Nada que envidiarle a la barbarie
“Chávez es el único que puede evitar una guerra civil aquí en Venezuela”. Esas palabras fueron expresadas en una conversación que sostuvimos hace algunos años con un exfiscal del régimen. Desde entonces esa aseveración se ha convertido en un manido lema en el que subyace un solapado chantaje que puede resumirse en otra sentencia: “Después de mí, el diluvio”. Lo cierto es que en el país se ha desatado desde hace años una sistemática guerra contra los civiles.
Vienen al caso algunas consideraciones. Superada como fue la monarquía en América con la instauración de sistemas republicanos que se nutrieron de los ideales de la Revolución francesa, resulta difícil precisar si luego, en algún momento de nuestra decimonónica historia republicana, hubo realmente algún enfrentamiento bélico interno -de alta o baja intensidad- animado por razones ideológicas.
Mas allá de las sempiternas diferencias entre federalistas y centralistas, en rebeliones de caudillos que ocasionaron la muerte de cientos de miles de venezolanos que tuvieron su clímax en la Guerra Federal, el resultado del planteamiento bélico muchas veces mostró que su razón de ser devino luego en simple retórica, como fue el caso del liberal Guzmán Blanco, quien ya en el poder ejerció un férreo mandato autoritario y centralista.
Generalmente las motivaciones de esos enfrentamientos fueron apetencias de poder, para mantenerlo o alcanzarlo con montoneras o escaramuzas. Todo se resumía en la franqueable posición liberal o conservadora con sus medias tintas. Esa visión plana, sin valor agregado, poco aportó para que en el país se instaurara un sistema político avanzado que nos hubiera ahorrado los sinsabores del atraso y el yugo en el que nos mantuvieron los militares durante largos periodos en el siglo XX.
Está lejos de nuestro ánimo exaltar la Revolución bolchevique vistas sus penosas consecuencias; sin embargo, es de reconocer el inicial impacto redentor que tuvo el leninismo republicano en el mundo y particularmente en nuestro país. Fue -en aquel entonces- un acicate que le dio contenido al verdadero debate ideológico en aquellos jóvenes del primer tercio del siglo XX.
Muy pronto, un visionario Rómulo Betancourt concibió y desarrolló un auténtico sistema político democrático nacional, producto de su evolución ideológica y del gran conocimiento de nuestra idiosincrasia. Lo llevó a la praxis y Venezuela pasó de ser un país oprimido y sin libertades públicas a ser una nación de ciudadanos con real ejercicio de sus derechos políticos. Nunca antes ni después de los mandatos democráticos los venezolanos hemos estado en sintonía con los grandes avances en todos los aspectos de la vida nacional para el desarrollo y bienestar para el venezolano, que tuvo en la inclusión social y en la igualdad de oportunidades dos características fundamentales.
Más que una revolución fue una verdadera evolución la que determinó la transformación del país. Fueron los ideales democráticos de grandes venezolanos de distintas tendencias políticas los que le dieron fuelle a nuestra nación; incluso, hasta en su aleccionadora forma de superar los escollos, como fueron los casos de los enfrentamientos violentos de quienes luego se acogieron a las bondades del sistema. El tema de una verdadera descentralización fue medular para Carlos Andrés Pérez, así lo corroboró con la elección popular de gobernadores y alcaldes.
Hoy la realidad es distinta. Venezuela se encuentra desestructurada y por tanto disfuncional en todos los sentidos. Está sumergida en un mar de antivalores y avanza con esa pesada carga hacia el abismo. El planteamiento ideológico pasó a ser un mero instrumento para solapar las ansias de poder. Ha sido insaciable el enriquecimiento ilícito de muchos funcionarios y los llamados bolichicos que deshonestamente han mermado el erario público. No hay aspecto de la vida nacional que escape al afán destructivo y pernicioso de quienes detentan el poder. Hoy tenemos a un país amputado en sus derechos, su territorio y soberanía.
Venezuela ha involucionado y hoy se encuentra postrada ante tanta desidia y perfidia de quienes en algún momento representaron para muchos venezolanos una esperanza. La formación política de los liderazgos -que debe llevar consigo el oficio- cedió ante la ambición e interés grupales y particulares. La engañifa del socialismo del siglo XXI, en el que se enmascaran esos antivalores, nada tiene que envidiarle a la barbarie que se impuso por varios años en el siglo XIX.
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