Ida Gramcko entre las flores
POR Milagros Socorro
PRODAVINCI, 17/10/2021
El momento es crucial y el fotógrafo lo sabe. La conoce muy bien, es su tío y uno de sus mejores y más constantes amigos. Este día, Ida Gramcko ha salido de su habitación de enferma, se ha vestido y acicalado, tras meses desceñida y ausente, y ha venido de visita. Aún se la ve ojerosa y su postura parece incómoda, inadaptada todavía al nuevo grosor de su cintura y torso. En cuestión de semanas, consecuencia de los tratamientos para sus dolencias, ha ganado peso y perdido la finura del talle.
El fotógrafo, Alfredo Cortina, debe haberla inducido a salir un rato al jardín. Le vendría bien un poco de sol. Ida adora el jardín de Ely, como alude siempre a la también escritora Elizabeth Schön, amiga de infancia y joven esposa de su tío Alfredo Cortina. Entre los arbustos, naturaleza gentil, nada amenazante, Ida se relaja. El follaje no tiene historia ni es asediado por fantasmas. Entre las humildes flores, que parecen centavos regados en una alfombra, ella luce cómoda. Algo se ha detenido, el tiempo ha suspendido el galopar que marca la profundización de la melancolía, el deterioro de su cuerpo, la definitiva pérdida de su belleza de muchacha poeta, genio precoz de rostro encantador, que fue elogiada con asombro por quienes leían sus versos y la veían, remota, con pisada de fieltro, cara de ángel y cintura de vestal.
Tanto ella como el fotógrafo saben de dónde viene y a dónde sin remedio se dirige. Pero este instante, de abeja y patio, la fotografía, esa forma que a veces adoptan el cariño y el ansia, va a retenerla, floral e íntegra, a salvo del dolor, el desvarío y el fármaco.
Ella parece saber lo que él tiene en mente. Es consciente de que quiere fijar los últimos destellos de la juventud de Ida, la más pequeña de las tres gracias (Elizabeth Schön y las hermanas Elsa e Ida Gramcko). Cómo no responder con gesto jovial a tanto desvelo. Ella, pues, sonríe con el coraje secreto de quienes emprenden camino espinoso con avío tibio.
Hija de Henrique José Gramcko Brandt y su prima hermana Elena Margarita Cortina Gramcko, Ida había nacido en Puerto Cabello, el 11 de octubre de 1924. Este día de 1960, cuando fue hecha la fotografía, Ida tiene 35 años (la iluminación y su ropa indican que es verano en Caracas y está a punto de cumplir los 36). Ya ha publicado libros, como La vara mágica y Poemas, así como reportajes que le habían asegurado un puesto de honor en la historia de la literatura de la hispanidad; ha sido representante consular de Venezuela en Moscú (en 1949, a los 25 años, carrera diplomática que interrumpió para no estar en la plantilla del dictador Pérez Jiménez); pero no ha ido a la escuela, lo hará a los 38 años, cuando emprenderá la primaria, luego el bachillerato hasta ingresar en la UCV donde va a diplomarse e ingresar al cuerpo docente. El singular rezago se debe a que la infancia de las hermanas Gramcko transcurrió en un encierro dictaminado por su padre (temeroso de enfermedades y contagios), al punto que solo salían por las tardes a visitar a las tías Gramcko, de la mano de papá. No fueron jamás siquiera al mar (vivieron en Puerto Cabello hasta que Ida tuvo 15 años, cuando se mudaron a Caracas).
Y ha salido de una crisis de salud que la ha dejado exhausta. No ha dejado, sin embargo, de escribir. «Día que no escribo algo, día perdido”, solía decir. Y su biógrafa, la también poeta y ensayista Gabriela Kizer, la describe como «una mujer que vivió absolutamente entregada a la escritura», que es como decir a la lectura, hábito que adquirió, en imitación de su madre, desde que era una criatura.
Cuando Alfredo Cortina hizo esta foto, Ida se encontraba en la mitad de su vida. Exactamente. Muy rápido ha transcurrido el tramo en que se convierte en niña prodigio que, en agosto de 1940, cuando tenía 15 años, merecería el canto de un Andrés Eloy Blanco, extasiado y profético: «¡Apenas una niña / y ya tendida en cruz el alma / sobre la piedra lírica! […] Apenas una niña / y ya sobre la piedra, acribillada / y el corazón mirando a la luz por la herida». Ya había renovado el periodismo venezolano con sus crónicas y entrevistas en El Nacional, que había empezado a circular el 3 de agosto de 1943.
—Cuenta Elisa Lerner —escribe Gabriela Kizer— que Miguel Otero Silva la llamaba “una orquídea en la solapa de El Nacional”. Bella, inteligente y aguda, Ida Gramcko logró hacerse en corto tiempo de un lugar destacado en el ámbito periodístico venezolano.
Ya había consolidado su fama de escritora, alma refinada y muchacha espléndida. «Como ha señalado Guillermo Sucre en un artículo “Sobre la poesía de Ida Gramcko”», apunta Gabriela Kizer, «que cuando leyó Poemas y se percató de que “este gran corpus verbal y métrico” había sido escrito por una veinteañera, la imagen de “la muchacha poeta e iluminada” quedó grabada en su mente: “Ella fue siempre la muchacha, la doncella de nuestra poesía (…) sobre todo en el sentido simbólico y mítico. Si un poeta es o debe ser su obra, ese fue el sentido que ella encarnó en la suya”».
Ya había electrizado al público en recitales desde que era una adolescente; ya había ganado importantes premios; ya se había convertido, según el crítico e historiador del arte Juan Carlos Palenzuela, «en el primer autor venezolano en razonar, desde la estética, el arte abstracto. Y ya se le había venido el mundo encima, en la forma de una lava de depresión, ansiedad, insomnio, pánico, delirios… un calvario que, según cuenta Kizer, sería identificado por el doctor Rísquez como “una enfermedad vieja, que requeriría tratamiento largo”. Y así fue. De resultas que la señora Ida mejoró, pero entre las vendas arrojadas al cesto de basura se fue enredada la mujer hermosa que había sido. Esto no sería un dato si no fuera porque su organismo quedó minado de verdad. Todo indicaba, además, que por delante tenía una senda de dolor de cuyo cáliz nadie podría apartarla.
Eso es lo que ella atisbó ese mediodía de 1960, cuando Alfredo Cortina captó ese íntimo temblor y esa sonrisa como de santa mártir que acepta su destino.
Ida Gramcko murió 35 años después. El 2 de mayo de 1994.
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