A careta quitada: así anda la supremacía blanca cubana
En la Isla el racismo fluye directamente desde lo más alto de la institucionalidad, donde los pocos negros que hay son figurantes
LA HABANA, Cuba.-Una postal con tres vikingas campestres fue el homenaje que Miguel Díaz-Canel, vía Twitter, dedicó a las madres cubanas el pasado domingo. El ingenioso hidalgo del guarapo y la limonada cometió otra pifia imperdonable, de esas que lo dejan muy mal parado, y con él a toda una Nomenclatura que a lo largo de seis décadas se ha esforzado, sin éxito, por no parecer racista.
Tres mujeres blancas, lozanas, bien vestidas, encarnan el ideal que el castrismo, en sus delirios de superioridad racial primermundista, ha restregado en cara del matriarcado cubano, mestizo y negro, castigado por un historial de penurias y abusos causados por el mismo poder político que ya ni siquiera se esfuerza en guardar las apariencias.
Díaz-Canel y comparsa quieren una Cuba blanca de ojos claros, a su imagen y semejanza. Su obesidad, sus modales provincianos, su vocación represiva, su incultura, corresponden al modelo de vida del socialismo tropical, donde la mediocridad es la base de todo; pero fantasean con una Cuba sin negros ni barrios marginales, ni economía de centavos, ni llega y pon. Si pudieran los borrarían de un plumazo del mapa insular, para dejar todo el espacio a una clase más parecida a los Castro, los López-Calleja, los García Frías, los Díaz-Canel Villanueva.
Ajenos como viven a las tribulaciones de una masa empobrecida, ambicionan convertir la Isla en un principado, al estilo de Mónaco o Andorra; un rinconcillo de lujo para blancos ricos, con abundante sol y playa, grandes hoteles, economía de mercado y libertinaje fiscal. Eso es lo que tienen en la cabeza Díaz-Canel y sus asesores, tan incompetentes que pudiendo haberse decantado por la elección del montón, la de siempre, la chea (una postal de Correos de Cuba), se dejaron llevar por sus secretas aspiraciones al suponer que tres generaciones de orondas mujeres rubias serían el mejor homenaje al colectivo aguerrido y multirracial de madres cubanas que amanecieron en la cola del pollo este 9 de mayo, porque para ellas no hay descanso ni en su día, ni en ningún otro.
El rancio conservadurismo de la élite gobernante no puede ocultar su desdén hacia esas madres que no pueden comprar tinte para el cabello, desriz, keratina, champú, acondicionador, cremas para la piel, ropa y calzado, sencillamente porque todos esos artículos hoy se venden en dólares, moneda a la que no pueden acceder miles de mujeres negras y mestizas que conforman los estratos más pobres de la sociedad cubana.
La postal de Díaz-Canel no era, ni de lejos, para esas madres que se liaron a trompadas en una cola para comprar yogurt, en Camagüey; madres y abuelas desesperadas, desarregladas, fruncidas, a quienes la inclemencia de la crisis hizo perder la compostura. Tampoco era para esas negras y mulatas represoras que ponen el cuerpo en la primera línea de choque durante los actos de repudio y las detenciones a activistas por los derechos humanos.
Sería interesante conocer qué piensan ellas del gesto discriminatorio de su presidente Díaz-Canel, y de la gran vida que se dan los blancos mandantes. Es probable que ni siquiera hayan reparado en esos detalles, que no hayan leído los reportajes de investigación publicados por CubaNet sobre los privilegios que disfrutan las familias Castro y López-Calleja, incluso sus parientes más anodinos, blanquísimos todos. Informes como esos corroboran que la postal de la discordia no fue una metedura de pata aislada; sino un reconocimiento predestinado a las níveas mujeres de los clanes que se han adueñado de Cuba.
Me pregunto si la mujer negra y delegada de la circunscripción donde vive la activista Iliana Hernández estará consciente del abismo que existe entre ella y quienes la obligan a ocuparse de una tarea tan deleznable como hostigar a una opositora pacífica. Si lo habrán percibido tantas otras represoras de a pie, policías y miembros desechables del MININT que no tienen descanso por una jabita de aseo, obligadas a enfrentarse con las opositoras, arrestarlas y vigilarlas mientras las “blanquitas” de la Seguridad del Estado llegan cuando les da la gana, fresquitas, en sus motos asignadas, con sus teléfonos petroleros y el “tacho” bien cuidado.
En Cuba el racismo fluye directamente desde lo más alto de la institucionalidad, donde los pocos negros que hay son figurantes, incluida la Viceprimera Ministra Inés María Chapman, quien agradeció a Díaz-Canel en un twitt por la postal de las tres rubias. De algún modo, la funcionaria se vio reflejada en ese cutis escandinavo, bañado de luz ficticia, que para el poder representa la Cuba soñada: un excluyente proyecto de nación que reniega de nuestra diversidad racial, tan publicitada como atractivo turístico, para defender a careta quitada la supremacía blanca.
Así de mal anda Cuba, y así son de terribles los planes que se fraguan en la sombra. Para los blancos y sus familias pingües negocios, prestigio, viajes, puros, whisky. Para los negros, la continuidad del cepo y el grillete disfrazados de socialismo.
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