿qué significa en Venezuela ser ciudadano, si algo ciertamente pudiere significar? Más aún ¿existen ciudadanos o queda alguna idea común en el ser social de lo que es un ciudadano?
Siempre habrá una gran diferencia
entre someter a una multitud
y regir a una sociedad.
- –J. Rousseau:
“Del contrato social o principios del derecho político”, 1755.
Algún día de la semana pasada pensaba que una cosa es desear tener a la soledad por compañía por decisión propia lo cual, de una u otra manera, entraña la maravillosa posibilidad de compartirla con el ser o los seres que cada quien decida; lo que de suyo supone el ejercicio de un absoluto acto de liberad. Pero, por otra parte, diferente realidad es tener que cargar con ese fardo sin que la propia voluntad tenga posibilidades de decidir nada. De manera que, en el segundo caso, se está obligado a andar con esa sin-compañía al lado, buscando en otro desconocido la posibilidad de una mirada en la que se pueda reconocer un ligero amago de saludo o reconocimiento, es desear encontrar la calidez en medio del pliegue de una piel a la que jamás hemos tocado ni tocaremos. Esa es la soledad del desterrado.
Así, andando por esos mundos de Dios en la segunda circunstancia, entre Wikefield y Dupont Circle en Washington D.C., cavilaba irremediablemente en la realidad venezolana y los significados que ella misma supone; más aún, me pregunté pasando bajo u extraordinario árbol trajeado de anaranjados, amarillos y rojos, qué podría sobrevivir de nuestra particular concepción, de nuestra idea o posibilidad de ejercicio del ser ciudadano. Es decir, en estos días ¿qué significa en Venezuela ser ciudadano, si algo ciertamente pudiere significar? Más aún ¿existen ciudadanos o queda alguna idea común en el ser social de lo que es un ciudadano?
Claro, en un primer momento la respuesta fue una negativa sucesiva que arropaba a todas las dudas, traducidas en certezas. Pero, creo se debe ir más allá y preguntarse ¿por qué no? ¿Qué fue lo que se llevó ese significado y adonde fue a parar?
La historia reciente puede dar algunos aportes, quizás pistas concretas (muy concretas) sobre el desmán de las estructuras democráticas nacionales a manos de la camarilla aferrada al poder. Pero, si bien es lógico pensar que lo uno conduce a lo otro, necesitamos saber qué sucedió para que la consecuencia fuese la ruptura de los hilos que unían sociedad con ciudadanía. Y se me ocurrió recordar que una sociedad para que pueda tener posibilidades de ejercicio ciudadano y emerja una conciencia en cada individuo de su condición de tal, debe poseer un “correspondiente” de sí misma en los órganos que rigen, o pretenden regir, los destinos políticos de esa sociedad, de ese conjunto de ciudadanos. Ese “correspondiente” tiene necesariamente que reflectar los valores presentes en la sociedad, tiene que representar y salvaguardar los valores tradicionales, históricos y culturales que entretejen los fundamentos que identifican a la sociedad con ella misma y con sus integrantes; y que, además, exponen hacia “los otros” una naturaleza genérica de lo que se es y de lo que no se es.
Siendo esto así (o debiendo serlo) y recordando lo que Hannah Arendt afirma respecto del “ámbito público” en su obra “La condición humana”: es en este espacio en el cual tiene lugar lo político; es decir, los intercambios, los discursos, las renovaciones sucesivas de los acuerdos que legitiman el poder, también ocurre acá lo que la autora alemana denomina la “acción comunicativa” y claro, la acción política propiamente dicha, una de cuyas maravillosas expresiones en sistemas políticos medianamente democráticos es el Estado de Derecho que, de existir, expresa una institucionalidad que protege y salvaguarda a la sociedad, a la ciudadanía y al propio sistema político. ¿Qué tal si pensamos que esa institucionalidad (universal y abstracta por principio) es como un espejo en el cual la sociedad requiere reflejarse para tener conciencia de su condición de ciudadanía? Y podemos hasta establecer un correlación compuesta en el sentido de asegurar que: mientras más institucionalidad exista por parte de y en los órganos de un sistema político, más amplio y transparente es el espejo en el cual la sociedad tiene la certeza, confianza y seguridad de verse reflejada (representada); por lo que de suyo tal condición valida y afianza sucesivamente la condición de ciudadanía en general y del ciudadano en cada individualidad parte de este sistema político. Es como una paradoja ¿cierto? Porque si es lo contrario, la correlación es negativa. Si ese espejo es mínimo, opaco, está roto o al revés (o todo ello simultáneamente); porque la institucionalidad está relativizada y no es, por tanto, abstracta y universal o, simplemente, no existe, esa sociedad no tiene un referente en el cual reflejar su acción política y para que esta sea confiable y, más aún, respetada. Sucio, roto o volteado el espejo de la institucionalidad, la sociedad abandona su condición de ciudadanía y comienza su retirada de aquel ámbito público y abandona lo político.
Esta retirada es lo mejor que puede esperar un régimen que persigue desmantelar la institucionalidad democrática de un Estado: el abandono del espacio público - político por parte de la ciudadanía; así solo tiene que intercambiar con aislados individuos que no están en capacidad ni de representar ni de organizarse ni de reclamar la satisfacción de una Agenda Social mínima por parte de ese sistema des-institucionalizado; y ello, porque no poseen garantía alguna de que su acción pueda tener alguna consecuencia o de que ella no signifique la posibilidad de una persecución en su contra. Es como si perdiésemos y/o abandonáramos la potencialidad de ejercicio ciudadano para siempre o por un buen tiempo. Entonces, somos todos seres solitarios, aislados repito, que no poseemos posibilidad alguna de comunicar, de construir discursos, de habilitarnos para el ejercicio de lo político. Ergo esa potencialidad ha sido secuestrada por el propio sistema y trasladada al ámbito privado de los gobernantes, es decir al ámbito de los intereses particulares de quienes pretenden representar a una ciudadanía que ya no existe y a una sociedad arrinconada y abandonada a sí misma.
Entonces ¿qué parecemos? Quizás, en su soledad involuntaria: una sociedad desterrada. Más aún, una sociedad que, como aquel ser alejado pensando debajo de un gran árbol que pierde su alegría hoja a hoja; divaga solitaria, extraviada y confundida y no por decisión propia, sino por consecuencia de la fractura de la institucionalidad pública que ya no la refleja ni la representa. Esa sociedad no discurre y casi no opina; porque no desea escucharse a sí misma, porque no tiene quien la escuche; porque nadie cree ni tiene confianza en que pueda comportarse como ciudadanía; porque está equivocada y manchada con su propio fracaso; porque tiene miedo.
Pero, ¿es esto así? ¿Así termina la sociedad que parió a los libertadores del continente? Me niego, como muchos compatriotas que batallan en el día a día a aceptar este fracaso. De los fundamentos mismos de la sociedad debemos rescatar los elementos que nos definen como ciudadanos, nuestra fe en las instituciones, en la democracia, en la propia libertad ¡Que nadie venga a imponer soledades y destierros! Que ningún gorila nos arrincone eternamente. De nuestras propias raíces libertarias (y no refiero laureles lejanos) estamos llamados a construir un espejo digno en el que podamos volvernos a ver alegres y ciudadanos; con nuestros defectos sí, pero fundamentalmente con nuestras virtudes cívicas. Tenemos tradición democrática y pretenden unos y otros que la olvidemos; creemos en el voto como vía para la renovación sucesiva de los acuerdos políticos y pretenden unos y otros que lo abandonemos; hemos crecido como ciudadanos y construido partidos políticos democráticos y abiertos y unos y otros desean que nos marginemos nosotros mismos en una realidad sin organizaciones políticas, entregados a una tiranía incapaz e ineficiente.
¿Se requiere alguna prueba más de a dónde nos han conducido las actitudes que se han impuesto a la lógica de las realidades?
Es hora de dejar de ser una SOCIEDAD SOLITARIA…
WDC.
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