SEÑOR MADURO, A USTED TAMBIÉN LE
LLEGARÁ SU HORA
De Rosalía Moros de Borregales es el
artículo publicado el sábado 15 de febrero de 2014 en El Universal con el mismo título de este capítulo, el cual reza
así:
-Señor Maduro, no hay
nada que ciegue más el entendimiento que una posición de poder. El alma del ser
humano es débil, los halagos, los lujos y la sumisión de otros la envanecen
llenándole el corazón de soberbia. Lamentablemente, muchos viven lo momentáneo
como si fuera lo definitivo; olvidan que la tierra gira, que el mismo Sol
abraza a unos y a otros, que cuando la noche llega nos arropa a todos con su
manto. Todos tenemos un ciclo de vida en esta tierra, lo importante es cómo la
vivimos, la huella que dejamos a nuestro paso, el registro de nuestras acciones
en la vida de otros.
Ese minúsculo poder
otorgado a algunos políticos mediante elecciones democráticas, usurpado por
otros, les concede a ciertos hombres capacidades que les hacen pensar de sí
mismos más allá de los límites de la cordura, sin ponderación alguna. La
vanagloria les ciega el razonamiento, les nubla la vista; todo lo que ven en el
futuro es la imagen hipertrófica de ellos mismos sentados en su trono de poder.
Una combinación exquisita para estos enfermos de la autoridad es el control del
dinero y de las armas. El dinero, que de acuerdo al criterio del hombre
déspota, compra todo, hasta las voluntades humanas. Las armas, que amedrentan
pueblos enteros, que subyugan voluntades, que apagan vidas.
Mientras usted, señor
Maduro, elegantemente vestido, adornado con la cinta de la más alta
magistratura de nuestro país, la cual le queda grande, se enaltecía en el
despliegue de un desfile militar que irónicamente incorporó hasta la imagen de
la virgen junto con los diablos de Yare; inocentes muchachos paridos por
nuestra tierra encontraron la muerte cuando buscaban la libertad. Abatidos por
las manos de sus policías, de sus colectivos armados, de los monstruos creados
por el peor legado de nuestra historia, el odio de su comandante Chávez.
Policías incapaces de defendernos en la insegura cotidianidad del venezolano.
Grupos violentos que demuestran una vez más, que aquí los únicos que no están
armados son los ciudadanos comunes, porque todos los que están a su servicio,
con uniforme o sin él, poseen armas de guerra.
Cuando usted, señor
Maduro, pretendía obligar a todos los venezolanos a ver su ególatra desfile,
cuando usted pretendía hacerle creer al mundo que Venezuela estaba de
celebración, los venezolanos en toda la geografía nacional se las ingeniaron
para tomar videos, para registrar para los ojos propios y los del mundo entero
lo que estaba sucediendo. Porque usted, mal asesorado por esos cachuchas verdes
que solo lo aprecian por la riqueza de nuestra nación, nos ha ido apagando
todos los medios de comunicación. A todos les ha ido llegando su hora, como
recientemente usted lo declaró. Si, quizá, a todos los medios les llegará su
hora, porque, por un tiempo, usted tiene el poder para cerrarlos; pero, por
encima de su poder está el poder de Dios, cuyos ojos se pasean por toda la
tierra, cuya justicia se ejecuta desde los cielos, cuya sentencia para aquellos
que matan inocentes ya está determinada.
Su hora, señor Maduro,
la mía, y la de cada venezolano ciertamente nos llegará. Recuerde, que muchos
de sus filas cuando más omnipotentes se sintieron, cuando ensoberbecidos por su
raquítico poder pensaron que todo lo podían, fueron sorprendidos por hechos que
ni el dinero, ni las armas, ni todo su poder pudieron resolver.
Inexorablemente, hay una sentencia divina sobre la vida de cada hombre, ante la
cual todas las fuerzas de la tierra no tienen poder alguno. Recuerde, ante los
ojos de Dios lo que importa es lo que ha atesorado en su corazón. ¡Al altivo lo
humilla y al humilde lo exalta!
Al final apuntó:
-Porque para todo lo
que quieras hay un tiempo y un cómo, aunque el gran mal que pesa sobre el
hombre es no saber lo que ha de ocurrir; y el cuándo haya de ocurrir, ¿quién se
lo va a anunciar? No hay hombre que tenga potestad sobre el aliento de vida
para poder conservarlo, ni potestad sobre el día de la muerte. Y no valen armas
en tal guerra, ni la maldad librará al malvado". Eclesiastés 7:6-8.
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