Niños migrantes en fábricas de EEUU: un problema que «se disparó» con Biden
Atienden hornos gigantes o trabajan en empaquetadoras de carne. Son menores que cruzaron solos la frontera y hoy padecen una realidad dantesca relatada en una investigación de The New York Times
Con la historia de Carolina Yoc, una menor 15 años que llegó sola a Estados Unidos, comienza una investigación profunda publicada por The New York Times sobre niños migrantes que desempeñan trabajos precarios para cumplir el «sueño americano». Ese relato, se une a otros testimonios que se viven dentro de grandes fábricas de alimentos, de vehículos u otros rubros que el resto de ciudadanos adquieren sin estar conscientes de la explotación que hay detrás.
«Llegan al país en cifras récord y acaban en labores peligrosas que violan las leyes de trabajo infantil, incluso en fábricas donde se hacen algunos de los productos más conocidos del país», indica el inicio del reportaje, que menciona cómo Carolina forma parte de una gran grupo de menores que saturan albergues y terminan siendo patrocinados por personas que a veces ni siquiera son familiares o amigos, sino individuos que se lucran de ellos poniendo sobre sus hombros enormes deudas. Por eso terminan en trabajos precarios. Mientras tanto la escuela queda en segundo plano, algunos asisten tras jornadas laborales de 14 horas.
El medio, comúnmente a favor de la Administración demócrata de Biden, admite que el problema «se disparó» partir de 2021. Precisamente cuando el gobierno relajó leyes migratorias. Y es que las cifras de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza muestran cómo de 2020 a 2021 la cifra de menores no acompañados aumentó casi 350 %. «Esta mano de obra ha crecido lentamente durante casi una década, pero se disparó desde 2021, al tiempo que los sistemas implementados para la protección de menores han comenzado a fallar», detalla.
Niños en fábricas de Cheetos
La situación de los niños migrantes que cruzan de forma ilegal la frontera sur de Estados Unidos es un tema que está sobre la mesa con cada gobierno. Lo usaron contra el expresidente de Donald Trump al culparlo de crear «jaulas» que en realidad estableció Barack Obama durante su gestión. Y también sirvió como punto de debate entre el senador republicano Ted Cruz y el secretario de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas.
Lo cierto es que el problema data de hace décadas. A eso se suma que desde 2008 —durante el gobierno de George W. Bush— las leyes permiten que menores no mexicanos vivan con patrocinadores mientras resuelven sus trámites migratorios. Aún así, el tema se tornó turbio. Los menores no solo deben pagar por sus procesos de inmigración y a sus patrocinantes, sino enviar dinero a sus familias. Según la investigación, muchos llegan desde Guatemala.
Es así como terminan atendiendo «hornos gigantes que fabrican barritas de cereales Chewy y Nature Valley y empaquetaban bolsas de Lucky Charms y Cheetos». Tampoco cuentan con seguridad dentro de estas instalaciones. En plantas de Hearthside Food Solutions, procesadora alimentos, «al menos 11 trabajadores sufrieron amputaciones». Mientras que en 2015, «una máquina se atascó en la redecilla del cabello de una trabajadora de Ohio y le arrancó parte del cuero cabelludo». Es un escenario dantesco, que parece salirse de las manos de la actual administración.
Gran problema sin soluciones
No es un problema que el gobierno estadounidense desconozca. Al contrario, tienen registro de las cantidad de niños que cruzaron la frontera sur y hasta el Departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS, por su sigla en inglés) debe hacerles seguimiento. Pero nada es suficiente. La saturación es tal que la Casa Blanca exige a los funcionarios sacarlos de los centros de acogida y entregárselo a adultos. Por ende, los trabajadores sociales terminan «analizando» de forma apresurada a los patrocinadores.
El gobierno de Biden no quiere que «ningún niño languidezca» bajo su cuidado si hay «un patrocinador responsable». Sin embargo, la grieta es profunda. Es un problema carente de soluciones que se acumuló por años y las flexibilización de las políticas migratorias tampoco ayudaron.
“A veces me siento cansada, a veces me siento enferma”, contó Carolina. Padece dolores que pueden deberse a la preocupación por enviar dinero a su familia, la falta de sueño o al ruido de las máquinas. Pero ella asegura que se está «acostumbrando”.
Por estas horas la investigación de The New York Times está resonando con fuerza en EE. UU. y horrorizando a quienes se enteran cómo niños de 13 años trabajan en empaquetadoras de carne, de cereal, fábricas de ropa o en construcciones. Algunos de esos lugares dicen que supuestamente revisan sus documentos, otros ni siquiera se pronunciaron. Aún así, algo es cierto. Mientras no hayan soluciones, como penas más estrictas contra el trabajo infantil, los relatos van a continuar.
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