Carlos Malamud: Las distintas lecturas del chavismo
De confirmarse tan original apreciación es evidente que sus opciones de mantenerse como partido único se verán acrecentadas. Siempre es más fácil perpetuarse bajo el paraguas protector del poder que expuestos al frío en el solitario erial de la oposición.
Ahora bien, desde la ventaja que le ofrece a Nicolás Maduro estar sentado en su trono del Palacio de Miraflores, no hay ninguna duda de que el chavismo proyecta una imagen poliédrica, incluso contradictoria. Como en el caso de su primo cercano, el peronismo, la historia del chavismo debe ser vista en toda su complejidad, excluyendo interpretaciones fáciles y sesgadas. Por ejemplo, se debe incluir en el análisis a aquellas personas o grupos inicialmente comprometidos con el proceso bolivariano y que por diversos motivos lo abandonaron. También a aquellos que eran fieles a Hugo Chávez pero que, visto lo visto, no se sienten confortables con Maduro.
Esto implica que no hay un único chavismo, ni siquiera un chavismo bueno y otro malo. Lo que sí hay, y eso es indudable, es un chavismo oficialista, alineado detrás de Maduro, que cuenta con el respaldo, por ahora, de los militares y también del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Pero, ¿qué pasa con las milicias y con los “colectivos” (los otrora círculos) bolivarianos? ¿Cuán verticales son? ¿Cuánto respetarán el mando orgánico en caso de conflicto y turbulencias?
Simultáneamente encontramos un chavismo opositor, de momento marginal pero que podría jugar un papel más importante en el futuro. Son muchos hoy, y serán muchos más mañana, los aspirantes a herederos y encarnación de Hugo Chávez. Esto sin duda será un problema para garantizar la unidad monolítica del movimiento. Pero como en Argentina, el poder es la potente argamasa que mantiene unidas partículas que en condiciones normales se repelerían. Y cuánto más poder se tenga, mejor.
Tampoco se puede olvidar que mientras esto ocurre en Venezuela, fuera, cuando se trata de hablar de la patria bolivariana, las pasiones se inflaman. Por un lado están los que ven en el chavismo la quintaesencia de la revolución socialista, del combate por la justicia social y del empoderamiento de pobres y marginados. Del otro, aquellos que sólo se centran en la vulneración de los derechos humanos y el saqueo sistemático a las riquezas del país. Partiendo de premisas tan extremas y contradictorias es difícil ponerse de acuerdo y avanzar en el diálogo.
Una voz estentórea que repetidamente sale en defensa de la Revolución Bolivariana y de su gobierno legítimo es la de Hebe Bonafini. Bonafini, que gusta aparecer tocada con su mítico pañuelo blanco, símbolo de las otrora respetadas Madres de Plaza de Mayo, ha puesto su discurso no sólo al servicio del peronismo más radicalizado (el kirchnerismo), sino que también lo ha convertido en una burda herramienta propagandística del populismo chavo madurista.
Por eso, después del fallo de la justicia británica que otorgó a Juan Guaidó el control del oro venezolano depositado en el Banco de Inglaterra, le escribió una dura carta a la Reina de Inglaterra en la que desconoce el significado de la separación de poderes, una idea que en su horizonte mental, reducido al paraíso revolucionario, parece carecer de sentido:
“Señora Reina Isabel: me atrevo a escribirle porque desde hace 43 años… mi vida entera está dedicada a los que menos tienen. En estos días me enteré que su país, que siempre fue colonialista, decidió robarle los ahorros en oro, depositados en bancos ingleses, al pueblo de Venezuela. Yo creo, mejor dicho: estoy convencida, que usted no necesita ese oro, ni tampoco el pueblo de su país… Me atrevo a decirle, de mujer del pueblo a mujer que reina: ¿No le parece un abuso de vuestra parte? Ese robo, ¿no es un atropello… Espero sepa entenderme y pueda abrir su mano que ya tiene demasiado oro y que estoy segura no necesita más”.
Con una aproximación semejante, que parte de la idea de que la Revolución Bolivariana no merece la menor crítica, ha señalado que en Venezuela “No se viola ningún derecho humano”. Y si hay presos, es “porque tienen que ponerlos presos porque son tipos que si no, te cagan a palos a vos. Y entre que estés preso vos o ellos, Maduro ha elegido que estén presos ellos”.
El argumento trata de rebatir un detallado informe de la alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, que pasa revista al enorme deterioro de los derechos humanos en Venezuela y a la responsabilidad del gobierno chavista.
Por eso critica duramente a la autora: “A Bachelet no la quiero para nada, nunca la quise, no me gusta, me parece una mujer muy hipócrita y que tiene esa tendencia militarista. Como su padre era militar, me parece que pasa por ahí. Y en vez de denunciar lo que pasa en su país, con lo que ha pasado y están pasando los chilenos: les pegaron, hay presos, desaparecidos, presos y sin ojos. Y ahí los derechos humanos dónde. Y, sin embargo, eso no lo denuncia”.
Se trata de unas declaraciones que tienen una cierta reminiscencia de aquellas otras de Jair Bolsonaro: “Parece que la gente que no tiene nada que hacer, como Michelle Bachelet, va para la silla de derechos humanos de la ONU”.
Todo esto nos lleva a unas palabras del expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, en las que manifestaba que “el chavismo es una realidad política”. En consonancia con esta afirmación termina abogando por una salida “electoral y democrática” para Venezuela y con la esperanza de que la mayoría de la oposición participe en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Ante eso señala, con razón, que los comicios deben celebrarse “con todas las garantías”, aunque no puede evitar salir en defensa de un gobierno, que “es el que es” y del que además, como factor de legitimidad, recuerda sus éxitos electorales.
Sin embargo, Rodríguez Zapatero no menciona los dichos del general Padrino, ni relaciona su deseo de elecciones justas con los recientes fallos del Tribunal Supremo de Justicia modificando la composición de la Consejo Nacional Electoral o removiendo a los legítimos dirigentes de los principales partidos políticos venezolanos (Primero Justicia, Voluntad Popular y Acción Democrática) para cambiarlos por exmilitantes cercanos al chavismo.
En esa línea, el ministro de Defensa recordó que “mientras exista una Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) como la que hoy tenemos, antimperialista, revolucionaria y bolivariana” la oposición seguirá siendo un puro elemento decorativo, ya que desde el poder nadie reconocerá la legitimidad de un eventual triunfo opositor.
De ahí la gran pregunta: en Venezuela, durante el gobierno de Nicolás Maduro, ¿se mantiene la vigencia de las instituciones democráticas o asistimos a una mera representación teatral? En las colonias españolas, al comienzo del proceso independentista, se hablaba de la “máscara de Fernando VII”, como el mecanismo más idóneo para preservar la ficción de la integridad del imperio mientras este era socavado desde dentro. Lamentablemente, el camino que se está recorriendo en las últimas semanas en dirección a las próximas elecciones parlamentarias estaría indicando que el régimen chavista ha decidido quitarse definitivamente la careta y mostrar su rostro cada vez más autoritario y antidemocrático.
Carlos Malamud es catedrático de Historia de América de la Universidad Nacional de Educación a Distancia e investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano de Estudios Internacionales y Estratégicos
Este artículo fue publicado originalmente en BlogElCano el 24 de julio de 2020
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