Roberto Álvarez Quiñones: Castrismo sin los castros
El VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba, a celebrarse del 16 al 19 de abril, será muy importante según muchos analistas porque Raúl Castro dejará su cargo de primer secretario de la organización, que según la Constitución es la máxima instancia de poder en el país. O sea, que por primera vez desde 1959 no habrá un Castro de Birán al frente del castrismo.
Parecen conclusiones acertadas, pero no lo son. No se sustentan en la sui generis realidad cubana. Y es que el mundo y los propios cubanos conocen poco de la estructura del real poder político en Cuba. No tienen cómo saberlo.
Aunque de jure (legalmente) la Constitución establece que el Partido Comunista de Cuba (PCC) “es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”, en la realidad práctica (de facto) la máxima instancia de poder en Cuba no es el Buró Político del PCC ni su primer secretario, sino un grupo de militares que conforman una mafia que no da la cara al pueblo, actúa tras bambalinas y no rinde cuentas a nadie.
La mafia militar está por encima del PCC
Esa cofradía ilegal e inconstitucional está por encima del Estado, el Gobierno, el Parlamento y el mismísimo PCC. La integran generales, coroneles y comandantes históricos encabezados por Castro II, quien no importa si no tiene cargo oficial o partidista, seguirá siendo el tirano mientras viva. Así se lo ordenó el fundador de la dinastía familiar, su hermano Fidel.
En Cuba no hay tres poderes públicos como en el mundo normal, sino uno superior y seis subordinados. El superior es el de la mafia militar, por encima de bien y el mal, y que en la práctica es un Estado paralelo clandestino que somete a todos los poderes públicos restantes.
Estos últimos, los poderes subordinados, de hecho están subdivididos en dos niveles en cuanto a poder real. En un nivel superior están el Buró Político y el Comité Central del PCC y su Secretariado, que también están por encima del Estado formal, las leyes y la Constitución. Y en un nivel inferior se hallan el presidente de la República, el Consejo de Estado, el primer ministro, el Consejo de Ministros y la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Vale destacar que el Parlamento castrista es una farsa. Solo aprueba lo que ordenan el dictador, la mafia o el PCC. Los diputados jamás han propuesto ni aprobado nada por iniciativa propia e independiente.
Otro detalle casi desconocido es que en el Buró Político solamente cuentan los generales y comandantes históricos. Ellos toman las decisiones importantes. Los restantes miembros solo opinan, si los dejan, y aprueban sin chistar todo lo que deciden los militares.
La numerosa membresía del Buró Político, 17 integrantes en total, es solo para el “figurao” (como se dice en la Isla), pues es un número muy sobredimensionado. Baste saber que el Partido Comunista de Vietnam, tiene 4,5 millones de militantes y el Buró Político tiene 16 miembros, uno menos que el partido castrista, que cuenta con 670.000 militantes. Y el Partido Comunista de China tiene 87 millones de militantes y su Buró Político cuenta con 25 miembros. De haber en Pekín la proporción aplicada en Cuba, el Buró Político en China debiera tener más de 2.000 miembros.
¿Por qué entonces el Buró Político del PCC tiene tantos miembros? Que blancos, negros, mulatos y cuatro mujeres civiles integren ese club máximo partidista tiene dos propósitos básicos: dar imagen de democracia, y para darles “nivel político” a funcionarios con cargos muy importantes en el Gobierno, el PCC y organizaciones de masas. Para que les teman y no se atrevan a contradecirlos.
Por otra parte, no importa lo que diga la Constitución, en Cuba la condición de dictador no la confiere la jefatura del Estado ni la del PCC, sino ser el jefe militar de la nación. Por tanto, Raúl Castro seguirá siendo el jefe de jefes hasta que muera.
Lógicamente, luego del 19 de abril el nuevo primer secretario del PCC será considerado oficialmente como el nuevo dictador y “número uno”. Pero esto será falso. Tendrá que consultarlo todo, todo el tiempo, con Castro II y sus mafiosos, que son sus jefes.
El nuevo primer secretario no será ya el “número uno”
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