Otra Primavera Negra entre el agente provocador y la perfidia
¿Está el militarismo castrocomunista empleando medios masivos de comunicación y agentes provocadores para, con otra ola represiva, eliminar focos crecientes de oposición?
LAS TUNAS, Cuba. ─ “Hola, buenas noches, quería saber cuál es la diferencia entre un agente encubierto y la perfidia”, dijo un internauta. En ese momento me encontraba en Houston, Texas, recorriendo Estados Unidos. En una de las servilletas que me servían de cuaderno de bitácora, anoté: “agente encubierto y perfidia”.
El abordaje irónico ─más que interrogante ─ sobre el agente encubierto y la perfidia se produjo en un foro interactivo analizando la difusa legitimidad del agente encubierto en la constitucionalidad del proceso penal, esto, en países como España, Alemania, Colombia, que habían incorporado esa técnica de investigación en sus códigos.
Mientras, sin codificación jurídica ─con la connivencia de legisladores, fiscales y jueces hasta noviembre de 2019, cuando, mediante un escueto decreto ley, ese actor fue legitimado a incursionar en la vida privada de las personas─ en Cuba las autoridades policiales violaron derechos fundamentales de los cubanos cotidianamente.
Perfidia es falacia, engaño, falsedad, intriga, insidia, alevosía, ¿no? Y esas actitudes poco honrosas, simuladas, indicadas, inducidas o padecidas por oficiales operativos y agentes encubiertos con comportamientos histriónicos o narcisistas por trastornos de personalidad ─enfermedad profesional común en el gremio de los topos─ hacen muy delgada la línea divisoria entre el agente encubierto y el agente provocador.
Así, lo anotado en Houston tomó vigencia la noche del jueves de la semana pasada cuando la televisión estatal dirigida por el Partido Comunista de Cuba (PCC), en su sección del Noticiero ─donde, el comentario recuerda la calumnia─, el militarismo castrocomunista hizo de agente provocador públicamente.
Un agente provocador puede ser desde un correveidile de la policía hasta un muy encumbrado dirigente del Estado, o el Estado mismo, en determinada coyuntura nacional o internacional. El agente provocador induce a que se produzcan hechos que no habrían ocurrido sin su instigación.
Bajo supervisión del Departamento Ideológico del PCC y con su anuencia, el Noticiero de la televisión estatal sirvió de agente provocador del Ministerio del Interior (MININT) cuando dijo tener pruebas “secretas” contra opositores “contrarrevolucionarios”, de quienes divulgó nombres, apellidos, alias e imágenes, en alusión a una manifestación que realizarían en la Plaza de la Revolución, otrora Plaza Cívica José Martí.
El Código Penal cubano, en su artículo 75.1, conceptúa la “advertencia oficial” que realizará a personas proclives la autoridad policial competente “en prevención de que incurran en actividades socialmente peligrosas o delictivas”.
Y vimos la noche del jueves de la semana pasada al Departamento Ideológico del PCC y al Ministerio del Interior utilizando el Noticiero para hacer una “advertencia oficial” no sólo a las personas de las que dijo tener pruebas “secretas” sobre una presunta manifestación en La Habana, sino a todos los televidentes potencialmente peligrosos para “el orden social, económico, y político del Estado socialista”, constituyendo, en sí, una provocación-boomerang por aquello de, “donde las dan, las toman”.
La manifestación ocurrida el pasado 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura se produjo espontáneamente; obedeció al llamado cívico, individual, de cada participante, frente a su particular percepción del sentido de la justicia y de la injusticia.
La pólvora de ese cartucho ─no de caza ni de guerra, sino cívico─ la constituyeron múltiples insatisfacciones nacionales acumuladas durante años. El fulminante y al mismo tiempo percutor de ese cartucho dum-dum ─proyectil dolorosamente letal al abrirse con el impacto─ fueron las violaciones de derechos humanos contra los demandantes de San Isidro que, a su vez, hicieron peticionarios constitucionales al 27N.
Cabe preguntarse: ¿Qué hubiera sucedido si, juzgando como legítima la manifestación pública de la que el PCC y el Ministerio del Interior dijeron tener pruebas “secretas” y ellos mismo publicitaron a través de la televisión nacional, cientos de cubanos, en lugar de ir a hacer colas a los comercios por mercancías inexistente, se hubieran presentados en la Plaza de la Revolución ─en realidad plaza de los aplausos─ y, despojándose de los miedos y la hipocresía, en lugar de murmurar entre ellos sus desacuerdos, hubieran comenzado a exclamar a viva voz sus demandas?
La ola de arrestos contra opositores políticos, llevada a cabo en marzo de 2003, concluyó con largas condenas de cárcel a 75 personas en toda Cuba. Los hechos, condenados en todo el mundo, pasaron a la historia como la Primavera Negra, que justo por estos días cumple 18 años. Puede decirse que el pretexto para aquella redada fue insignificante comparado con las variables de la compleja situación que hoy vive el país.
Según dijo el mismo Fidel Castro, “la acción (los encarcelamientos de opositores) se dirigió fundamentalmente contra los hechos recién ocurridos y eso fue lo que determinó quiénes eran los que tenían más responsabilidades”.
Los “hechos recién ocurridos” ─según Fidel Castro, jefe máximo de aquella redada policial, de la que ni siquiera el general Colomé Ibarra, entonces ministro del Interior fue el estratega─ fueron una reunión de opositores en la casa de Martha Beatriz Roque con el entonces jefe de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana, James Cason, así como talleres de periodismo y otros eventos lícitos en países civilizados.
¿Acaso tiene igual connotación, como fachada para atenuar las consecuencias políticas de una redada policial ante la opinión pública, que opositores políticos se reúnan con diplomáticos extranjeros y realicen talleres de periodismo u otras actividades contestatarias que organizar y realizar una manifestación en la principal plaza pública del país que el régimen considera un símbolo?
¿Está el militarismo castrocomunista empleando medios masivos de comunicación y agentes provocadores para, con otra Primavera Negra, eliminar focos crecientes de oposición y, a la vez, modelando una situación operativa, identificar cientos o miles de personas que para el régimen constituyen “potencial delictivo contrarrevolucionario” no identificado?
Quienes en medios democráticos producen material informativo de servicio público, salvo archivar actuaciones criminales para un día darle el uso judicial que proceda, no debían distraerse enjuiciando o relatando la actuación de periodistas o conductores de programas de televisión al servicio del régimen que sólo son meras piezas del militarismo castrocomunista.
He reiterado “militarismo castro-comunista”. Según el concepto universalmente aceptado, entiéndase por militarismo el “predominio del elemento militar en el gobierno del Estado”; dispositivo perseguidor de la minoría que lo enfrenta; propiciador de desigualdades entre la mayoría del pueblo que, por miedo o abulia, lo tolera; e, instaurador de privilegios en favor de las instituciones militares, policiales, o civiles, que funcionan apegadas a las rígidas doctrinas castrenses, transformadas en clanes dictatoriales, de donde obtienen su eficacia represiva.
Y, en un régimen militarista son la policía y las cárceles y no la democracia el orden del día. Luego, mantener observación constante sobre la perfidia no es paranoia sino instinto de conservación.
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