domingo, 4 de marzo de 2018

De sangre, fatigas, lágrimas, sudor a Lluvia, truenos, relámpagos

De sangre, fatigas, lágrimas, sudor a Lluvia, truenos, relámpagos, por Alejandro Oropeza



Autor: Alejandro Oropeza G. | @oropezag

“Los hechos reales valen más que los sueños.
Winston S. Churchill, “La Segunda Guerra Mundial” Tomo I,
Madrid: La Esfera, 2009
Confieso mi admiración hacia uno de los líderes, en mi opinión, más importantes de la historia de la humanidad en general y del Siglo XX en particular: Winston Spencer Churchill. No pocas biografías del estadista inglés me han deleitado y ocupado horas de estudio; así como sus monumentales trabajos sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Quizás, uno de los puntos que más me llama la atención es la capacidad del líder para, sobre el reconocimiento y la asunción de sus errores construir estrategias personales y políticas para su superación, para trascender sobre ellos pero, sin negarlos o desconocerlos sino siempre teniéndolos a mano como sombras a las cuales hay que guardar con cuidado, ya que ellas edifican buena parte de la historia.
En uno de los años más difíciles de no solo Inglaterra, sino de Europa: 1940, nuestro personaje ya de avanzada edad, es designado Primer Ministro e invitado por el Rey a formar gobierno. Las armas del III Reich hitleriano triunfaban sin ninguna resistencia importante en el Continente, caían estados, gobiernos, países y reinos al avance de su extraordinariamente eficiente ejército. La coalición, el Eje Berlín – Roma se protegía a sí misma las espaldas con el Pacto de Acero con la URSS de Stalin; y allá en el Pacífico, el Imperio de Japón movía sus piezas en una acción coordinada a distancia con la Alemania nazi. Peor escenario no era posible, en meses caería rendida Francia, el aliado continental y, los Estados Unidos de Norteamérica dudaban y recelaban, bajo el liderazgo de Roosevelt, de involucrarse en una lejana y muy costosa campaña bélica. En ese dramático momento accede Churchill al poder. Y es una de las piezas de oratoria más importantes de la historia su corto discurso ante el Parlamento, escasos siete u ocho minutos, al cual informa el cometido encargado por el monarca. Momento estelar para un político curtido y responsable, pero oportunidad también significativa para un demagogo: los ojos del país y el mundo mirando al centro de la historia en ese momento. Nada más fácil (y absurdo), en aquellos instantes, que ofrecer la victoria sobre los totalitarismos y el triunfo de la democracia sobre el Eje; y pensar: “luego veremos cómo se arregla el asunto”. Lo más responsable y difícil: asumir el momento y anunciar al país y al mundo lo crítica de la situación, el tiempo tenebroso que era el fundamento del futuro cercano. Entonces, ¿Qué decirle al pueblo, qué ofrecer? Erigido sobre lo decisivo del momento el estadista británico, certero anuncia: No tengo nada que ofrecer más que sangre, fatigas, lágrimas y sudor. Esa era la verdad y sobre esos recursos primordiales de una nación se convoca al trabajo hombro a hombro para edificar una victoria, que en ese momento era poco menos que imposible.
Responsabilidad, juicio y verdad le dieron la pueblo inglés y a Europa el acicate para alcanzar un triunfo, no hubo concesiones ni miradas volteadas eludiendo la realidad; no hubo mentiras ni cifras manipuladas para hacer creer que la situación era otra distinta a la padecida por el diario bombardeo de las principales ciudades de la Gran Bretaña y las otras islas y territorios integrantes del Estado. No hubo fastos para dar circo sin pan a una población que padecía la visión de la cercana e inminente invasión. Churchill afirmó que solo la “Salud moral” de toda la población, de toda; no solo del pueblo sino también de la Casa Real, el Parlamento y el Estado en general, era uno de los soportes de la victoria posible; el segundo soporte era el “Vigor marcial” es decir, la disciplina, el trabajo, el sacrificio personal y moral. Solo aplicando esos soportes sería posible levantarse y plantarse de cara a la defensa de la libertad.
El resultado, entrando en juego muchas otras variables en las realidades que sucesivamente se presentarán en los años posteriores, la rendición incondicional del III Reich el 8 de mayo de 1945.
Un estadista sensato asume el momento crítico como plataforma y oportunidad para proyectarse a la historia y avanzar con la realidad de la mano. El objetivo es orientar, guiar a un pueblo en pos de un futuro posible, asumiendo los retos, plantando cara a las dificultades y reconociendo los fracasos para, sobre ellos, generar éxitos y posibilidades de satisfacción de necesidades y desafíos en el tiempo. El momento crítico no es posible ocultarlo, porque su impacto no se borra con un discursito demagogo ni creando ilusiones y fantasmas para ocultar la propia incapacidad y la indolencia política para trabajar en pos de un futuro mejor, posible, cierto. La acción comunicativa de un líder juicioso no puede tener por finalidad crear utopías perdidas en los bolsillos de los aduladores de palacio y de otros, que aplauden a rabiar a cambio de un mendrugo podrido de pan arrebatado al compatriota traicionado.
Churchill en el momento más crítico del Siglo XX entendió que solo podía ofrecer: sangre, fatigas, lágrimas y sudor; pero no como endoso irresponsable al otro, sino su propia sangre, sus interminables fatigas, lágrimas y sus sudores, al lado de un pueblo, un ejército y una juventud que sucumbía ante el totalitarismo efectivo proveniente de la Alemania nazi. Es decir, lo que ofrecía era un infatigable e irrenunciable trabajo, convocando a todas las fuerzas sociales con un objetivo común y preciso: la victoria.
Pero, existen otro tipo de liderazgos, si les merece tal calificación: pretenden ser ejercidos en batallas de tarima, con enemigo etéreos y en guerras conceptuales de escritorio. Los enemigos son iguanas o cualquier otro animalito, o bien la naturaleza opuesta a los fastos de los destinos dorados extraviados en cualquier escalinata sucia; también escogen como rival a los propios compatriotas que identifican su mentira y su oportunismo demagogo. El enemigo a derrotar no se le mira de frente porque no se quiere reconocer, porque se le tiene miedo a la historia que construye la confrontación y que reclama trabajo y fatigas. Se agrede de verbo, en la seguridad del guapetón cobarde que envía a otros a dar la cara, que se resguarda en la decisión alcahueta de una institucionalidad prostituida, no se trabaja para generar una salud moral que soporte al Estado, no. Este, el Estado, es un botín para ser asaltado y usufructuado por los jerarcas y sus jala bolas ¿Dónde el rigor marcial? ¿Dónde una disciplina mínima más allá de una bota pulida y un actuar sobre seguro para masacrar a propios y extraños?
De la contundente verdad de Churchill ante su pueblo en un momento crítico de su historia, vamos a la alharaca sorda del deseo de asistir a una Cumbre de Jefes de Estado en Lima, en donde no se es bienvenido. Y ahora sí, el discurso valeroso, atrevido, osado: ¡llueva, truene o relampaguee llegaremos a Lima! ¿Quiénes llegaremos? ¿Para qué? Para reconocerse, probablemente, en ese miedo que se dice provocar en otros jefes de Estado. La lluvia, el trueno y el relámpago invocados ¿a quiénes favorecerán? ¿Tiene algún sentido su ocurrencia, más allá de un sueño merlinesco inútil y sin sentido? ¿A quién la amenaza? ¿Dónde y para qué la victoria posible? ¿Quién se rendirá otro 8 de mayo?
La sangre, la fatiga, la lágrima y el sudor son generados, exudados y derramados por hombres y mujeres reales, palpables en las calles, en los pueblos y en las ciudades de un país trabajando concertadamente ¿Quién carajo suda un trueno, llora un relámpago o sangra una lluvia?
Dijo el estadista inglés que los hechos reales tienen muchísimo más valor, precisamente por su condición de verdad, que los sueños. Ellos, los sueños pueden ser una guía para lograr un fin, no la meta en sí misma.
Tirios y troyanos sueñan más allá de los hechos reales como cimiento de sus acciones y discursos, y por eso el hundimiento de la Nación en la frustración, la mentira, la entrega de la ciudadanía y el abandono ¿Cuándo llegará el momento de asumir el reto de enfrentar la realidad sin cortapisas?: ¡Es esta! Con todos sus absurdos componentes, ilógicos, imposibles, indeseados pero absolutamente presentes; ahí, en cada carajito que se está muriendo de hambre; en cada enfermo que muere de mengua, en cada preso político que languidece tirado en el suelo húmedo y sucio de cárceles indignas, convertido en moneda de intercambio de asesinos y delincuentes. Mientras, un liderazgo carnavalesco baila en circos buscando otros aplausos e invoca fenómenos naturales para ir más allá de los Andes. Pareciera que todo confluye para el desastre, porque también a buena parte de una población hastiada se le olvidó lo que es salud moral y lo que significa una disciplina y un vigor sustentado en la responsabilidad propia para crecer con las propia herramientas de las que se dispone y las que se deben adquirir y aprender a usar sin fraudes ni trampas ni trepando sobre los hombros y las miserias de otros. Pero, también es cierto, que no hay realidad adversa que sea insuperable.
Acá en nuestra vapuleada, hasta el cansancio, Tierra de Gracia no necesitamos grandilocuencias orales de truenos, relámpagos ni lluvias inútiles ¡No! Necesitamos y requerimos un liderazgo que asuma y afronte la verdad, la realidad terrible de este momento y, solo para iniciar el camino, ofrezca eso que día a día se padece desde hace años en el país: sangres, fatigas, lágrimas y sudores; pero no para contemplar la propia tragedia, sino para que ello sea el inicio, el acicate, el punto de partida para ser la sociedad de un país que construyamos entre todos y que todos nos merecemos. El objetivo es convocar para el trabajo y la acción conjunta que de resultados concretos, no nuevas utopías y destinos dorados que nos sepultan más y más en el lodo de la vergüenza, el oprobio y la pérdida de la libertad.
Ese debe ser el principio del futuro…

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