El odio es de los sentimientos más fáciles de reproducir y esparcir. El odio es el rechazo, la aversión profunda hacia algo o alguien pero también implica el deseo de causarle un daño o alguna desgracia.

Es muy peligroso emprender algún proyecto movidos por el odio o alguno de sus derivados (resentimiento, rencor, complejos, etc). Un sistema basado en ese sentimiento es aquel que difunde códigos de odio. Aquel que genera resentimientos y rencores que producen males a otros.

Los sistemas basados en el odio llegan al poder bajo la máscara de alguna reivindicación, pidiendo cambios y «justicia», pero no se conforman con obtener su reivindicación hasta que no dañan o aniquilan a quien les produce ese sentimiento, generando así mayores males que los que originaron en ellos.

No todos los movimientos de reivindicación están basados en el odio, pero todos los movimientos basados en el odio empiezan por alguna reivindicación. La diferencia es el elemento de la venganza o revancha que lleva a cabo el que está movido por el odio. A veces se ejerce la revancha en nombre de la justicia y estas se diferencian en sus formas y propósitos.

La Revolución Bolchevique, por ejemplo, levantaba banderas de una reivindicación social justa. Las condiciones de los trabajadores en esa época eran infrahumanas. Ellos llevaron a cabo una revolución movida sobre todo por el odio a todo aquel que tuviera riquezas, algún negocio, alguna fábrica; a los que ellos llamaron la burguesía. No solo buscaron despojarlos de sus bienes, sino que buscaron aniquilarlos físicamente. En los primeros 4 años de la Revolución Bolchevique el nuevo régimen soviético mató a más personas que los últimos tres zares en más de medio siglo (y los zares tampoco eran bebés de pecho).

Lo mismo pasó en la Italia de Mussolini, en la Alemania de Hitler, en la Libia de Gaddafi, en la China de Mao, entre otros. Esto no tiene que ver con las ideologías, sino con el sentimiento de odio.

Las sociedades deberían ser cautelosas de colocar gente en el poder movidas por odios. Es muy posible que causen mucha más destrucción que algún bien.

Ningún sistema basado en el odio genera una prosperidad sostenible. Cuando llegan al poder se ocupan más de la revancha y la eliminación del odiado que de concretar sus promesas y reivindicaciones. Abren el espiral del odio que necesariamente lleva a la violencia y luego se dan cuenta de que no lo pueden cerrar, ya que la violencia a su vez genera más odio, más resentimiento y se traduce en más violencia.

Los países necesitan estabilidad que solo deriva de la concordia política. Podemos pensar distinto, podemos tener distintos proyectos, podemos disentir, pero también podemos lograr acuerdos y avanzar. Podemos dirimir nuestras controversias en un marco de civilidad y justicia. Podemos prevalecer y podemos vencer al otro sin buscar su aniquilación.

Ningún movimiento basado en el odio se impone sobre otro movimiento también basado en el odio sin que a la larga hayan males mayores. Si queremos generar la concordia política necesaria para alcanzar la estabilidad que lleva al progreso, necesariamente hay que quebrar la dinámica de odio con otro tipo de respuesta. Como se hizo en la Suráfrica de Mandela, en el Chile de Aylwin y la Concertación o en la Polonia de Walesa.

Uno de los principales desencadenantes del odio son las injusticias. Cuando uno sufre una injusticia es fácil caer presa de sentimientos de odio. Sin embargo, al final quienes odian se dan cuenta de que ese mismo sentimiento les genera más daño a sí mismos de lo que los reivindica, además de darse cuenta de que el espiral del odio siempre termina donde empezó.

A mayor cantidad de injusticias, mayor cantidad de odio habrá en una sociedad. Los gobiernos deben procurar no cometer injusticias y que actores en la sociedad no las cometan para no generar odios. Una sociedad movida por el odio entre unos y otros está condenada a la violencia, la inestabilidad y el retroceso.

Algunos pensarán que este es un planteamiento inocente y que no he leído los planteamientos de Maquiavelo cuando decía que es preferible ser temido que amado. El temor, el miedo es otro de los grandes desencadenantes del odio. La gran mayoría de los temidos terminan temiendo. Y los poquísimos que han llegado hasta el final natural de sus vidas siendo temidos en el poder lo han hecho sobre la base de un gran caos, gran sufrimiento, gran pobreza y atraso en sus pueblos.

Venezuela necesita quebrar la dinámica del odio para alcanzar la estabilidad que nos lleve a la prosperidad. Seguir dando rienda suelta al espiral del odio coloca al país al borde de una situación muy peligrosa que no conviene a nadie y que puede traer consecuencias aún más desastrosas al caos que ya vivimos.

Se necesitan líderes que tengan la capacidad espiritual de sobreponerse a las heridas sin caer presa del odio. Es indispensable producir quiebres en este espiral de odio que vivimos, para generar acuerdos que permitan estabilidad política, los cambios que demanda la gente y reabrir la senda hacia un escenario civilizado de democracia y progreso.