lunes, 5 de octubre de 2020

¿Y si ocurre un estallido social en Cuba?

 

¿Y si ocurre un estallido social en Cuba?

La tensión social que se vive en la Isla no surgió de la nada ni resulta de un complot internacional para provocar revueltas populares, como afirma el Gobierno.

LA HABANA, Cuba. – En los primeros meses de 1994, cuando los cubanos transitaban por el peor momento de la crisis llamada eufemísticamente “Período Especial”, un excoronel jefe del contraespionaje en La Habana fue acusado de “escéptico”.

La recriminación sobrevino en una reunión de la jefatura del Ministerio del Interior, donde el primer oficial advirtió que el descontento de la población provocaría la explosión social.  

Tras el hecho, narrado por personas próximas al coronel defenestrado, sobrevino el Maleconazo, la mayor protesta espontánea contra el régimen de la Isla. 

El Gobierno enfrentó la ira popular con la combinación de fuerzas represivas conformadas por agentes de la Policía, paramilitares y efectivos del Ejército. Luego, para liberar la presión interna, empujó hacia el mar más de 32 000 cubanos, durante el tercer mayor éxodo masivo hacia los EE. UU.

Mientras se acerca un nuevo aniversario del régimen fundado en enero de 1959, Miguel Díaz-Canel, el gobernante designado por el Partido Comunista, no encuentra nuevas promesas en el cajón lleno de juramentos incumplidos por la Revolución. Ante la continuidad del fracasado socialismo cubano, el mandatario intenta sostener el poder con medidas económicas impopulares que exacerban las críticas en todos los estratos sociales.  

El horizonte de la actual política administrativa está marcado por el incremento del caos económico. Producir alimentos con tripas de animales ha sido la propuesta de los dirigentes para “satisfacer” al pueblo. A este panorama se suman las consecuencias de la incontrolable pandemia.

En este contexto, el sistema policíaco de la Isla tiene como uno de sus principales objetivos medir el pulso de la angustia social. En momentos en que la impopularidad del Gobierno alcanzó a las figuras públicas afines a su política es evidente que el régimen se prepara para las protestas masivas.  

La prensa oficial, por su parte, advierte que las autoridades están engrasando los músculos represivos. En los últimos meses los medios dedican sus espacios a reportar la preparación de las fuerzas especializadas para sofocar manifestaciones públicas. En las calles se multiplica la presencia policial combinada con agentes del Ejército y fuerzas paramilitares, bajo el falso libreto de mantener el orden durante la crisis de salud. 

La tensión social que se vive en la Isla no surgió de la nada ni resulta de un complot internacional para provocar revueltas populares, como afirma el Gobierno. Mucho menos es el resultado de las sanciones de los EE. UU. El punto en el que se encuentra Cuba es parte del proceso de deterioro social que, cuando alcanza el extremo, resulta propicio para las protestas populares.

El temor a la iniciativa popular 

Las fuentes consultadas por CubaNet sobre las causas que podrían alentar una explosión social en Cuba coincidieron en dos respuestas frecuentes: la prolongación de la crisis económica y el aumento de la represión. 

Respecto a encontrarse con una protesta en la calle, 24 personas de las 30 consultadas, respondieron que se sumarían. El resto dijo que no formarían parte de una eventual protesta por temor a la represión o que solo se mantendrían como espectadores. Sin embargo, todos declararon el deseo de cambios sociales, y aceptaron la protesta como vía para lograrlo.   

En Cuba no existen mecanismos efectivos para promover cambios políticos. Esta barrera que pretende asegurar el poder a la clase dirigente abre el camino a las manifestaciones sociales como única herramienta para emplazar a los gobernantes. 

Cualquiera de las situaciones que martirizan a los cubanos podría ser la causa del detonante: el desabastecimiento, las colas, los derrumbes, el exceso represivo de la Policía, los apagones, la asfixia económica, la crisis sanitaria por la COVID-19 y, encima de todo, la falta crónica de libertades. 

Es difícil predecir el día o el lugar del estallido. La pluralidad de las causas aumenta la presión social en todos los aspectos de la vida cotidiana. Esta incertidumbre mantiene al régimen como el boxeador ciego lanzado contra las cuerdas, que se protege el rostro sin distinguir la dirección del golpe fatal. Este temor ciego a la ira popular justifica la permanente presencia intimidatoria de la Policía y el Ejército en las calles. 

La estrategia represiva del régimen está dirigida a intimidar a la población en las calles, y tiene como principal blanco a las personas que el Gobierno cataloga como “iniciativistas”, cubanos que hasta ahora no han llamado la atención de la Policía política y que podrían iniciar un estallido. Están en todas partes: en medio de multitudes exigen y exhortan a los demás a unirse al reclamo del momento.  

Otro de los temores que las autoridades no pueden controlar es el papel de Internet y las redes sociales en la cultura de la movilización del pueblo. El estallido espontáneo no necesita convocatoria, se alienta con la trascendencia que alcanza en las redes sociales cualquier suceso dentro de la Isla; conecta a los cubanos en el mismo descontento y los guía hacia un solo objetivo: el cambio social. 

La rebeldía contenida

En el instante que la Revolución tomó el poder, propagó entre los cubanos el destino fatal que aguarda a quienes disienten de su política. Sin embargo, la señal más clara de la explosión social es la rebeldía contenida como bomba de tiempo, que registra su tictac en el enfrentamiento del pueblo y la Policía.   

El desgaste de la generación de 1959 es el principal punto que desmitifica a la Revolución, sobre todo, al hacerse indiscutible que el paquete de dirigentes designados ya no agrada a una considerable parte del pueblo, capaz de expresar su descontento como nunca antes.

Sobre esta realidad descansan las incertidumbres de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR). Quienes dirigen el país conocen que una explosión popular de gran magnitud debilitaría las fuerzas represivas, cada vez menos comprometidas con la jerarquía impuesta. 

El régimen domina las causas que provocarían la revuelta, pero prefiere ignorarlas, culpar a los adversarios políticos, y aferrarse al poder para mantener la continuidad a la dictadura.

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