El 2020 que acaba de concluir será recordado por los venezolanos como parte protuberante de la “Historia de un desastre”: ese proceso político que se inició en febrero de 1999 con la juramentación del teniente coronel golpista Hugo Chávez Frías como presidente de la República. Fue el comienzo de un drama de amor por los más pobres que veinte años después ha transmutado en lo que realmente es: una feroz dictadura, corrompida hasta los tuétanos, que ha ocasionado el desplazamiento de 5.500.000 venezolanos que ahora viven en los más disímiles lugares del planeta.

Lo más grave es que los hechos dramáticos aún no han terminado. Como suele suceder, solo a una minoría de nuestros emigrantes le ha ido bien; un grupo mayor ha logrado apenas sobrevivir, pero el más numeroso de todos ellos está pasándola mal. En cuanto a los que aquí nos quedamos por las más variadas razones (el empeño de no dar el brazo a torcer, miedo a experimentar y empezar de nuevo en otros países, o sencillamente por no tener las condiciones físicas o materiales para iniciar una vida diferente en otro lugar) sentimos el cansancio inevitable de los que se resisten por un extenso período de tiempo a darse por vencidos.

Durante todo ese largo acontecer la política económica de la desastrosa revolución bonita se ha centrado en destruir al aparato productivo del sector privado y degradar al máximo posible el correspondiente al sector público. Sin duda alguna, una mezcla diabólica que tiene como objetivo final manejar al país a la manera de la fábula distópica concebida por George Orwell en su magna obra Rebelión en la granja, en la cual se cuestiona magistralmente al estalinismo.

El escabroso proceso de cambio ha estado acompañado de pañitos de agua tibia que nada resuelven, como es el caso concreto de quitarle, de tiempo en tiempo, varios ceros a la moneda nacional. Como consecuencia de todo ello, muchos compatriotas han tirado la toalla, limitándose a sufrir in perpétuum por la simple razón de sentir que se les han cerrado todos los caminos.

A pesar de los pesares, somos muchos los que nos mantenemos firmes en nuestras atalayas, denunciando lo que haya que denunciar, orientando en la medida en que podamos, con las dos convicciones que nos sostienen: que no hay mal que por bien no venga y que mañana será otro día.

Los mejores deseos para mis lectores en este determinante 2021 que apenas comienza.

@EddyReyesT