espíritus pandemia
Foto: CRISTIAN HERNANDEZ / AFP)

Víctor Medina derrumba de una patada una ardiente pira y atraviesa las brasas descalzo. Camina sobre el fuego con paso firme y la mirada perdida mientras encarna un espíritu aborigen durante un ritual dedicado al fin de la pandemia en la montaña de Sorte, capital del espiritismo en Venezuela.

Toma un tronco en llamas y lo estrella contra su cabeza, adornada con un tocado de plumas. Agarra otro tizón y lo muerde sin vacilar. Da zancadas rápidas por el terreno frente a Jeancarlos Liscano, un compañero que lo persigue escupiéndole buches de aguardiente.

«¡Fuerza!», le gritan durante el «baile en candela», celebrado en las faldas de esta montaña del estado Yaracuy, donde, según la tradición, apareció María Lionza, diosa de este culto sincrético que mezcla elementos de las religiones indígenas y africanas con el catolicismo, la religión dominante en Venezuela.

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«Lo hacemos en homenaje a la reina (…) en especial para que nos aleje de esta pandemia», dice a la AFP Liscano, docente de 40 años de edad, antes de lanzarse al fuego.

Cada 12 de octubre, día de la Resistencia Indígena en Venezuela, miles de creyentes acuden a este selvático epicentro del espiritismo y la santería para rendir culto a la imagen de María Lionza representada sobre una danta (tapir).

Restricciones por la pandemia de coronavirus impidieron que la gente se congregara para el ritual de 2020, cuando apenas asistió una veintena de habitantes de las cercanías.

Pero este año, con permiso de las autoridades, vuelven a ser miles (muchos de los cuales aseguran estar vacunados) aunque lejos de las multitudes de años pasados debido a la crisis económica y la escasez de combustible.

Dos compañeros de danza de Medina murieron a causa del coronavirus. «Hoy se le está rindiendo homenaje a ellos», explica este panadero de 33 años. Fumando tabaco, se prepara para invocar al Cacique Tiuna, que vivió hace 500 años.

Antes de iniciar la ceremonia que demuestra el poder de los espíritus en la Tierra, se guarda un minuto de silencio por los muertos que ha dejado el covid-19 en Venezuela.

Y comienzan a repicar los tambores. «¡Que venga, que venga, que no le tengo miedo!», corean espectadores, que se mueven involuntariamente a su ritmo frente a cuatro hogueras a punto de terminar en brasas.

Negro por el hollín, Medina se siente «excelente» tras cumplir el ritual por séptima vez. «Tengo el cuerpo un poquito ahogado», ríe.

«Algo normal»

Unas 5.000 personas se acomodaron en Quibayo, popular sector de la montaña de Sorte, en improvisados campamentos con altares que llegan a medir varios metros de largo, donde María Lionza aparece como una Virgen sonriente, rodeada de velas, frutas y flores.

La acompañan, como una especie de trinidad, el Cacique indígena Guaicaipuro y Pedro Camejo, llamado «Negro Primero», soldado de la causa independentista. Hay culto también a próceres libertadores, médicos, vikingos, incluso «malandros», como se llama a los delincuentes en Venezuela.

Invocando al vikingo «Mr. Robdison», Tilo Pereira comienza a escupir sangre mientras se retuerce. Otro espiritista le echa agua mientras que el comerciante de 50 años, con el pecho desnudo cubierto de sangre, busca atravesar con una larga aguja la parte baja de su boca. Consigue traspasar su mejilla izquierda.

Pereira es «materia», como se llama a las personas que usan los espíritus para aconsejar a los vivos y practicar rituales curativos. En estado de trance, se cortan con hojillas o cuchillos y caminan sobre vidrio.

«El espíritu te arropa», explica Pereira, que curiosamente le tiene pavor a las agujas. «Para ellos es algo normal».

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Montaña «mágica»

Krashnahia González considera «mágica» a la montaña de Sorte, de unas 11.000 hectáreas, devenida en monumento natural. Contagiada de covid-19 hace un mes, recurrió a los poderes curativos de los pozos de Sorte que confluyen en el río Yaracuy.

«Preparé mi tecito, mi cosa, me llevé mi ropa pa’ allá arriba y me eché un baño de agua fría (…) desnudita, me sacudí esas energías negativas con jabón azul», cuenta la espiritista de 57 años.

«Se me quitó todo» en aproximadamente una hora, asegura esta devota de «la reina» protectora de la naturaleza.

José Bernal llegó a Quibayo desde Valencia, estado Carabobo, con los pulmones afectados, buscando recuperarse de las secuelas del covid-19.

Un espiritista le echa humo de tabaco y lo baña con jugo de frutas. Bernal, dócil, recibe el «velado» de sanación sentado con ojos cerrados. Después, ambos caminan hasta el río, donde este obrero de 61 años se persigna tres veces antes de sumergirse y lavarse con jabón.

«Este viene siendo el hospital espiritual», justifica el espiritista Jeckson Méndez, desestimando cualquier «brujería mala».

«Agarrando más energía», Bernal espera que María Lionza «termine de hacer el milagro de una recuperación».