El estallido argentino podría combinar elementos de las últimas tres grandes crisis
La salida de Martín Guzmán parece haber desencadenado la severa crisis económica que se venía postergando en Argentina.
Le podrán echar la culpa a Mauricio Macri, a la pandemia del coronavirus, a la guerra de Europa del Este y hasta a Martín Guzmán, que abandonó el ministerio de Economía cuando vio que el destino estaba escrito y el kirchnerismo no lo dejaba la mínima autonomía de gestión. Sin embargo, el estallido que ya se percibe como inevitable, tiene otras causas mucho más profundas que ya son conocidas para los argentinos.
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Un denominador común de los últimos tres escenarios de debacle fue la presencia de un mandatario débil en la Casa Rosada. Aunque las problemáticas fiscales, las distorsiones en los precios relativos y los problemas estructurales se arrastren de más tiempo, las extensas agonías parecen profundizarse y agudizarse cuando el mandatario de turno no cuenta con las espaldas políticas suficientes como para seguir escondiendo la basura debajo de la alfombra.
La situación actual, que como en el pasado comparte el mismo contexto de déficit fiscal y de una serie de medidas contraproducentes y desesperadas ante los incendios diarios, es tan delicada que, no solamente recuerda las crisis anteriores, sino que combina los elementos de varias de ellas juntas. Un combo explosivo que no puede terminar bien, ni medianamente mal.
Si algo dejó en evidencia que la llegada de Silvina Batakis no era más que el pie en el acelerador para el desastre, fue la respuesta que dio ante una pregunta histórica. Le consultaron sobre su referente en materia de ministros de Economía y la flamante funcionaria no dudó un instante: “José Ber Gelbard”, dijo.
Para los que no lo conocen o recuerdan, Gelbard fue el último ministro de Economía que designó en vida Juan Domingo Perón, en su última presidencia de 1974. Como en una experiencia resumida de lo que fue todo el proceso kirchnerista, el funcionario tuvo un primer año holgado gracias a los precios internacionales. Pero cuando el contexto internacional cambió, lo que se agravó por la Crisis del petróleo, Gelbard decidió mantener una política absolutamente insustentable: mantuvo artificialmente bajo el tipo de cambio, cubrió el déficit imprimiendo billetes y buscó evitar la inflación con extensos controles de precios. Las reservas internacionales, que eran 1400 millones de dólares para finales de 1974 cayeron a la mitad para mediados del año siguiente. Aunque el nombre del ministro que destapó la olla fue Celestino Rodrigo, ya en la presidencia de María Estela Martínez de Perón, el “rodrigazo” de 1975 (que tuvo aumentos de servicios, combustible y energía por 180% y un aumento del 100% en la inflación), el responsable principal del desastre fue el ídolo de la actual ministra, que se muestra obstinada en seguir sus pasos.
El contexto previo al rodrigazo se parece bastante al actual. Batakis dice que “no va a devaluar”, cuando lo cierto es que la devaluación ya es un hecho y lo único que hace es retrasar un tipo de cambio oficial que aumenta las distorsiones en la economía. Mientras tanto, siguen los subsidios, las tarifas reguladas, controles de precios y aumenta la brecha entre el dólar libre y el oficial. ¿Cómo puede terminar todo esto? No hay muchos escenarios posibles.
Siguiendo la línea de admirados fracasados por la administración actual, la hiperinflación de Raúl Alfonsín es otra referencia inevitable. Tanto por el riesgo de repetir la historia como por la admiración que le profesa Alberto Fernández al expresidente radical que tuvo que abandonar el poder antes de tiempo. A las problemáticas permanentes argentinas, y a la destrucción de varios signos monetarios, el alfonsinismo propuso cambiar la historia con el denominado “Plan Austral” lanzado en 1985. Aunque se vendió como el lanzamiento de un plan “ortodoxo”, de la mano con una moneda “fuerte”, las empresas públicas deficitarias, la emisión monetaria descontrolada y una economía cerrada al mundo hicieron que todo vuele por los aires en dos años. Para 1987, el plan ya agonizaba y en la segunda mitad del mandato todo voló por los aires. Luego de perder reservas sistemáticamente, de la mano de una política caprichosa e insustentable similar a la de hoy, el Banco Central se quedó sin divisas el 6 de febrero de 1989.
Del 460% de inflación que hubo en abril de ese año, se pasó 764% de mayo. Finalmente se adelantaron las elecciones y el traspaso del poder. Cuando Carlos Menem y Domingo Cavallo cortaron con el proceso inflacionario con el plan de convertibilidad, el austral que compraba un dólar, y ofrecía 15 centavos de vuelto en 1985, terminó con una paridad con la moneda norteamericana de 10000 a 1.
Por estas horas la presión inflacionaria se recalienta, y como si fuera poco, Fernández dice que su referente es Alfonsín y Batakis considera que puede seguir imprimiendo billetes sin que nada pase.
Claro que, además de las distorsiones que vienen de rato largo que podrían generar otro rodrigazo y del riesgo de una nueva hiperinflación, Argentina tiene también grandes probabilidades de combinar esos desastres con una crisis de deuda y un nuevo default. Aunque el kirchnerismo suele relacionar a Fernando de la Rúa con el desastre 2001/2002, lo cierto es que el último presidente radical heredó una situación compleja, que es cierto que no se animó a revertir. Lo mismo que Mauricio Macri y que el período del saliente Martín Guzmán. Durante la década de la convertibilidad, que no tuvo emisión monetaria inflacionaria, el déficit fiscal de nación y provincias se financió por un FMI y un Banco Mundial que giraban cheques irresponsablemente año tras año.
De la Rúa, que acertó convocando a Ricardo López Murphy para poner las cuentas en orden, no se animó a respaldar el plan de corrección luego de unas manifestaciones y renuncias en su gabinete. Decidió confiar en Cavallo y su promesa de “salir sin ajuste”. Pero el “superministro” de los noventa no pudo convencer a los acreedores y terminó cayendo el gobierno en diciembre de 2001, con la siempre presente “ayudita” del peronismo en la oposición.
Hoy, las manifestaciones de las “organizaciones sociales” ya se le animan al peronismo y le piden a un Estado quebrado delirios como un “ingreso universal” y aumentos en los planes sociales. Si Fernández y Batakis acceden a algunas de estas demandas, esto sería sinónimo inmediato de incumplir las metas pautadas con el FMI, firmadas por Guzmán cuando pudo patear para adelante el problema y evitar el default el año pasado. Por estas horas, el presidente debe decidir si enfrenta los monstruos que ayudó crear o si se somete a las demandas, generando una nueva crisis de deuda como hace poco más de veinte años.
Como vemos, el escenario es más que complejo y no puede terminar bien. ¿Será como en 1975, 1989 o 2001? Lo terrible es que puede ser como todo eso junto.
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