El doctor Durán en su laberinto
He echado de menos, en el actuar del galeno, el rigor profesional al cumplir las obligaciones derivadas de las funciones que le están encomendadas
LA HABANA, Cuba. – Una vez más, el doctor Francisco Durán García, director de Epidemiología del Ministerio de Salud Pública (MINSAP) ocupa los primeros planos de la actualidad noticiosa. Como se sabe, su programa del canal principal de la Televisión Cubana, cada día a las nueve de la mañana, sigue constituyendo la fuente principal de noticias sobre la marcha de la COVID-19 en la Isla.
Como ya señalé en otro trabajo periodístico, en esa labor le sirve de gran ayuda al Epidemiólogo en Jefe el aire de bonhomía que de él se desprende. O para decirlo en un lenguaje más coloquial y criollo: Que el buen doctor tiene aspecto de “buena gente”.
En esto, Durán le saca una gran ventaja a otros que aparecen de manera constante en las pantallas de los televisores de nuestro país. Verdad es que él no tiene, como los locutores del Noticiero Nacional (NTV), por ejemplo, que leer día tras día, con aire importante, todas las medias verdades, las tergiversaciones y las francas mentiras que el régimen castrista administra, a modo de papilla ideológica, a los cubanos de a pie.
Sí he echado de menos, en el actuar del galeno, el rigor profesional al cumplir las obligaciones derivadas de las funciones que le están encomendadas. Nunca olvido, meses atrás, su insistencia en describir sólo como “un evento local” (sin ofrecer más detalles) lo que después resultó ser el contagio de numerosos sin-techo (llamados “deambulantes” por el régimen) en el Cotorro. Fue únicamente en horas de la tarde que un alto funcionario —nunca Durán— brindó los detalles del referido “evento local”.
Pero con el paso del tiempo, hemos ido conociendo otros aspectos discutibles de la biografía del Epidemiólogo en Jefe. El mismo órgano oficialista Granma nos ha revelado que Durán asumió en su ciudad natal —Santiago de Cuba— la jefatura del “Programa de Prevención y Control del Sida”. No está de más rememorar aquí aquellos tiempos en que el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) irrumpió en Cuba y el régimen impuso protocolos sui generis para el tratamiento de los infestados.
Por órdenes del fundador de la dinastía (¿quién si no él hubiera podido dictar un ucase como ese!), se dispuso que los sospechosos de estar contagiados fuesen extraídos de sus casas manu militari. Para colmo, esto se hacía con inigualada ostentación, envolviendo a aquellos desdichados con una especie de sarcófagos plásticos.
El “sanatorio” al que eran conducidos (la finca “Los Cocos” en la capital y el regenteado por el doctor Durán en Santiago de Cuba) se transformaba para ellos en una verdadera prisión, de la cual sólo por excepción podían salir. Los directores de esas instituciones —pues— quedaban convertidos en jefes de verdaderos campos de concentración (pues eso, y no otra cosa, eran los titulados “sanatorios”).
Debemos suponer que, en esa ingrata tarea, el hoy Epidemiólogo en Jefe cumplió con todo lo que esperaban de él sus superiores. Y en tan gran medida que, tras dirigir el sidatorio, pasó a ocupar —siempre según Granma— los cargos de “Rector de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba” y “Viceministro del área de Docencia e Investigación del MINSAP”.
Pero he aquí que ahora hemos tenido acceso a una interesantísima crónica de Yania Suárez publicada en Diario de Cuba. Ese material parece indicar la existencia de una práctica mezquina y repudiable: A los relatos sobre la abnegación de la medicina nacional en sus intentos por salvar la vida de los compatriotas aquejados por la COVID-19, no les son ajenas la fantasía, la fabulación y la mentira.
La colega relata los avatares de un primo materno suyo residente en Ciego de Ávila, que presentaba síntomas de la enfermedad. De inicio le diagnostican “una infección respiratoria común” y en dos ocasiones lo mandaron de regreso a su casa. Al tercer día, su esposa logra que lo admitan en el hospital de la capital provincial.
De allí (y pese a su gravedad que desaconsejaba un viaje por carretera) lo remiten a Morón con la esperanza de que allá puedan conectarlo a un ventilador. De esta ciudad lo devuelven a Ciego, en donde sus familiares lo ven retornar “casi negro” debido a la falta de aire. Tras desaparecerlo dentro del hospital, sin permitir la compañía de algún ser querido, anunciaron su deceso. “Todavía no sabían si tenía coronavirus él o si lo tenía el resto de la familia”.
Vale la pena reproducir lo que, al conocerse los resultados de la prueba, tres días más tarde, declaró el doctor Durán: “Tenemos que lamentar la muerte de (…) un paciente de 58 años de edad, también de la provincia de Ciego de Ávila, con poca comorbilidad, una hipertensión arterial. (…) Comenzaron los síntomas el día 3 de septiembre). Se ingresa. Se confirma la enfermedad inicialmente. Desde que ingresó, tuvo manifestaciones de falta de aire, fiebre. Tuvo una evolución no favorable y en el día de ayer fallece este paciente, a pesar de todo el esfuerzo y de toda la aplicación de los tratamientos que están establecidos para salvar la vida”.
“El fallecido tiene que ser él”, afirma Yania; “tiene que ser el primo de mi madre. Es el único paciente de 58 años que murió por coronavirus en Ciego de Ávila en esa semana”. Vemos así, en un caso concreto, cómo un ejemplo de pésima atención facultativa se transforma, en las falsedades del doctor Durán, en un paradigma de trabajo impecable y riguroso, “por desgracia” no coronado con el éxito.
Como concluye su crónica la colega Suárez: “De una cosa estoy segura ahora: Están mintiendo”. Decididamente, con estos comunistas uno nunca sabe. Si no la hacen cuando entran, la hacen cuando salen.
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