Treinta y tres años después de Juana de Arco, acaba de nacer otra Juana, de Francia y de Valois. ¿Quién la conoce? No está en el catálogo de las grandes damas de la historia ni de los santos franceses. Aunque es hija, hermana y esposa de un rey, ninguna niña será más esclavizada, ninguna esposa más despreciada. A la edad de nueve años, se casó por orden de su padre, el rey de Francia Luis XI, con el joven duque Luis de Orleáns, quien la ignoró y engañó durante casi 30 años. Fue un matrimonio no consumado y anulado en 1498 a petición del que se convirtió en el rey Luis XII. Liberada de este marido no deseado al que, no obstante, se había dedicado por completo, concretará en Bourges su aspiración a la vida consagrada. Fundó la Congregación de las Anunciadas cuyo carácter específico es servir a Cristo imitando las virtudes de María, según el voto de la misma Virgen: "Escribe una regla con lo que encuentres escrito sobre mí en el Evangelio”. Juana identificará así en las Escrituras las diez principales virtudes de la madre de Cristo: "la prudencia, la pureza, la humildad, la verdad, la alabanza, la obediencia, la pobreza, la paciencia, y la piedad, lanza de la compasión". Murió de agotamiento el 4 de febrero de 1505, a los 41 años. Cincuenta y seis años después, cuando los hugonotes violaron su tumba para quemar su cuerpo, no había sufrido ninguna descomposición. Sin embargo, se le reduce a cenizas y estas se arrojan al aire libre como sucedió también con las cenizas de la pastora de Domrémy, lanzadas al Sena unos años antes. Esposa de todo lo que la encadenaba, Juana de Francia tuvo la vocación de María al pie de la cruz: lo dio todo y todo le fue quitado. Canonizada por Pío XII el 8 de mayo de 1950, es, después de Clotilde, Radegonda y Batilde, la cuarta santa reina de Francia. |
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