Editorial: Los medios independientes no pueden convertirse en el Granma de la oposición
No hace ningún bien obligar al periodismo a ser un vehículo de propaganda, un panfleto, cuando en realidad su función más útil es informar con la verdad
CubaNet responde a las ofensas y descalificaciones hacia el periodista Ernesto Pérez Chang, a raíz de dos artículos suyos publicados el 2 y 5 de julio
MIAMI, Estados Unidos. – Si el argumento para desacreditar a un periodista es que debería “hacer” en vez de “opinar”, acusándolo incluso de “hacerle el juego al enemigo” con su ejercicio de analizar, investigar, proponer, exponer, sugerir y criticar, entonces estaremos colocándonos ideológicamente en sintonía con ese Fidel Castro que, por pensar de modo semejante, suprimió la libertad de prensa apenas alcanzó el poder en 1959.
El modelo del peor “periodismo” de partido político, ese que se practica en el diario Granma y en toda la “prensa” oficialista, ha logrado que se espere del periodismo independiente una actitud similar pero de signo contrario, es decir, una subordinación absoluta, obligatoria, con la oposición cubana, con lo cual olvidamos que la prensa independiente nació precisamente del más arriesgado acto de rebeldía de la disidencia y como reclamo del derecho a la libre expresión.
No hace ningún bien obligar al periodismo a ser un vehículo de propaganda, un panfleto, cuando en realidad su función más útil es informar con la verdad, con transparencia, en medio de un contexto hostil, pleno de represión, contenciones, manipulaciones y ocultamientos.
Los medios independientes, habiendo evolucionado desde aquel necesario y fundacional periodismo de los años 80 y 90 del siglo pasado hasta el actual ejercicio, no pueden cometer el gran error de retroceder y de ser transformados en el “Granma” de la oposición, aún cuando estén en el deber ético de acoger a todas sus voces —privadas de espacios en los medios del oficialismo—, incluso acompañarlas de modo solidario, pero siempre desde la imparcialidad periodística y cuidándose de terminar siendo secuestrados por una u otra ideología.
Pudiera parecer una utopía en el mundo actual donde lo común es que la gran prensa sea parcializada con toda mala intención, pero los pequeños medios independientes, que nacieron de una voluntad de encontrar la verdad, apegarse a ella y difundirla, de enfrentar la censura y contribuir con la democratización de sociedades cerradas, herméticas, deben esforzarse a diario por erigirse en el referente ético no solo de activistas y opositores sino de todo el que alcance a leerlos, a escucharlos, aunque sea una sola vez en la vida.
Parcializarnos como prensa es paralizarnos aún más como sociedad. La imparcialidad periodística no debe ser confundida con ingenuidad política, mucho menos con “hacerle el juego a nadie” (una frase en exceso desafortunada) sino garantía de prestigio y fortaleza no solo para quienes publican en ellos sino además para la oposición, que debiera ver en eso una ventaja con respecto a sus contrarios, reacios a la crítica y al escrutinio público. No es ese el modelo de civilidad que debemos reproducir si en realidad pretendemos un cambio social en profundidad.
Acusar a un periodista de “enemigo” por no compartir sus opiniones es una muestra de inmadurez intelectual a tono con el más rancio extremismo ideológico, el mismo que en los regímenes totalitarios ha condenado al periodismo a la extinción, a la clandestinidad y que ha criminalizado al periodista díscolo.
No podemos combatir una dictadura con otra bajo el concepto de que un clavo saca otro porque de lo que se trata no es de quitar para poner, sino de avanzar, evolucionar, ganar prestigio con los valores y principios de los cuales disponemos como ventaja en una batalla desigual.
Desacreditar a un periodista por hacer su tarea de escudriñar, cuestionar, señalar virtudes y defectos, aciertos y desaciertos es no comprender cuánto en realidad se arriesga en su vida diaria al intentar arrojar luz sobre cuestiones y errores que otros pasan por alto o no advierten, y que el verdadero enemigo pudiera aprovechar a su favor. Esa actitud crítica es más arriesgada que regalar elogios y aplausos porque, fiel a la verdad, se rodea de enemigos de toda especie.
Un periodista independiente en Cuba se está jugando la vida constantemente. Generar una noticia, obtener una información, corroborarla, contrastarla e incluso publicarla con su nombre es un acto de heroísmo cuando la cárcel, el exilio o la muerte lo acechan, y con él a su familia y seres queridos. Un ejemplo es el caso de Roberto Quiñones Haces, en prisión desde el 11 de septiembre de 2019, solo por practicar el periodismo.
No le exijamos entonces al periodista independiente que se lance a la calle con una pancarta, que se arroje a un calabozo ni que se pelee a los puños con un policía como licencias para opinar, como avales para ser escuchado, porque generar esa nota periodística que a veces resulta insignificante, intrascendente, le ha costado armarse de mucho valor.
La finalidad del periodismo independiente debe ser siempre informar la verdad a todos y por el bien de todos. Pero también evitar que el odio, la intolerancia, los egocentrismos, los errores y la desesperación terminen por convertirnos en nuestros mayores enemigos porque entonces estaremos caminando a la derrota.
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