Joe Biden y la desmemoria como estrategia de campaña
Biden cuenta con la desmemoria de los electores para darse un baño de heroicidad y hablar de sí mismo como un luchador contra el totalitarismo
LA HABANA, Cuba. – En la recta final de las elecciones programadas para el próximo 3 de noviembre, el candidato demócrata Joe Biden se presentó en el Pérez Art Museum de Miami, donde compartió con potenciales votantes de un Estado clave para ganar el sufragio. En la agenda a debatir no podían faltar los temas de Cuba y Venezuela, sobre todo después de que una reciente encuesta publicada por FIU revelara cuánto ha crecido el apoyo a Donald Trump y su línea de mano dura contra el régimen de La Habana y su primogénito, el chavismo.
Al vicepresidente de Barack Obama le falló la memoria, o bien mintió cuando declaró haber enfrentado a los Castros y Putin de este mundo. Tal afirmación es, cuando menos, insensata; pues basta revisar su desempeño como brazo derecho de Obama para tener la certeza de que no solo evitó enfrentar al castrismo, sino que apoyó la política de “deshielo” que condujo a un acercamiento sin precedentes entre ambos países, a pesar de que el régimen de Raúl Castro no modificó de manera significativa su actitud hacia los derechos civiles y políticos de los cubanos.
Biden fue uno de los voceros de la complacencia que dejó cifras multimillonarias en manos de la casta militar cubana, permitiéndole ampliar y profundizar su influencia en el área latinoamericana, particularmente en Venezuela. Ahora, una de sus promesas de campaña es conceder el TPS (Tratado de Protección Temporal) a los inmigrantes venezolanos radicados en Estados Unidos, pasando por alto que el apoyo brindado a Cuba por la administración Obama también fue responsable del agravamiento de la situación en Venezuela, devenido ya el país más pobre de la región.
Joe Biden cuenta con la desmemoria de los electores para darse un baño de heroicidad y hablar de sí mismo como un luchador contra el totalitarismo. Pero nadie ha olvidado que una de sus primeras declaraciones como candidato oficial del Partido Demócrata, fue que levantaría las sanciones impuestas a La Habana por Donald Trump y retomaría el acercamiento iniciado por Obama. Su propuesta es volver a negociar con el castrismo y por extensión con la dictadura de Maduro, con cierta presión diplomática, de carácter simbólico, sin una política efectiva que debilite a ambos regímenes, favorezca a sus respectivas sociedades civiles y contribuya a restaurar la estabilidad en la región.
El Partido Demócrata pactó con el totalitarismo y volverá a hacerlo si Joe Biden resulta electo. A diferencia de la banca republicana, se aferran al principio de que “más moscan se atraen con miel que con vinagre”, sin contar con que la mosca en cuestión es muy astuta y posee una consumada experiencia aprovechando ventajas sin ofrecer nada a cambio.
Los votantes cubanoamericanos no olvidan que durante su visita a La Habana en 2016 para estrechar lazos con el régimen, el senador demócrata Patrick Leahy declaró ante la prensa que en su reunión con Raúl Castro no había tocado el tema de los presos políticos “para no incomodarlo”. Tampoco olvidan que como parte de la política de deshielo, Jill Biden, esposa del entonces vicepresidente, viajó a La Habana en visita oficial, fue recibida por funcionarios castristas y se dejó embelesar por el tour especialmente preparado para ella, donde no hubo espacio para mostrar la pobreza de Cuba, las condiciones en que sobreviven los presos políticos, las detenciones arbitrarias y el constante acoso a la libertad de expresión y prensa.
Mrs. Biden se reunió con una representación “escogida” de la sociedad civil cubana, un concierto ciudadano sin la menor disonancia que se tragó las consignas para maquillar de algo parecido a la democracia el rostro de una sociedad en la cual no se reconocen las libertades políticas. La llevaron a un punto WiFi sin aclararle qué porciento de su salario un cubano necesitaba invertir a cambio de una hora de navegación en Internet; y estuvo de visita en un escuela de formación de maestros donde tampoco se le explicó que ese sector profesional figura entre los peor remunerados en la Isla, pese a su importancia.
Los demócratas apuestan por el diálogo, que sería el camino ideal si se tuviera enfrente una contraparte democrática. Semejante filosofía jamás obligará a un sistema totalitario a respetar los derechos humanos y las libertades cívicas de sus ciudadanos.
En ese sentido, durante la era Obama el régimen optó por la simulación, mientras se enriquecía gracias a los acuerdos bilaterales y la flexibilidad propiciada por el mandatario estadounidense. Pero el castrismo no está dispuesto a respetar acuerdos. Jamás lo estuvo; y si Biden cree que con aquella actitud tan cándida enfrentó a Castro y le dijo “hasta aquí” —como aseguró a sus simpatizantes en Miami—, no será la clase de presidente capaz de negociar con viejos zorros sin salir burlado creyendo que ganó.
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