Maduro y su obsesión por el poder
Cuando Chávez empezó a manifestar públicamente a finales del año 2012 la afección de la cual decía sentirse un tanto incómodo y que para entonces aún no se había revelado que se trataba de un cáncer, comenzaron a circular muchas especulaciones y algunos analistas políticos apostaban a que pese a su estado físico ganaría de nuevo el proceso electoral que se avecinaba, pues su empeño era mantenerse en el poder, al igual que ahora su heredero e hijo putativo Nicolás Maduro.
En aquel entonces en un artículo que publicamos señalábamos taxativamente: “Las redes sociales se inundaron con especulaciones sobre lo que podría suceder si Hugo Chávez no lograra llegar a su siguiente toma de posesión. Los cálculos apuntan hacia las disposiciones legales que podrían aplicarse y, derivadas de ellas, a los inciertos resultados de una nueva elección. Incluso, comentan algunos analistas políticos, que las consecuencias variarían significativamente si su ausencia fuera temporal –mientras dure la convalecencia posoperatoria– o si fuera definitiva. En el primer caso seguramente se encontraría algún artilugio legal para permitir una posesión virtual que, a su vez, daría lugar a la sucesión forzada e inconstitucional del vicepresidente y así asegurar la continuación de la mal llamada revolución bolivariana. En cambio, en el segundo caso sería prácticamente inevitable la nueva elección, con toda la incertidumbre que ella conlleva para el partido PSUV, fundado por Chávez”.
Proseguíamos señalando: “Pero, las especulaciones se han quedado en el horizonte reducido del 10 de enero y los días inmediatos a esa fecha, casi sin abordar el aspecto de largo plazo. La pregunta fundamental que habría que hacerse, tanto por parte de chavistas como de antichavistas, por venezolanos y por no venezolanos, va más allá de la manera en que podría solucionarse la ausencia temporal o definitiva del presidente. Hay que comenzar aceptando que, de acuerdo con las versiones oficiales, su condición es extremadamente grave y que es poco probable que pueda asumir nuevamente la primera magistratura. La manera en que ha sido tratada su operación en esta ocasión marca una diferencia clarísima con las anteriores. La mayor frontalidad en la comunicación de los detalles por parte del vicepresidente, las plegarias colectivas encabezadas por el mismo Maduro junto a los miembros de su gabinete y de su partido, señales inequívocas de lo que se puede esperar”.
Acotábamos: “Frente a ello, lo que encuentra en cuestión es el futuro de la mal llamada revolución bolivariana. La posibilidad de un chavismo sin Chávez es un tema político que debe ser cuidadosamente analizado. Internamente, sin el factor Chávez será muy difícil mantener unida y enrumbada a la base electoral y social que estuvo presente a lo largo de catorce años. Ni Maduro ni Cabello, mucho menos otros dirigentes que pasaron a segundo plano, parecen contar con las condiciones mínimas necesarias para cumplir con ese cometido. Pero, a la vez, el mismo factor Chávez funcionaba como aglutinante también para la oposición, como se pudo ver en la última elección”.
El 5 de marzo del año 2013 trascendió que la madre de Chávez dio la orden de desconectar al presidente del respirador artificial que lo mantenía con vida, a las 14:55, y que su hijo tuvo un paro respiratorio y murió a las 16:25, tal como lo anunció Nicolás Maduro.
En esa fecha de 2013, al mediodía, Nicolás Maduro, hasta entonces vicepresidente y encargado del gobierno por orden del mismo Chávez, apareció en televisión acompañado del Alto Mando Militar. Emitió un discurso lleno de amenazas, e incluso anunció la expulsión de diplomáticos estadounidenses. Ya Venezuela venía acostumbrada a este tipo de acciones que acompañaban el surrealista día a día informativo del país. Incluso así, aquella jornada era la más extraña en meses.
Después de la muerte de Chávez, Nicolás Maduro se lanzó en una feroz campaña que se extendió por unas semanas; ese millón y medio de venezolanos que apoyaron la reelección de Chávez votaron en contra de su “legado” y siguieron al otra vez candidato presidencial Henrique Capriles. Maduro asumió la presidencia en medio de denuncias de fraude, pues los primeros resultados lo daban ganador por unos escasos 80.000 votos, razón por la cual su pírrico triunfo a partir de entonces ha sido calificado como un vulgar y viciado proceso que dio lugar a que se le denominara usurpador, adjetivo que día a día ha ido tomando cuerpo hasta la presente fecha y es vox populi en el coloquial verbo del venezolano común.
Hoy día Maduro con su enfermiza obsesión por el poder, navega en un mar de aguas tempestuosas, que amenazan crear un tsunami de impredecibles consecuencias, como se observa en las manifestaciones que se están realizando en distintas ciudades del país, a consecuencia de la falta de energía eléctrica, agua, gas, gasolina, desempleo, inseguridad y la carencia de los servicios públicos elementales, a lo cual se suma la latente y amenazante pandemia que ya ha cobrado la vida de casi un millar de hombres y mujeres a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Agrava más aún la situación la imperante corrupción y el narcotráfico.
El covid-19 ha generado, sin duda alguna, un inusitado temor y angustia en el colectivo nacional, dado el depauperado servicio de salud, pero el pueblo venezolano ha tomado las precauciones del caso, para evitar males mayores en procura de salvaguardar su vida y la de sus seres queridos, para con la bendición de Dios, celebrar pronto el fin de un régimen comunista, autoritario y tiránico, que por espacio de 21 años ha lacerado la piel de un pueblo amante de la paz, la libertad y la democracia.
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