Carta a Venezuela, por Alexander Cambero
Twitter: @alecambero
Te escribo –con las manos temblorosas– mientras la luz de una vela languidece frente al tumultuoso arrebato de la oscuridad. Un buen día pastoreaste la gloria de ser grande. Una nación con gran potencialidad nos asumió como parte de su estadística. La patria no solo fue una larga extensión basada en leguas de brillantes oportunidades. Era un animoso camino de coyunturas, en donde estaba disponible el porvenir.
Venezuela no tuvo que imitar a héroes mitológicos, colgados sobre fantasmagóricas epopeyas de cuentos. Tampoco necesitó que sus guerreros volaran en alfombras mágicas, como dioses ungidos de solemnidad. Sus próceres no fueron harina de otro costal. Cuando necesitó que la emancipación cambiara el curso de la historia, sencillamente los parió. Para que se encargaran de protagonizar sus lustrosos capítulos republicanos.
En las mismas calles de la atildada Caracas, podían cruzarse el pensamiento vital de Andrés Bello, con el arrebatado tizón independentista de Francisco de Miranda, mientras Simón Bolívar, era amamantado por la ubre de ser libre. En el umbral de tu regazo alumbraste nuestros ojos. Las entrañas de tu haber fueron el domicilio de las primeras ilusiones.
Ser venezolano fue un placentero sello de distinción, que podíamos exhibir con hondo regocijo. Por oleadas llegaban al país inmigrantes, con deseos de encontrar prosperidad, su contribución fue decisiva, el empeño de muchos de ellos, nos hizo mejores en el planeta.
Sobre la esplendidez de tu territorio, suelos muy fértiles, como para alimentar a millones de personas en el Hemisferio y más allá. En las profundidades: un manantial inextinguible de petróleo, como una bendición para todas las generaciones. Minerales por doquier en una suerte de exhibición de una pródiga bonanza, pero muchas veces cuando sobreabundan las potencialidades, las costuras sueltan las amarras perdiéndose las probabilidades.
Lo que hoy vemos en la destrucción progresiva de Venezuela. Un país secuestrado por la desfachatez y el dispendio. La corrompida manera de gobernar administrando al estado hipertrofiado. Una suerte de resentimiento social inoculado hasta el alma. Con saña se persigue a quien piensa distinto. Es un pecado en Venezuela tener autonomía de pensamiento. Los medios de comunicación están sujetos a presiones increíbles buscando que los mismos se rindan ante los pies del autócrata.
Estos años de cruenta experiencia totalitaria han sido de las peores épocas vividas. La propuesta de la venganza como la lengua que lame el filo del cuchillo, hemos perdido el tiempo en la retórica absurda del primitivismo político.
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Quienes ostentan el poder lo usan para su propio beneficio. Un verdadero desquicio que promueve la demolición de las instituciones para volverlas una entelequia, han construido un presidio gigantesco para someter a la democracia, la libertad individual y colectiva está en terapia intensiva. Han descuartizado oportunidades para ofrecerlas en el mercado de las vilezas humanas. Pobre de aquel país que ingenuamente le creyó un día.
La llegada de la revolución destruyó muchas cosas en Venezuela. La crisis que vivimos es Apabullante. Jóvenes y viejos huyen de la patria buscando un mejor futuro. Prefieren cruzar el infierno que vivimos condenados a padecer la desgracia de un sistema oprobioso. Son desplazados en tierras de nadie. Sobre sus hombros el dolor desgarrador de una realidad inhumana. Son los hijos de la revolución.
Las arbitrariedades se han multiplicado con la misma velocidad, con los cuales avanza la monumental crisis interna. Es doloroso que Venezuela sea frecuentemente asociada con el crimen. No somos la nación secuestrada por una turba enseguida por la maldad perenne. Que este régimen sea conocido en el mundo por sus múltiples abusos y vinculaciones con el terrorismo internacional, no quiere decir que nuestro pueblo posea ese ADN.
El venezolano es ciudadano de bien en su inmensa mayoría. Con gran ahínco lucha por sostenerse en medio de una pavorosa crisis generada por un régimen tiránico. Es hora de cambiarlo todo. Venezuela tiene los recursos morales y espirituales para encontrar una salida democrática. Queda en nosotros construir esa alternativa que haga posible el cambio deseado.
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