Repasemos lo siguiente: en medio de una crisis provocada por las acciones y, en general, por la permanencia de un grupo de opresores en el poder, tal régimen dictatorial y carente de cualquier vestigio de legitimidad recurre a la manipulación de unas de por sí cuestionadas leyes para poder así confeccionarse una instancia «arbitral» a la medida de sus propios intereses e inicia, ya apercibido con la fraudulenta carta del «triunfo», el público y grotesco montaje de una farsa electoral que prolongue su engaño o, al menos, le proporcione un argumento inválido, sí, pero capaz de justificar el secuestro del poder por él perpetrado ante confundidas e ingenuas masas, no de la nación, en la que duros despertares las han menguado, sino del mundo democrático.

Si cree reconocer la trama, apreciado lector, es porque no solo hace ella referencia a los eventos que en este instante están teniendo lugar en Venezuela, sino también a lo ocurrido en varias ocasiones durante la historia reciente del país, a saber, la de buena parte de su siglo XXI (nacional)socialista que se sigue escribiendo —y reescribiendo, aunque un día se revelará diáfana en su totalidad para mostrar un horror apenas columbrado hoy—.

Por ello, hablar en estos momentos de aquellas «planas» firmas «descubiertas» por el Imparcial (!) —al que jamás retribuyó el demonio que tanto se benefició de su servilismo pero cuya muerte le obsequió la oportunidad de dar rienda suelta a su propia maldad—, de los continuos cambios de las reglas del juego «electoral» para favorecer a la misma mafia usurpadora de antes, de entonces y del después que es este infame presente, o de «irreversibles tendencias» forjadas con los universales unos y ceros que para la construcción de cualquier «realidad» sirven, parece ya innecesario dentro de una sociedad en la que las continuas puestas en escena de burdas versiones de esa mala trama han terminado por evidenciar lo que tras bastidores hace posible su reutilización. No obstante, ¿lo es?

No es un secreto que luego de la gran agitación producida por las artimañas que le permitieron a Chávez conservar el poder a costa de la pérdida de la muy discutible legitimidad con la que en un principio estuvo revestida su presidencia —por cuanto no hay que olvidar su pasado golpista—, «moderadas» e influyentes voces contribuyeron en enorme medida a «normalizar» una solapada cohabitación que por un tiempo calmó las aguas en el país, como tampoco lo es el que su sociedad, pese a su cada vez mayor depauperación y opresión, continuó también su «sosegada» marcha de la mano de estos y otros «amantes de la paz» tras cada denuncia de fraude electoral —presuntos robos de varias presidenciales e imposición de una espuria asamblea constituyente incluidos—.

En cada una de esas ocasiones, a la inicial conmoción generalizada e innumerables manifestaciones de furia en variadas formas discursivas, sobre todo en las redes sociales, siguieron masivas participaciones en intensas sesiones de «hipnosis» colectiva, para la asunción de la «paz», conducidas por algunos líderes y otros sicarios de la politiquería infiltrados por el régimen en las filas opositoras, y respaldadas por uno que otro bienintencionado pendejo con prestigio y peso dentro de la nación. El resultado: el nefasto hoy de los venezolanos.

A la luz de esa tendencia, que si bien no es irreversible, sí ha sido constante, la preocupación por un devenir aún peor que este insufrible estado de cosas es más que razonable.

No se requiere decir mucho para dirigir la atención hacia lo que está planteado en Venezuela, máxime porque la farsa se reconoce ahora como tal. La pregunta es si, sabiéndose esto, el curso de los acontecimientos posteriores a su consumación, por las actuaciones y omisiones de los venezolanos, será como los anteriores.

@MiguelCardozoM