“The Courier”, o cómo el castrismo casi extingue a la humanidad
“The Courier” es una película a la vieja usanza, de héroes y traidores, sin el agobio y la hipocresía de los nuevos parámetros de realización en Hollywood
MIAMI, Estados Unidos.- Desde que se aliara al sistema comunista internacional, el castrismo mostró su habilidad de influencia y expansión no solo en el área latinoamericana, sino en otros lugares distantes y ajenos del mundo, donde cumplieron los designios de la Unión Soviética, como uno de sus más rebeldes y diligentes satélites.
Las escasas obras artísticas que se aproximan a narrar capítulos de tan perniciosas aventuras son bienvenidas y convenientes para las nuevas generaciones.
Existe, por supuesto, una notable diferencia entre los amagos del actual socialismo, disfrazado de oveja, que florece en los Estados Unidos y en otros países democráticos, y aquel universo original, complejo y represivo, aislado por el muro de Berlín, donde el comunismo se sentía a sus anchas desde el punto de vista geopolítico, impelido por líderes reconocidos y respetados en organizaciones internacionales —aunque cometieran crímenes de lesa humanidad— así como por influyentes artistas e intelectuales, de no menos celebridad, quienes solían recibir el Premio Stalin por la Paz, transformado luego en Premio Lenin cuando Nikita Khrushchev denunció, precisamente, los atropellos del estalinismo.
Vale la pena mencionar algunos de los creadores que merecieron dichos galardones, sin entrar a considerar que provenían de regímenes dictatoriales y enaltecían figuras nefastas para el bienestar de la humanidad: Jorge Amado, Anna Seghers, Ilya Ehrenburg, Paul Robeson, Pablo Neruda, Bertolt Brecht, Nicolás Guillén, Louis Aragon, Pablo Picasso, Oscar Niemeyer, Rafael Alberti, Miguel Ángel Asturias, Joris Ivens y Miguel Otero Silva, entre otros.
Eran unas relaciones tan cómplices y oportunistas, que estos famosos culturales no tuvieron miramientos para compartir, con el paso del tiempo, la nómina de premios con crueles dictadores como Fidel Castro, Leonid Brezhnev, János Kádár, Sukarno y el propio Khrushchev.
Afortunadamente el mundo cambió y solo Corea del Norte, China, Laos, Vietnam, Cuba, Nicaragua y Venezuela integran los últimos bastiones de un sistema social en bancarrota, porque el tristemente célebre “campo socialista” ya se disipó para beneficio de la humanidad.
A propósito de estas circunstancias, ahora se puede disfrutar en diversas plataformas de streaming, así como en algunas salas de cine, el thriller político “The Courier” (El mensajero), que vuelve a remontar los tiempos de la llamada guerra fría, cuando el enfrentamiento ideológico no se andaba con suspicacias y a los soviéticos se les ocurrió instalar cohetes, con potenciales ojivas nucleares, en Cuba, dando lugar a la peligrosa Crisis de Octubre o de los Misiles en 1962, cuando estuvimos cerca de la tercera conflagración mundial.
En esta ocasión, la historia se cuenta desde la perspectiva de dos personas que revelaron el secreto militar ofensivo de los soviéticos a las agencias occidentales de inteligencia: un hombre de negocios británico, sin ningún otro atributo, Greville Wynne, y el coronel de la nomenclatura militar soviética Oleg Penkovsky.
Para el primero constituyó una insospechada y peligrosa tarea patriótica de espionaje aficionado. Mientras que, para el militar ruso, veterano de la Segunda Guerra Mundial, leninista convencido, la idea era evitar la escalada de la carrera armamentista en el área nuclear.
La película muestra, en detalle, dos sociedades en las antípodas, una vigilada, represiva, donde los antagonistas son eliminados físicamente y los niños sufren el adoctrinamiento ideológico, entre otras atrocidades.
Y la democracia, con sus errores enmendables, de personas libres, capaces de enfrentarse, duramente, al bullying de funcionarios gubernamentales mediante francas discusiones. Un mundo que corresponde a la realidad del ser humano con sus ambiciones, esperanzas y frustraciones.
Cuando Penkovsky logra viajar a Londres, como parte de una delegación comercial, Wynne lo invita a cenar a su casa. Gesto que no puede reciprocar el militar ruso porque en la URSS le tienen prohibido agasajar a un extranjero en su hogar.
Estas y otras divergencias son constantemente recordadas, como lecciones oportunas para las nuevas generaciones nacidas y criadas en libertad que, extrañamente, suelen buscar una alternativa social a su suerte con un supuesto socialismo democrático.
La película presenta la reveladora reunión de Khrushchev con los cabecillas de su dictadura del proletariado, donde discuten sobre una isla del Caribe a donde han extendido su influencia.
Durante el encuentro, cierto burócrata comenta despectivo: “Cuba ha dado más problemas de lo que vale. Es nuestro único punto en América Latina pero demasiado aislada, no podemos expandirnos desde allí, es un punto débil para nosotros”.
A lo cual responde Khrushchev: “Pero podemos convertirlo en un punto débil para los estadounidenses”, idea que dio lugar a la siniestra instalación de las armas nucleares a pocas millas de territorio americano, por primera vez en la historia.
“The Courier” es una película a la vieja usanza, de héroes y traidores, sin el agobio y la hipocresía de los nuevos parámetros de realización en Hollywood.
Atañe un asunto siempre tan emergente como el de salvar a la humanidad de una ideología donde la crueldad y la violencia se ponen en práctica para sojuzgar al prójimo, a como dé lugar, sin valorar las aciagas consecuencias.
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