Algunas observaciones personales y laterales – paralelas al homenaje a Agustina en Amarante, su ciudad natal – partiendo de pedazos migrantes de su obra.
1. Sobre la histeria
Escribe Agustina: “la histeria de la insignificancia” (As Chamas e as almas).
Lo insignificante histérico, podríamos decir, es hoy el más común: señor que ocupa el centro de la plaza con megáfono a muchos decibelios y cerebro silencioso como el de un hipopótamo parado. Cada idea, pesadísima, para salir de ese sitio, tarda siglos – tarda siglos, pero grita mucho.
La histeria con la cabeza vacía ha ocupado el escenario y de allí no se mueve. Sin producir una gota de oxígeno o de inteligencia – pero quiere morir allí como los árboles.
2. Sobre el tiempo
La vida tiene este modo tan dócil de dejar pasar el tiempo. Sin relojes ni espejos, ni rostro de los demás que envejecen ante nuestro instinto de observador neutro, el tiempo sería un invento teórico de los filósofos aburridos. Pero no lo es.
Escribe Agustina: “Ema entendió que no era tan joven como antes” (Vale Abraão).
3. Sobre la política
La política cambia en la superficie, el polvo se limpia, pero por debajo está la misma mesa, idénticas sillas y hasta las mismísimas formas de sentarse y hablar. En las oficinas, las paredes reciben calendarios sucesivos y a veces el color cambia radicalmente el ambiente estético del trabajo – sin embargo, en lo esencial, allí está el humano: el mismo bicho con las mismas grandezas y fragilidades.
Escribe Agustina: “la gran caja torácica de la burocracia, dentro de la cual estaba el pulmón de las influencias” (A Monja de Lisboa).
4. Sobre la Lengua
Tratar a la Lengua en la que se escribe como a una mascota, los martes y los jueves, y como si fuera un animal salvaje, imposible de montar, el resto de los días, incluso los aparentemente tranquilos fines de semana. La lengua portuguesa no es un ejército de leyes, muy enderezadas, colocadas lado a lado como boy-scouts bien educados vendiendo calendarios ya del año pasado. La Lengua es quizá otra cosa, un poquito más desordenada y rebelde.
Escribe Agustina: “me conformo con descontratarme de la gramática” (Conversações com Dmitri e outras fantasias).
5. Sobre la estupidez
Muchos tratados existen sobre esa manera tan sencilla y directa de no entender nada.
“Nadie es sincero cuando se declara estúpido” (Meninos de Ouro).
La estupidez es una forma plana de estar sobre una montaña. Un bípedo que tiene dos pies como guía intelectual puede no ser totalmente malo cuando el objetivo es hacer senderismo o entrenar instintos humanos y animales por metro cuadrado. Sin embargo, cuando se trata de entender, dos pies entienden poco; pueden caminar, correr, saltar o quedarse allí, en el mismo sitio, pasmados, pero los ágiles pies, digamos, ni siquiera han descubierto todavía la rueda ni han hecho el primer fuego. Sin las manos, el humano todavía pasaría un frío de demonios, sin fuego, hoguera, paredes o techo. (Pero sí, infelizmente, en 2022, muchos pasan mucho frío todavía, muy injustamente. Pero este sería otro asunto, mucho más grave.)
Los pies caminan, pero son inhábiles para otros asuntos ligeramente más densos. Si la civilización humana dependiera sólo de ellos, habríamos migrado mucho, cambiado de lugar, pero siempre con las mismas ideas.
He cambiado de lugar cien veces y de ideas ninguna, podría decir un tonto que se moviera mucho (y son tantos y tanto andan por ahí).
Ante la estupidez del tonto, el sensato apunta hacia arriba, hacia un eventual cometa que esté pasando por allí el fin de semana, señala entonces al cielo de modo a distraer las atenciones y luego huye lo más rápido que puede en dirección contraria. Si en algún momento hay que correr es en estos, de peligro. Es que la estupidez cuando se agarra a un sujeto no es como un abrigo que puede colgarse en el perchero antes de entrar en una sala sensata; se agarra a la piel, sí, como una urticaria de la inteligencia, y a partir de ahí, en lugar de argumentar, el sujeto se rasca.
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Traducción de Leonor López de Carrión
Originalmente publicado no Jornal Expresso
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