¿Enterraremos el #CastroChavismo? Es el momento de actuar
La confrontación con el castrochavismo establece un dilema de base. O se plantea la muerte del régimen, o se le permite un proceso de mutación
Martes, mayo 14, 2019 CUBANET | Antonio G. Rodiles
LA HABANA, Cuba. – Ante la crisis que enfrenta el castrochavismo, ¿cómo actuar para sentenciar su muerte? La llamada revolución cubana ha marcado la región durante décadas con acciones que van desde incursiones militares, formación de guerrillas, trabajos de inteligencia, penetración y manejo de grupos políticos, actores sociales e intelectuales, tráfico de armas y drogas, por solo citar las más notables.
No cabe duda que el movimiento comunista ha tenido en la Isla una base de suma importancia. El menosprecio por un enemigo “pequeño” como el castrismo, por parte del mundo democrático, no es ni siquiera comparable con lo sucedido en el Afganistán de los talibanes.
Fidel Castro supo ser esa “oveja envenenada” que alguna vez mencionara en uno de sus discursos. La alianza estratégica con los soviéticos, con quienes trabajó sistemáticamente y a quienes extrajo miles de millones de rublos, fue el sello de la variante tropical del comunismo.
Venezuela pasó a ser la tabla de salvación cuando parecía que todo terminaba. Veinte años después, el remedio se está convirtiendo en una trampa. El régimen no parece tener la capacidad de sobrevivir a un enfrentamiento más estructurado, como el que está tomando lugar en Caracas.
La confrontación con el castrochavismo establece un dilema de base. O se plantea la muerte del régimen, o se le permite un proceso de mutación e inserción que implique la sobrevivencia de actores de relieve junto a estructuras del sistema, enclavados en el presunto escenario democrático.
La segunda variante es una versión de la propuesta del “Detente” de Obama, secundada por Europa. Desde el año 2009 se intentó trabajar con el castrochavismo apostando a una supuesta política a largo plazo. Las facilidades llegaron al punto de ordenar a los servicios de inteligencia norteamericanos trabajar con los de la tiranía. Se levantaron sanciones y se legitimó tanto a Castro como a Chávez y Maduro. Inmediatamente, Europa lanzó un nuevo acuerdo de colaboración con los Castro, en el cual los derechos humanos se dejaban a un lado y se aceptaba la “dictadura de partido único” y su sistema “jurídico y legal”.
La lógica del “Detente caribeño” suponía que el castrochavismo se contaminaría de las democracias y devendría en un sistema más potable dentro de la izquierda. Las estructuras totalitarias se fracturarían y las zonas “grises” terminarían preponderando. Pero la historia demostró lo contrario. Tanto en Cuba como en Venezuela los regímenes continuaron su trabajo de frenar o desmantelar las fuerzas democráticas frente a la mirada de actores internacionales pasivos.
En aquel escenario, se restó apoyo a quienes veíamos en la muerte de estos regímenes un paso necesario, mientras la balanza se inclinó a favor de quienes veían en la convivencia con supuestos agentes reformistas el camino hacia el futuro. Los regímenes continuarían reprimiendo y tomando ventaja, pero la agenda del Detente no varió.
El cambio de administración en los Estados Unidos produjo estremecimientos inmediatos. Las sanciones económicas han surtido efecto y el eje castro-chavista ha visto una aceleración de su crisis.
Curiosamente, figuras que anteriormente coquetearon o abogaron por el fracasado “Detente”, han permanecido como principales sujetos en el escenario opositor. En el caso de Venezuela, se ha promovido la idea de que un “chavismo democrático” participe en el fin de la tiranía y sea parte de una transición.
Agentes de estos regímenes pudieran ver en el famoso “puente de plata” el entorno perfecto para mutar y sobrevivir, aun después de haber cometido toda clase de abusos y violaciones. Tales sujetos serían, sin dudas, los perfectos contaminantes de cualquier proceso de construcción democrática.
La idea de que el castrismo puede ser parte de la “solución” del conflicto venezolano, indica que la lógica del deshielo continúa viva y sigue vendiéndose.
La historia ha demostrado que el renacimiento de una genuina democracia solo ocurre sobre la aniquilación de redes y dinámicas de la tiranía derrotada. Lograr el fin de estos regímenes obliga a efectivas y crecientes presiones interna y externa.
La política de sanciones recientemente aplicada constituye un paso de gran importancia, necesario, pero no suficiente. El apoyo resuelto a la oposición interna es vital. De nosotros depende trazar estrategias para encaminar a miles de compatriotas en el rompimiento de los controles del sistema y, en un futuro, evitar que este se reformule como un híbrido autoritario.
En el caso cubano no estamos recibiendo el apoyo necesario. Somos una oposición descalza en lo político y en lo económico. No obstante, el régimen calcula el peligro potencial que representamos en una sociedad cada vez más descontenta, frustrada y que abandona el miedo. Además, ha sabido aprovechar esta orfandad lanzándose contra grupos y activistas, logrando que muchos decidan abandonar la Isla. El castrismo ha secado a la oposición activa, y lo ha hecho a plena luz del día.
No habrá cambios profundos en Cuba si no hay una crisis interna, y esta dependerá de cómo la oposición dentro de Cuba pueda capitalizar el momento. Pensar que el cambio vendrá de supuestos conflictos al interior del régimen, como consecuencia de presiones externas, muestra un desconocimiento mayúsculo.
En foros internacionales también es notable la exclusión de la oposición interna. Hemos visto menguar nuestro necesario protagonismo. La aparición de una administración norteamericana fuerte ha generado, en cierto sector del exilio, la expectativa de que el cambio de régimen puede venir solo desde el exterior.
Tanto en Cuba como en Venezuela la oposición interna tiene un mapa definido, incluso con ciertas similitudes. No es difícil identificar que los grupos con tendencia a la izquierda fueron los que se alinearon con las políticas y lógicas de la administración Obama. Estos sectores se han mostrado proclives a la inclusión tanto de chavistas y el PSV, como de castristas y el PCC, en el escenario político futuro.
Resulta curioso observar cómo han sido estos grupos, ahora con variaciones en sus discursos, quienes cuentan con un mayor soporte exterior, aunque también insuficiente. Algo similar parece estar ocurriendo en Venezuela.
También debemos no descuidar el hecho de que, en algunos de estos actores, se hace visible cierto grado de antinorteamericanismo. En consecuencia, muchas veces sus decisiones están lastradas por querer mostrar cierta distancia con respecto al aliado del norte, siendo entonces en ese punto donde entran a jugar su papel los actores europeos.
Si bien el gobierno interino de Venezuela cuenta con el reconocimiento de un amplio grupo de países europeos, estos también han manifestado su oposición a una acción militar que termine con el grupo usurpador. La tan cacareada opción del diálogo, defendida desde el viejo continente, ha servido en múltiples ocasiones para proporcionarle tiempo a los tiranos.
Aumentan las acusaciones sobre altos funcionarios del chavismo que poseen cuentas en bancos europeos, sin embargo, no se ha escuchado de congelamiento o incautación de bienes o activos. La complicidad y permisividad es penosa.
El eje castrochavista enfrenta su momento más crítico. Sin sus “padres fundadores”, y en medio de una crisis que se profundiza, busca salvar un sistema corrupto y en bancarrota, consciente de que por si solo no puede lograrlo. La entrada de Rusia, con un peso considerable en el orden geopolítico, torna aún más complicado el tablero. En este escenario, las derrotas de Maduro y de otros miembros de su círculo cercano, no necesariamente pondría fin al imperio del castrochavismo en Venezuela.
Quienes deseamos la libertad debemos despojarnos de toda fantasía. Hacia lo interno, buscar y al mismo tiempo ofrecer todo el apoyo. Las alianzas firmes solo serían posibles si se establece como objetivo la muerte del castrochavismo. En el exterior será de gran importancia ampliar el círculo de aliados sin dejar de asumir que el mayor compromiso lo ha tomado el gobierno actual de los Estados Unidos. La administración Trump debería igualmente buscar sus aliados naturales internos y apostar con la vista puesta en el mediano y largo plazo.
El tiempo es una variable fundamental en esta amplia y particular ecuación. El castrochavismo sabe cómo sobrevivir al desastre. Es el momento de actuar.
No cabe duda que el movimiento comunista ha tenido en la Isla una base de suma importancia. El menosprecio por un enemigo “pequeño” como el castrismo, por parte del mundo democrático, no es ni siquiera comparable con lo sucedido en el Afganistán de los talibanes.
Fidel Castro supo ser esa “oveja envenenada” que alguna vez mencionara en uno de sus discursos. La alianza estratégica con los soviéticos, con quienes trabajó sistemáticamente y a quienes extrajo miles de millones de rublos, fue el sello de la variante tropical del comunismo.
Venezuela pasó a ser la tabla de salvación cuando parecía que todo terminaba. Veinte años después, el remedio se está convirtiendo en una trampa. El régimen no parece tener la capacidad de sobrevivir a un enfrentamiento más estructurado, como el que está tomando lugar en Caracas.
La confrontación con el castrochavismo establece un dilema de base. O se plantea la muerte del régimen, o se le permite un proceso de mutación e inserción que implique la sobrevivencia de actores de relieve junto a estructuras del sistema, enclavados en el presunto escenario democrático.
La segunda variante es una versión de la propuesta del “Detente” de Obama, secundada por Europa. Desde el año 2009 se intentó trabajar con el castrochavismo apostando a una supuesta política a largo plazo. Las facilidades llegaron al punto de ordenar a los servicios de inteligencia norteamericanos trabajar con los de la tiranía. Se levantaron sanciones y se legitimó tanto a Castro como a Chávez y Maduro. Inmediatamente, Europa lanzó un nuevo acuerdo de colaboración con los Castro, en el cual los derechos humanos se dejaban a un lado y se aceptaba la “dictadura de partido único” y su sistema “jurídico y legal”.
La lógica del “Detente caribeño” suponía que el castrochavismo se contaminaría de las democracias y devendría en un sistema más potable dentro de la izquierda. Las estructuras totalitarias se fracturarían y las zonas “grises” terminarían preponderando. Pero la historia demostró lo contrario. Tanto en Cuba como en Venezuela los regímenes continuaron su trabajo de frenar o desmantelar las fuerzas democráticas frente a la mirada de actores internacionales pasivos.
En aquel escenario, se restó apoyo a quienes veíamos en la muerte de estos regímenes un paso necesario, mientras la balanza se inclinó a favor de quienes veían en la convivencia con supuestos agentes reformistas el camino hacia el futuro. Los regímenes continuarían reprimiendo y tomando ventaja, pero la agenda del Detente no varió.
El cambio de administración en los Estados Unidos produjo estremecimientos inmediatos. Las sanciones económicas han surtido efecto y el eje castro-chavista ha visto una aceleración de su crisis.
Curiosamente, figuras que anteriormente coquetearon o abogaron por el fracasado “Detente”, han permanecido como principales sujetos en el escenario opositor. En el caso de Venezuela, se ha promovido la idea de que un “chavismo democrático” participe en el fin de la tiranía y sea parte de una transición.
Agentes de estos regímenes pudieran ver en el famoso “puente de plata” el entorno perfecto para mutar y sobrevivir, aun después de haber cometido toda clase de abusos y violaciones. Tales sujetos serían, sin dudas, los perfectos contaminantes de cualquier proceso de construcción democrática.
La idea de que el castrismo puede ser parte de la “solución” del conflicto venezolano, indica que la lógica del deshielo continúa viva y sigue vendiéndose.
La historia ha demostrado que el renacimiento de una genuina democracia solo ocurre sobre la aniquilación de redes y dinámicas de la tiranía derrotada. Lograr el fin de estos regímenes obliga a efectivas y crecientes presiones interna y externa.
La política de sanciones recientemente aplicada constituye un paso de gran importancia, necesario, pero no suficiente. El apoyo resuelto a la oposición interna es vital. De nosotros depende trazar estrategias para encaminar a miles de compatriotas en el rompimiento de los controles del sistema y, en un futuro, evitar que este se reformule como un híbrido autoritario.
En el caso cubano no estamos recibiendo el apoyo necesario. Somos una oposición descalza en lo político y en lo económico. No obstante, el régimen calcula el peligro potencial que representamos en una sociedad cada vez más descontenta, frustrada y que abandona el miedo. Además, ha sabido aprovechar esta orfandad lanzándose contra grupos y activistas, logrando que muchos decidan abandonar la Isla. El castrismo ha secado a la oposición activa, y lo ha hecho a plena luz del día.
No habrá cambios profundos en Cuba si no hay una crisis interna, y esta dependerá de cómo la oposición dentro de Cuba pueda capitalizar el momento. Pensar que el cambio vendrá de supuestos conflictos al interior del régimen, como consecuencia de presiones externas, muestra un desconocimiento mayúsculo.
En foros internacionales también es notable la exclusión de la oposición interna. Hemos visto menguar nuestro necesario protagonismo. La aparición de una administración norteamericana fuerte ha generado, en cierto sector del exilio, la expectativa de que el cambio de régimen puede venir solo desde el exterior.
Tanto en Cuba como en Venezuela la oposición interna tiene un mapa definido, incluso con ciertas similitudes. No es difícil identificar que los grupos con tendencia a la izquierda fueron los que se alinearon con las políticas y lógicas de la administración Obama. Estos sectores se han mostrado proclives a la inclusión tanto de chavistas y el PSV, como de castristas y el PCC, en el escenario político futuro.
Resulta curioso observar cómo han sido estos grupos, ahora con variaciones en sus discursos, quienes cuentan con un mayor soporte exterior, aunque también insuficiente. Algo similar parece estar ocurriendo en Venezuela.
También debemos no descuidar el hecho de que, en algunos de estos actores, se hace visible cierto grado de antinorteamericanismo. En consecuencia, muchas veces sus decisiones están lastradas por querer mostrar cierta distancia con respecto al aliado del norte, siendo entonces en ese punto donde entran a jugar su papel los actores europeos.
Si bien el gobierno interino de Venezuela cuenta con el reconocimiento de un amplio grupo de países europeos, estos también han manifestado su oposición a una acción militar que termine con el grupo usurpador. La tan cacareada opción del diálogo, defendida desde el viejo continente, ha servido en múltiples ocasiones para proporcionarle tiempo a los tiranos.
Aumentan las acusaciones sobre altos funcionarios del chavismo que poseen cuentas en bancos europeos, sin embargo, no se ha escuchado de congelamiento o incautación de bienes o activos. La complicidad y permisividad es penosa.
El eje castrochavista enfrenta su momento más crítico. Sin sus “padres fundadores”, y en medio de una crisis que se profundiza, busca salvar un sistema corrupto y en bancarrota, consciente de que por si solo no puede lograrlo. La entrada de Rusia, con un peso considerable en el orden geopolítico, torna aún más complicado el tablero. En este escenario, las derrotas de Maduro y de otros miembros de su círculo cercano, no necesariamente pondría fin al imperio del castrochavismo en Venezuela.
Quienes deseamos la libertad debemos despojarnos de toda fantasía. Hacia lo interno, buscar y al mismo tiempo ofrecer todo el apoyo. Las alianzas firmes solo serían posibles si se establece como objetivo la muerte del castrochavismo. En el exterior será de gran importancia ampliar el círculo de aliados sin dejar de asumir que el mayor compromiso lo ha tomado el gobierno actual de los Estados Unidos. La administración Trump debería igualmente buscar sus aliados naturales internos y apostar con la vista puesta en el mediano y largo plazo.
El tiempo es una variable fundamental en esta amplia y particular ecuación. El castrochavismo sabe cómo sobrevivir al desastre. Es el momento de actuar.
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