Un recule para sobrevivir, por Pedro Luis Echeverria
Twitter: @PLEcheverria
El régimen, agobiado por sus falencias, por su incompetencia y por su evidente incapacidad para conducir al país por una senda de equilibrio y desarrollo —que contribuya a normalizar y mejorar, de alguna manera, la calidad de vida para los ciudadanos de este país—, convencido de que mediante el modelo que ha venido aplicando no lo ha conseguido ni lo conseguirá; se ha persuadido del descalabro de su gestión debido a que, finalmente, ha entendido que las bases sobre las cuales ha venido gobernando han fracasado estrepitosamente.
Nos referimos fundamentalmente al grave error que cometió al haber fundamentado y confiado la estructura institucional del país, el control social del mismo y la existencia de una Fuerzas Armadas fieles y privilegiadas, a un partido único: el PSUV. A este se le encomendó el control y funcionamiento del aparato del Estado, su administración, con lo que el sistema burocrático fue plagado por incompetentes y corruptos con los resultados harto conocidos.
Asimismo, en la práctica cotidiana del quehacer nacional, la burocracia gobernante ha instituido que el ciudadano común, le guste o no, si quiere trabajar, comer, que sean atendidas sus necesidades básicas de vida, tiene que obtener el mal llamado «carnet de la patria» y demostrar en público, las veces que el régimen lo requiera, que es un sincero militante del «proceso».
Esta manera de gobernar, entre otros males, ocasionó la triste emigración masiva de ciudadanos y, entre ellos, de los más destacados intelectuales, científicos, escritores y artistas.
Una diáspora que posiblemente no regresará nunca, y que hoy por hoy, contribuye a enriquecer el desempeño económico, cultural y social de otros países del orbe. Ello ha empobrecido a Venezuela y le ha causado un grave e irreparable daño cuyas consecuencias continuaremos sufriendo por mucho tiempo.
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Por muchas razones adicionales a las expuestas en párrafos precedentes, el régimen no ha podido sustraerse —aunque muy en contra de su voluntad— a la presión que ejerce la evolución del país y a la exigencia de la gente para que les proporcione vivir en forma más civilizada y cónsona con los tiempos actuales.
Convencido también de que el cambio es inevitable, ha empezado, con bastante timidez, a intentar establecer una suerte de apertura política y económica que genera, simultáneamente entre los venezolanos y la mayoría de miembros de la comunidad internacional, sentimientos de esperanza, dudas, escepticismo y miedo.
Internamente el régimen y sus dirigentes están divididos: de una parte, los continuistas y nostálgicos del pensamiento dictatorial y absolutista del que se fue, y de la otra, los partidarios de democratizar algo al régimen, de aceptar moverse en el juego democrático convencional, conscientes de que el negocio se acaba y de que es necesario situarse ante lo que viene; en consecuencia, tratar de salvar lo que irremisiblemente perderán (poder, canonjías, lucrativos negocios, impunidad, etc.), es decir, situarse de cara al futuro, pero manteniendo los privilegios del pasado.
Cuando una Venezuela agitada por vientos de libertad, el despertar y radicalización de la oposición política, la conciencia ciudadana de contestación social para obligar al régimen a hacer las cosas de otra manera no puede ni debe conformarse con la mezquina apertura que está ofreciendo un aparato madurista que, hasta hace poco, se había negado a evolucionar hacia fórmulas razonablemente convenientes para el país, concebido como un todo.
Un conjunto variado de opiniones, organizaciones civiles y empresariales, pequeños y grandes partidos políticos, oportunistas reciclados y auténticos luchadores por la libertad, constituye un formidable espectro político que, sin estar coordinados y unidos entre sí, dejan claro que el chavomadurismo y la continuidad de Maduro están llegando a su fin. Solo la sociedad civil tiene la autoridad y legitimidad para dirigir un proceso de democratización. Ello le plantea al país elegir entre permitir el continuismo madurista, con una máscara de modernidad que no engaña a nadie, o asumir la realidad de que los venezolanos mayoritariamente pedimos el cese definitivo de la dictadura.
Esta es una gran oportunidad que se abre y debemos aprovecharla sin ambages ni dudas.
Pedro Luis Echeverria es economista y consultor.
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