jueves, 31 de diciembre de 2020

Maracaibo 1870-1925: ¿el glorioso ayer?

 

Maracaibo 1870-1925: ¿el glorioso ayer?, por Ángel R. Lombardi Boscán

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Twitter: @LOMBARDIBOSCAN


El pasado es prácticamente inasible. El olvido acaba con todo. Los faraones lucharon contra el olvido y nos dejaron esos monumentos silenciosos, las pirámides monumentales, como vestigios mudos de esa lucha desigual entre la memoria y la muerte. Decimos esto porque la historia no son los hechos propiamente en sí sino la percepción que los historiadores elaboran sobre esos hechos e imponen a la mayoría. Y es más importante estudiar las intenciones del historiador que las causas y efectos de esos hechos y acontecimientos.

Si soy un historiador financiado por el Estado mis conclusiones se alinearán a los designios del poder y mi discurso será en defensa del statu quo predominante y bajo el dominio de las élites de ese momento. Esto es lo usual casi siempre. Si me financia un privado será el relato apologético de la persona que me mojó la mano. Decir todas las verdades no funciona en estos casos a riesgo de ser despedido.

Las mejores historias son las independientes y competentes, profesionalmente hablando, que pueden decir la verdad. Y esto no abunda y, mucho menos, dentro de una sociedad desahuciada como la venezolana en que sus principales universidades han sido desmanteladas todas.

Decimos todo esto porque hay una matriz de opinión instalada en el inconsciente colectivo marabino y zuliano sobre un pasado glorioso que corresponde a las tres últimas décadas del siglo XIX y comienzo del XX, cuando Maracaibo se convirtió en la «Atenas de Venezuela». Como todo, hay que matizar esto. Maracaibo fue una ciudad-puerto cuyo atractivo principal, desde su fundación en 1529 por los alemanes, es que se convirtió en el eje nodal de un circuito agro-exportador con conexiones con la zona andina y el Santander colombiano.

La producción del interior (ganado, cacao, plátanos, caña de azúcar y café, entre otros productos) llegaba hasta el puerto de Maracaibo por rústicos caminos de arena y piedra y, sobre todo, por los numerosos ríos. De hecho, Maracaibo fue un muy mal puerto oceánico, aunque estratégicamente muy bien situado. La entrada al lago por la Barra era, y lo sigue siendo, un obstáculo de la naturaleza un tanto molesto por sus bajos fondos y traicioneras mareas. Toda esa producción agrícola y pecuaria, la más cotizada en los mercados mundiales luego de la Revolución Industrial (1750) en Inglaterra, salía desde Maracaibo al exterior.

*Lea también: El nuevo año y las tareas por la libertad, por Luis Alberto Buttó

Los artífices de ese emporio económico básicamente fueron inversionistas extranjeros ingleses, italianos, franceses, holandeses y, sobre todo, los alemanes, aunque es más preciso decir que de las ciudades hanseáticas, muy en especial Hamburgo y Bremen. Desde 1840 cobró forma el circuito agro-exportador marabino muy bien trabajado por el doctor Germán Cardozo Galué, investigador de gran relieve de la historia regional en Venezuela.

Es a partir de 1870 y 1880 que las casas comerciales extranjeras gozaron del mayor auge y van a ser los alemanes sus principales capitanes de empresa, bajo el incentivo de la producción y exportación del café andino y santanderino hacia los principales mercados mundiales. Podemos decir que Maracaibo se convirtió en una colonia alemana sin apenas disimulos. La resistencia criolla ante este hecho apenas fue anecdótica y como Venezuela eran varios países en realidad: unos, desconectados con otros, hicieron que esta colonización silenciosa, pero real, pasara desapercibida.

Solo el dictador Guzmán Blanco quiso atajar el autonomismo zuliano.

La ofensiva de Guzmán Blanco entre 1870 y 1890 contra el Zulia, otro capítulo más de la larga rivalidad entre el centro del país (Caracas) y el occidente (Maracaibo) desde los tiempos coloniales, apenas dañó el enriquecimiento de la élite criolla y extranjera en Maracaibo. Y decimos esto porque el pueblo era otra cosa, como lo sigue siendo hoy. Venezolanos de segunda atrapados dentro de una penosa y primitiva vida rural y viviendo orillados de los principales centros urbanos en la más extrema pobreza.

El proyecto republicano, civilizador y moderno, ya a finales del siglo XIX luego de casi un siglo de haberse realizado la Independencia contra España, era solo una posibilidad para las elites vinculadas a los emporios de riqueza extranjeros y con conexiones con los poderes de turno.

Uno de los secretos de los inversionistas y comerciantes alemanes —y esto lo apunta Domingo Alberto Rangel— es que los comerciantes alemanes compraban en plata y vendían en oro. Y Hamburgo y Baltimore eran los destinos predilectos de la producción del café, el producto estelar. Esto les hizo amasar ingentes fortunas en alianza con algunos gobernantes civilizadores de Maracaibo, como el doctor Jesús Muñoz Tébar, que aprovechando las fechas patrias emblemáticas —no podía ser de otra manera— trajeron luz en la oscurana venezolana del siglo XIX.

Estos datos revelan bien por qué el progreso social solo es posible cuando hay generación de riquezas. Maracaibo tuvo en 1883 el teléfono y el acueducto, el tranvía en 1884, el ferrocarril en 1886, el alumbrado eléctrico en 1888 y hasta el cine en 1897.

La Universidad del Zulia se fundó en 1891. Es por ello que Juan Besson, el principal «historiador» y publicista del regionalismo zuliano, sostiene la tesis de una Maracaibo civilizada y, en ese entonces, la ciudad más próspera de toda Venezuela.

Lo que Besson no dice es que estos destellos de progreso no tuvieron continuidad en el tiempo y que solo fueron disfrutados por una minoría dirigente aferrada en sus burbujas de confort construidas por el exceso de dinero que tenían. Besson apenas señala lo que sí se atrevió a decir la investigadora de la Universidad del Zulia, Nilda Bermúdez Briñez, cuando señala los muchos problemas que la ciudad-puerto de Maracaibo confrontó respecto a la insalubridad de los vientos, la falta de agua potable, el tema de la basura urbana, las plagas e insectos, el problema del transporte público, las muy temidas epidemias de fiebre amarilla y demás. Ella habla del «milagro de vivir» en Maracaibo en ese entonces. Y el pueblo era una cosa y las élites otra.

Ángel Rafael Lombardi Boscán es Historiador, Profesor de la Universidad del Zulia. Director del Centro de Estudios Históricos de LUZ. Premio Nacional de Historia.

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