Pedro Juan Gutiérrez: una serpiente que se muerde la cola
A nadie debe extrañarle que un hombre que describa con tanta minuciosidad la realidad cubana no encuentre un culpable de tanta humillación, ni tome partido con la imagen que vende al exterior de una revolución excluyente y corrupta
GRANMA, Cuba. – A diferencia de mi amigo y colega Luis Cino Álvarez, yo no admiro a Pedro Juan Gutiérrez (autor, entre otros, del libro de cuentos Carne de perro, una especie de autobiografía degradante que lo define). Para mi criterio, en sus recientes declaraciones a Cubaencuentro no hizo más que morderse la cola de la serpiente que lo habita en busca de aceptación en el ominoso redil de la intelectualidad cubana. Un animal tropical fuera de su coto de caza suele babear y mover la cola.
La pretendida imagen de ser un demiurgo de la literatura cubana que ha creado sus libros –sin camisas, con un trozo de pan en una mano y la botella de ron en la otra– desde la azotea de un edificio en ruinas en Centro Habana es solo un ejercicio de marketing para venderse como el marginal castigado por la censura en un escenario cultural como el cubano, donde la disidencia temática o política de los escritores y artistas se paga con el ostracismo, la prisión o el exilio.
Si bien la obra de Pedro Juan crea rechazo en unos y elogios entre otros por la crudeza de su literatura y el realismo sucio en que la tematiza, estructura y sumerge a través de palabrotas, sexo desenfrenado, violencia y ambientes escatológicos, el autor no cumple con la función de “dar voz a los perdedores, a quienes no hacen la historia, pero la historia les ocurre”, como dejara escrito en 1999 el Premio Nobel de Literatura Günter Grass.
Pedro Juan sólo alimenta su ego de “omnímodo” observador y crea personajes que son detritus humano sin alma, cerebros, valores ni voces para defenderse de la marginalidad impuesta por la revolución, y que por causa de su condición de negros, homosexuales, mujeres y viejos de Centro Habana, cumplen con el invariable papel de seres caricaturescos asignado por el gran narrador.
Como he debatido con mi colega Luis Cino en innumerables ocasiones, la literatura escrita por Pedro Juan Gutiérrez, pese a develar un escenario real en cualquier región de Cuba, está teñida de un tono de oportunismo y complacencia con esa parte del orgullo español que aún sangra por la herida de haber perdido Cuba, y disfrutan en vernos como a indios con levitas y en taparrabos.
De ahí que a nadie debe extrañarle que un hombre que describa con tanta minuciosidad la realidad cubana no encuentre un culpable de tanta humillación, ni tome partido con la imagen que vende al exterior de una revolución excluyente y corrupta. ¿Acaso no ven al farolero que busca el filón de un tema con garantía de ventas y grupos de seguidores desde una visión “neutral”?
Por eso es que coincido con lo escrito por mi colega Cino en su artículo El apoliticismo de Pedro Juan Gutiérrez, publicado en este mismo diario, donde señala que el escritor de marras, al referirse de modo esquivo y apocado a la situación cubana, “se muestra más que cobarde, hipócrita y cínico”, algo que, a mi criterio, siempre ha sido y es, pese a su encomiable labor de desvelar parte del submundo dantesco que subyace en el país.
Un momento abyecto solo compatible con los que realizan los más sumisos defensores de la Política Cultural de la Revolución –al mejor estilo de Abel Prieto y Fernando Rojas, entre otros de su calaña– es en el que, dice Cino, el escritor se muestra “benévolo y hasta comprensivo con la censura frente al entrevistador”, la cual achaca a “oportunistas que siempre aparecen en sociedades tan politizadas”, para más adelante asegurar que “la censura que había –¿ya no hay? – era una especie de vocación provinciana de no ver las cosas con amplitud”. ¡Qué triste final, Pedro Juan!
Para mi criterio, el supuesto apoliticismo de Pedro Juan Gutiérrez es consustancial a todo tipo de fantoches y arribistas que integran las filas de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba (UNEAC). Su pose de transgresor no es más que un acto de onanismo mental y falsa libertad creativa.
Se acabó la época de los héroes en Cuba, Pedro Juan, pero la de los de pacotilla como tú, que recibían un carro para reportar en las páginas del semanario Trabajadores que en los campos de Cuba se caminaba sobre guardarrayas de azúcar y los platanales pintaban el cielo de verdor. Te quedaste sin chistes, Pedro Juan. La obra que después escribiste sin apenas cambiar tu traje de bufón de la corte de los milagros castristas hoy la hacen nuevos héroes, pero desde la oposición.
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