El caso Gabriel Osorio
El 15 de febrero próximo se cumplirán 9
años exactos: fue en 2014 cuando un piquete de la Guardia Nacional le cayó a
culatazos, patadas y perdigonazos al fotógrafo Gabriel Osorio. Varios puntos de
sutura en el cráneo, una costilla fracturada. En realidad, el daño fue mayor
que eso. Entre las víctimas del resentimiento chavista, los trabajadores de la
prensa siempre han ocupado un sitial preferente. El odio nunca se destila
democráticamente, ahí también hay desigualdades.
SEBASTIÁN DE LA
NUEZ | LA GRAN ALDEA 13
ENERO 2023
Tuvo suerte, sin embargo. Sucedió en
Chacao, donde el día anterior había sido asesinado un estudiante de 31 años,
por protestar. Gabriel Osorio no estaba protestando sino haciendo su
trabajo para la agencia Orinoquiaphoto de la cual fue fundador
y en la que, a la fecha, se habían incorporado más de cincuenta profesionales
de diferentes partes del país. Una agencia free lance para
reportar los sucesos de Venezuela, pero también los acontecimientos de su
cultura y noticias curiosas. Esto es importante anotarlo, el hecho de que
Gabriel Osorio, el segundo de tres hermanos caraqueños nacidos en una familia
clase media, fuese líder de un emprendimiento colectivo cuando unos individuos
de la Guardia Nacional le dieron de patadas hasta hartarse. Debe anotarse
porque, después de ese encuentro con la Guardia Nacional, a Gabriel Osorio se
le han quitado bastante las ganas de emprender nada. Vive actualmente junto a
su pareja en una ciudad californiana en medio de la nada, Riverside. Ese
estado de la Unión es enorme, últimamente le han cabido todos los desastres de
la naturaleza por culpa del cambio climático.
Otra cosa que debo anotar, antes de
transcribir el testimonio de Gabriel para recordarle al lector lo que sufrió,
es que Rafael Uzcátegui, de Provea, y cuatro defensores más de los
Derechos Humanos en Venezuela estuvieron en Madrid a finales de
noviembre pasado y se reunieron con un nutrido grupo de venezolanos que se dio
cita en Casa de América. También se reunieron con autoridades españolas.
Cuando uno les plantea a este importante grupo, después de escuchar sus
informes y opiniones en torno al arsenal de crímenes que comete el Estado
venezolano contra sus ciudadanos todos los días, qué pueden hacer los periodistas
venezolanos en el extranjero ante esa situación, Uzcátegui responde: no
contribuyan a normalizar la crisis venezolana. El tema debe permanecer en las
redes, en los medios. No lo dejen languidecer.
Pues bien, aquí va el testimonio de
Gabriel Osorio.
***
Me vine a Estados Unidos en 2018, donde
tengo amigos. Soy el último que me vine de mi familia. En 2017 me reencontré
con quien sería mi esposa, Elena Cardona, egresada de Letras, de la Central.
Nos fuimos a Estados Unidos gracias a una beca que ella se ganó para estudiar
en la Universidad de California: estudios de postgrado. Fue una salida por la
puerta grande, después de buscar tantas salidas… No, yo no me gradué en ninguna
universidad, entré en el periodismo en el 2000 como colaborador de [la revista
dominical de El Nacional] Todo en Domingo. Luego me contrataron en
la revista Primicia.
El 15 de febrero de 2014 a las 9:00pm, más
o menos, estaba en Chacao por mi propia cuenta, cubriendo los enfrentamientos
entre la Policía y los estudiantes. En esa época era uno de los directores
de Orinoquiaphoto: habíamos logrado conformar una red importante.
Cuando no teníamos solicitudes [de algún medio o agencia internacional o
nacional que les contratara], íbamos, de todos modos, a cubrir los sucesos. Lo
que quiero decir es que yo estaba allí no por una asignación sino como un
ciudadano que quiere documentar los hechos, pero bien identificado con el
carnet de la FIP [Federación Internacional de Periodistas] y del Sindicato.
Estaba en la calle que pasa por la PTJ, subiendo desde la Francisco de Miranda
hacia el Centro Comercial San Ignacio; antes de llegar a la PTJ, hay una calle
que atraviesa de este a oeste. Yo estaba en esa calle, no en el sitio preciso
del enfrentamiento: buscaba imágenes no de denuncia sino curiosas. Me
encontraba sentado en la entrada de un edificio, del lado sur, esperando que
pasara una nube de humo de gas: tenía la máscara puesta y un casco. De repente
veo a un Guardia Nacional que viene pasando, me mira, me levanto, pongo las
manos arriba y digo «soy de la prensa» pero, al decírselo, sentí que fue como
si le pidiera «anda, dispárame». Cargó la escopeta y comenzó a disparar.
“La foto del BMW y su rutilante e
irresponsable pareja retrata a los dos países que entonces había y que sigue
habiendo: el de los que atropellan y el de los que tratan de cambiar las cosas”
Empecé a correr, iba huyendo y
escondiéndome detrás de los carros estacionados y cada vez que me asomaba el
hombre me disparaba con la escopeta de perdigones… hasta que se me acabaron los
carros, y en ese momento me di cuenta de que tenía que cruzar la calle para
meterme de carrera hacia el otro lado, pero en lo que crucé uno de los disparos
me dio en la pierna y me caí al piso. Fue como una patada. Seguía con la
máscara puesta. En lo que me voy a parar me doy cuenta de que estoy rodeando:
van llegando. Eran entre siete y doce guardias nacionales. Me agarraron tres
por un brazo, tres por el otro brazo.
Se me acerca el que es como más antiguo
del grupo, el que está comandando ese pelotón y me dice:
-Dame la cámara.
-No, es mi instrumento de trabajo, soy de la prensa.
-Que me des la cámara o te la quito.
-No te la voy a dar.
Entonces saca una pistola 9 milímetros, me
la pone en el pecho y me dice:
-Última vez que te lo digo.
-No te la voy a dar porque estoy trabajando.
“Los Guardias Nacionales se cansaron de
darle patadas y él no soltó su cámara” (Fotografía: Gabriel Osorio).
Volteó la pistola y me dio con la cacha en
la cabeza. Caí al suelo, pero abrazando la cámara. Cuando traté de incorporarme
comienzan a patearme, buscando costillas y genitales. Y la cara, también
buscaban la cara. Estaba en el piso boca arriba, ellos dándome puntapiés y con
las culatas de los fusiles, yo arrastrándome hacia un carro estacionado cerca;
me arrimé al carro, de forma tal que no pudieran rodearme totalmente, sino
solamente por un ladito… Bueno, se organizaron en fila, o sea, empezaron como a
hacer cola y durante un buen rato, por turnos, me patearon. Intentaron romperme
la máscara, pero no pudieron; sin embargo, en el forcejeo el humo de las bombas
entró, y el escozor se mezcló con el sabor de la sangre en la boca. La sangre
de la herida en la cabeza. La gente les gritaba a los guardias desde los
edificios que me dejaran. «Suéltenlo, cobardes, hijos de puta…». Me quedé ahí
en posición fetal. Hasta que los tipos lo dejaron o se cansaron de dar patadas.
Salí de debajo del carro, todo el tiempo con la cámara abrazada, y me fui hacia
una calle ciega, la Sucre, donde hay una panadería que hace esquina… Corrí unos
metros, se me fueron los tiempos y me desmayé. Lo siguiente que recuerdo es que
me llevaban cargado, iba arrastrando los brazos. Unos estudiantes me
auxiliaban.
***
Esta misma narración la hizo ante las
autoridades correspondientes y ante quienes se ocuparon de su defensa; luego de
todos estos años, tal vez no haya sido muy feliz hacérsela repetir por
WhatsApp, tras las terapias y las pesadillas y todo eso.
Los muchachos que lo auxiliaron lo
llevaron hasta un edificio al final de la calle ciega, paradójicamente llamado
Venezuela. Le dieron algo de beber y algún menjurje para atenuar los efectos
del gas inhalado. Le limpiaron la herida en la cabeza. Llamaron a una
ambulancia que tardó algo pero que, a fin de cuentas, lo trasladó a Salud
Chacao. Le dieron cinco puntos en la cabeza, aunque no está muy seguro del
número de puntos. Le anunciaron que tenía una costilla fracturada y otras dos
con fisuras.
Aparte, le dañaron dos lentes de la cámara
y algunos materiales. Su equipo era Nikon, los dos lentes que cargaba con su
cámara los valoró en unos 4 mil dólares. Quedaron destrozados. Pero la cámara,
Dios santo, no la soltó. Dice Gabriel que, además de todo esto, está el daño
sicológico. Agrega que ese episodio le cambió la vida. Piensa que lo más duro
de todo fue (aun cuando no lo haya dicho con estas palabras) verse desnudo ante
su propia vulnerabilidad.
-Tú me conoces, soy un tipo grande, me sé
defender, quizá pude haberle dado un camarazo o un coñazo a un
tipo de esos, pero entonces no hubiese sido yo; todos los fotógrafos
venezolanos habríamos sido unos delincuentes. Por eso me quedé así, y pensé que
mejor era protegerme para salir corriendo en cuanto pudiera.
Hizo las denuncias. Espacio Público se
hizo cargo, el activista por los Derechos Humanos de los periodistas Carlos
Correa lo llamó primero que nadie y le dijo «caramba, Gabriel, otra vez…»
(en efecto, ya le había visto de cerca el rostro al chavismo, mucho antes: en
2002 había sido agredido por una turba durante una manifestación frente al
Tribunal Supremo de Justicia, cuando algún miembro de algún colectivo lo señaló
y gritó «este es de la CIA»). A través de Espacio Público le asignaron un
abogado y hubo una denuncia formal con todos los puntos.
Lo llevaron con el médico forense y el
mismo médico le dijo que lo suyo no iba a prosperar.
-Ya tú vas a ver que no prospera.
Pero él se empeñó, contra todos los
augurios. Meses después recorría la zona del suceso preguntándoles a los
vecinos, de casa en casa, si por casualidad guardaban algún video u otra
evidencia de la brutalidad cometida.
-Llevé todo al Ministerio Público
-recuerda- y ellos dijeron que no había elementos suficientes para identificar
a los guardias nacionales. Se sabía que eran funcionarios pero no era posible
identificar ni siquiera el grupo. Incluso fui a la Guardia Nacional en El
Paraíso y me pusieron un libro con fotos y tal pero… No sé, aquel montón de
carpetas de doscientos folios cada una… Como si me dijeran «ajá, búscalos,
pues». Esa era la actitud. De modo que la cosa quedó así. La del fiscal era
poco más o menos la misma. Como si supiera que eso jamás llegaría a ninguna
parte.
-¿Sentías el apoyo de alguien, de alguna
entidad gubernamental?
-El único apoyo que yo sentía era el del
abogado que estaba conmigo.
***
Sí, la historia de la acción delictiva de
la Guardia Nacional contra Gabriel Osorio está suficientemente
documentada. Lo que no está documentado es el daño permanente que se le hace a
la víctima en estos casos y que aún aguarda por resarcimiento. Cuenta Gabriel
que después de todo esto tenía miedo de salir de su casa, hasta de ir tan solo
a la panadería. Lo acosaba la idea de que lo estaban persiguiendo. Llegaba a su
casa, veía una chaqueta colgando en el perchero y se alarmaba.
-Uno se pregunta «tanto luchar y al final,
¿para esto?» Una herida en la cabeza, dolores en la costilla cuando hace frío,
las marcas de los disparos en las piernas; esas heridas por perdigones fueron
como si me hubiesen pegado tabacos de brujo en la piel. Estuve haciendo terapia
mucho tiempo… de hecho, a partir de eso empecé a practicar Aikido. Me mantiene
sano y tranquilo. Es un arte defensivo que se relaciona con la energía
positiva. Ahorita estoy en Estados Unidos, trabajando para recibir mi cinturón
negro. También trabajo con niños especiales, dando clases de defensa personal y
de cómo superar situaciones de peligro. No he abandonado la fotografía pero
ahora es mucho más difícil. Estoy en una ciudad en medio del desierto.
“Dos novios que sin duda vienen de casarse,
él de frac y ella de traje blanco, (…) eso es lo que guardaba su tarjeta de
memoria más algunas imágenes difusas -el humo las cubre- de la trifulca en
alguna calle colateral” (Fotografía: Gabriel Osorio).
Su trabajo era muy valorado en Venezuela.
Expuso en el Museo de Bellas Artes un trabajo que hizo con los
indígenas Warao, que fue publicado por la multinacional del petróleo Total.
Además tuvo la iniciativa de abrir una galería dedicada a la fotografía en el
centro cultural Hacienda La Trinidad.
-Después de aquello le perdí el gusto a
emprender cosas -dice Gabriel-, entré en una depresión profunda. Me ponía a
llorar a cada rato; además, se supone que yo era un fotógrafo experimentado,
tenía alumnos, les daba consejos… y me pasó a mí, no hice lo que les aconsejaba
a ellos que hicieran: que no estuvieran nunca solos en casos como el de Chacao.
Fue duro. Sé que a otros periodistas les ha pasado cosas peores.
***
No fue sino hasta 2017 que Gabriel volvió
a salir con su cámara a la calle. Recoge un informe de Human Rights Watch que
en marzo de ese mismo año la Sala 3 de la Corte de Apelaciones de Caracas
confirmó el sobreseimiento de una investigación por trato cruel y lesiones
perpetradas en contra del fotorreportero Gabriel Osorio. Osorio recibió
impactos de perdigones y golpes en el cuerpo supuestamente por parte de
funcionarios no identificados de la GNB. El Ministerio Publico pidió el
sobreseimiento de la causa «por no lograr identificar a los responsables».
Si el individuo que le dio el cachazo en
la cabeza se hubiese quedado, como quiso y no pudo, con la Nikon de Gabriel, se
habría encontrado con una de las fotos que Gabriel buscaba aquel día y sí había
conseguido, una de esas «fotos curiosas»: en lo que parece ser la Avenida
Francisco de Miranda, de noche, un BMW descapotable de un rojo pulido se
desplaza a toda marcha mientras la gente trata de apartarse (manifestantes o
no, no queda claro) para no ser atropellada: dos novios que sin duda vienen de
casarse, él de frac y ella de traje blanco, van a su aire montados sobre el
espaldar del asiento trasero, el carro convertido en carroza nupcial. Eso es lo
que guardaba su tarjeta de memoria más algunas imágenes difusas (el humo las
cubre) de la trifulca en alguna calle colateral. Por eso casi lo matan, a Gabriel.
La foto del BMW y su rutilante e irresponsable pareja retrata a los dos países
que entonces había y que sigue habiendo: el de los que atropellan y el de los
que tratan de cambiar las cosas.
No tendría por qué sentirse en duda
consigo mismo, Gabriel. Los Guardias Nacionales se cansaron de darle patadas y
él no soltó su cámara. Creo que ya hubiese sido la salvación eterna para el
menos ruin de los guardias el haber tenido esa capacidad de resguardar el
símbolo de su trabajo.
Una acotación final: en la cita de los
defensores de los DDHH en Madrid, aunque nutrida, no contó con la asistencia de
periodistas venezolanos radicados en la capital del Reino. En esa cita estuvo
gente tan destacada como Feliciano Reyna, Ligia Bolívar, Rocío
San Miguel, Verónica Zubillaga y el ya mencionado Rafael
Uzcátegui. Los periodistas venezolanos que estamos fuera del territorio
nacional debemos ser puente con nuestros colegas del exterior, para contribuir
a difundir la realidad con hechos ciertos y cifras constatables, o tan constatables
como sea posible. La política interna española lo enturbia todo. Por eso, es
doblemente necesario que haya profesionales que sirvan de interlocutores o
voceros en esta materia. Es lamentable que no hayan asistido. Ojalá haya sido
porque no se enteraron (aun cuando no enterarse suele ser un crimen para un
periodista), o porque estaban sumamente ocupados y no porque no les interese
esto. O sea, el país.
—
*Las fotografías fueron tomadas el mismo día de la agresión de la Guardia
Nacional contra Gabriel Osorio (el 15 de febrero de 2014).
—
*Las fotografías son cortesía de Gabriel Osorio, y fueron dadas por el autor
Sebastián de la Nuez al editor de La Gran Aldea.
—
@sdelanuez
www.hableconmigo.com
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