Hay santos nuevos
Comienzan a aparecer organizaciones de toda laya que dicen ocuparse de la situación venezolana, algunas de ellas muestran el currículum de sus promotores y hacen unas presentaciones impecables. Sin embargo, se muestran distantes, son arrogantes en sus promociones que por ratos lucen narcisistas. Casi que se anuncian como los arcángeles portadores del Futuro Testamento y el tono es: “Nosotros que venimos del Olimpo a iluminarlos asquerosos mortales…”. Es decir, aquello que mientan empatía brilla por su ausencia. Me lacera leer la respuesta que me da un queridísimo amigo al que le envié una de esas “cartas de presentación” y le pedí su opinión: “Ver a estos señores fluir en estos espacios ‘cómodos’ es contrastante con la condición de miseria que estamos viviendo”.
Otra amiga no menos querida, y cuya identidad tampoco viene al caso, pero de una sensibilidad y formación académica a prueba de toda duda, me responde escueta: “Es raro, no los siento conectados”; y, unos mensajes después, me dice inmensamente cercana: “Estamos cansados, panita”. No me avergüenza confesar que estuve llorando amargamente, sin poder manejar esta bendita impotencia que siento al ver a lo que ha llegado mi país. El primero de mis amigos me preguntaba sobre una de esas nacientes organizaciones: “¿Qué puede hacer para atender la emergencia, el desastre, que están viviendo los venezolanos?”; más adelante me dice: “Yo como las tres comidas (gracias a Dios y nuestro trabajo) pero mi vecino, el de al ladito de la casa, ya me ha pedido en dos oportunidades que le pase algo de comida porque no tienen qué comer”.
Con ese infierno diario de todo el país, a los aspirantes a burócratas “onegesistas” no se les siente conectados. Ambos amigos me preguntan a su vez por mi opinión, a ambos les respondo con mis profundas reservas que siento ante toda esa parafernalia de la reconstrucción que parece estar brotando cual hongos en las montañas. Por una de esas tantas carambolas vitales que he gozado o padecido, en mayo de 2005 estaba en las oficinas de uno de esos variopintos organismos multilaterales que pululan en Washington DC, y allí presencié el diálogo de dos de sus gerentes medios dedicadas a despotricar de un muy nombrado fondo dedicado a la atención de las madres y niños, y la fastuosa manera que empleaban sus funcionarios para desplazarse y alojarse por el mundo entero. Horas más tarde, mientras cenaba con una de esas voces críticas, no me supo responder, salvo las frases típicas del caso, sobre las similitudes entre aquella organización de las cuales se quejaban y su propia institución.
Ante esta aparición de nuevos iluminados que, cual Carpión Milagrero, poco les falta para anunciar que nos harán levitar hasta el reino de los cielos, ¿qué podemos hacer? Tal vez Dios se olvidó de una vez por todas de la que fuera la Tierra de Gracia. Quizás es tiempo de que políticos, santones, culebreros, burócratas e iluminados se hagan a un lado para que el propio país, en cuya sabiduría ancestral confío, se levante de este mar de cenizas rojas.
© Alfredo Cedeño
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