Jimmy Lai, empresario del sector de los medios de comunicación, cuando fue detenido

Hong Kong, mientras gozó de un alto grado de libertades y autogobierno, consiguió convertirse en el centro financiero más potente de toda Asia. Hoy enfrenta un futuro incierto y sus días parecieran estar contados.

Los primeros en interrogarse sobre la manera en que la transformación de Hong Kong impuesta desde Pekín en estas pasadas semanas incidirá en el día a día de los lugareños son los empresarios. Entre todos los cambios que están teniendo lugar, la nueva Ley de Seguridad Nacional sobre lo que en la práctica dejó de ser un territorio autónomo es lo que puede quitarles el sueño en una primera instancia.

Cualquier violación de esta ley –y ella es suficientemente amplia como para incluir hasta violaciones imaginarias– puede acarrear la prisión de por vida de sus transgresores. Por ejemplo, actuar como lobista ante gobiernos de terceros países para que estos ejerzan presiones o impongan sanciones sobre Pekín es considerado como una afrenta al régimen susceptible de ser penalizada. La sola sospecha de ejercicio de activismo político a favor de la salida de Carrie Lam, la actual jefa del Ejecutivo respaldada por China, puede inducir al gobierno a considerar a sus actores como subversivos, lo que conllevaría a aplicar toda la fuerza de la ley. No hay que ir muy lejos para recordar cómo Jimmy Lai, empresario del sector de la prensa, campeón de la expresión libre y activista demócrata, fue a dar con sus huesos en prisión en agosto de 2020. Hoy, recluido en su propiedad, vive sujeto a amenazas que obstaculizan la vida en paz de su familia.

La realidad es que las manifestaciones que tuvieron lugar en Hong Kong el año pasado se convirtieron en una excusa de muchísimo peso, o configuraron el disparador necesario para endurecer la política china en el terreno de las libertades y más particularmente frente al empresariado de Hong Kong. Es que en Pekín se había asentado el sentimiento de que los Estados Unidos de Donald Trump estaban detrás de todo el movimiento contestatario, con el propósito de proteger el statu quo de libertades dentro del cual se manejaban los negocios que por años se desarrollaron en ese territorio semiautónomo. Así, tomar el control del ambiente y limitar el accionar del empresariado se convirtió en una obsesión.

Un empresario cuya identidad ha sido reservada ha declarado recientemente acerca de la debilidad que hoy aqueja a quienes desean continuar operando desde allí. Muchos de ellos han emprendido negocios de todo género con socios regionales, como es usual en el medio de los inversionistas extranjeros en cualquier país. Solo hay que imaginar la situación de fragilidad en que se coloca un hombre de negocios extranjero si llega a enfrentar dificultades con su socio local y este acude a solicitar apoyo estatal. La nueva reglamentación de inmigración es igualmente vaga en sus enunciados y puede someter a cualquier individuo a no poder salir de Hong Kong si las autoridades lo consideran peligroso.

El éxodo de capitales se inició hace ya unos cuantos meses cuando comenzó a percibirse el empeño del Partido Comunista por mantener en cintura las actividades financieras que configuran el poderío de Hong Kong en el mundo. Bloomberg menciona un estudio que estima la huida en 36 billones de dólares en 2021.

Poderío sí, piensan en la capital china, pero solo bajo la égida del poder central. El enjuiciamiento de 47 activistas demócratas por crímenes relacionados con la subversión, hecho que ocurrió hace muy pocos días, terminará por alejar al que, en su esencia, es cobarde: el capital privado.