Dos pasajes del Evangelio son particularmente importantes para mí en mi relación con la Madre de Dios. El primero es la Anunciación (Lc 1,26-38), que termina con el fiat de María. Su apertura a la Palabra de Dios y su libre decisión de decir “sí” es el comienzo de nuestra redención. Entonces la tenemos como nuestra Madre del Cielo. Es también para mí una invitación a imitarla en su fiat, aun sabiendo que mi escucha y mi "sí" al Señor serán inconstantes. La siguiente oración me acompaña a diario para que la Santísima Virgen me ayude en mi camino hacia Jesús, su Hijo: “Oh, María, enséñame a decir sí al Señor en cada momento de mi vida; oh, María, enséñame a agradecer al Señor en cada momento de mi vida”. El segundo pasaje es el de las bodas de Caná (Jn 2,1-12). Al informarle a Jesús de la falta de vino en la boda, María le pide que remedie la situación. Pero comprende, en el sentido profundo de la respuesta aparentemente negativa de su Hijo, que aún no ha llegado su hora. María pide a los meseros que sigan sus órdenes, lo que hace posible el milagro de convertir el agua en vino. Esta historia me ayuda a comprender la gran unión de María con Jesús: ella lleva en su corazón la misión de su Hijo. Como su Hijo, al someterle en la oración mis imperfectas peticiones, puedo estar seguro de que la Santísima Virgen les dará sentido y forma para que la respuesta de Dios contribuya a mi bien. Al rezar también cada mañana la consagración a María, trato de permanecer unido a ella. | 
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