Julio Montoya o el ridículo con nombre y apellido
Se pone una peluca de mujer pero lanza un mensaje tan ridículo como retrógrado donde pontifica sobre lo que está bien o mal desde la presunta superioridad moral que le otorga su sexo, dejando a Primero Justicia como un partido del siglo antepasado.
“¿Cómo resucitó, cómo resucitó?”, debe haberse preguntado el cadáver político de Julio Montoya en sus noches de insomnio. “Vienen las primarias”, se diría, y seguro imaginó en su desvelo que si hasta Antonio Ecarri tiene vida en redes y medios, ¿por qué yo no?
Y con ese empuje falso que ya le conocemos, con esa rabia constante con la que busca emocionar quién sabe a quiénes, el hombre se montó en una idea que solo puede entenderse en la mente desordenada de cualquier borracho. “Me encasqueto una peluca para enviar un mensaje a favor de las mujeres”, un gesto tan ridículo como la otra gracia que se le ocurrió casi en paralelo: combatir la ideología de género y el derecho al aborto, como cualquier fascista que acaba de descubrir la fórmula del agua tibia. O quizá porque, como dijo Simone de Beauvoir: “Las mujeres para hacernos sentir, tenemos que escandalizar”. Entonces, Montoya se encasquetó la peluca creyendo que tendría la audiencia a su favor.
Aunque su verdadera intención fue seguramente la de hacernos creer que está al día, que su pensamiento es contemporáneo, que sabe utilizar la palabra género en estos momentos tan aciagos para la mayoría de las mujeres venezolanas; a quienes lo que realmente les interesa no es si la vagina se puede reconstruir o cómo conseguir un pene para complementar su transformación, operaciones carísimas por cierto.
A las millones de mujeres de este país, diputado, lo que nos interesa es la cifra de embarazos adolescentes en la mayoría de los hogares humildes, donde el precio de los pañales es más alto que el de su peluca; y ni hablar de los alimentos o la situación de las escuelas. Pero el travesti Montoya ignora la realidad y no se le ocurre más nada que dirigirse a un mini sector de la sociedad que le importa un comino lo que diga o no diga este señor sobre la ideología de género o si defiende los intereses de una familia de la época de las cavernas.
Tan mal informado como incoherente, el enredo de Montoya en relación al aborto lo llevó a decir: “Yo creo en el derecho de la mujer a gobernar su cuerpo, pero cuando tiene un hijo ya no es de ella esa vida”. ¿Ah? A mí que me explique cómo es eso de que Montoya cree en el derecho de la mujer a controlar su cuerpo pero no a tomar decisiones sobre su cuerpo, como la de abortar. Entonces, ¿para qué cipote le sirve el derecho a controlar su cuerpo si no es precisamente para decidir si quiere o no tener un hijo, lo que va a determinar su vida por el resto de sus días?
“Voy a impulsar un movimiento nacional en defensa de las tradiciones y la vida. Creo en la familia… una vez que se combinan los cromosomas del padre y la madre, se pegan, y ese nuevo individuo tiene unas características propias”, afirmó. Con la misma ignorancia que exhibió sobre el aborto, Montoya sostiene que los cromosomas “se pegan” (se fusionan Montoya) y que ese nuevo individuo tiene características propias; mientras, los que sí saben del asunto aseguran que “en la semana 1 y 2 de embarazo la mujer aún no está realmente embarazada si nos ajustamos a los términos científicos. En estas semanas aún no se ha producido la concepción”.
“No creo en la ideología de género que le hace mal al movimiento gay”, dijo en el mismo párrafo, confundiendo peras con manzanas por no decir fascismo con libre pensamiento. Y lo peor es que en este reciente empeño de resucitar de lo más actualizado, Montoya no previó que su ridículo nacional sólo serviría para sacarle uno que otro trapo sucio o chisme mal intencionado de sus oponentes, quienes le han endilgado epítetos más peligrosos que un aborto; donde la palabra extorsión se ha escuchado más de una vez.
Sin contar con que en sus mejores días en la Asamblea Nacional, por allá en 2015, cuando denunciaba a gritos cualquier cosa amparado en la cuota de poder que le otorgó Primero Justicia, el diputado jamás abogó por nada que incumbiera a la mujer, nada. Y menos aún por la despenalización del aborto, un tema de lo más moderno y necesario porque despenalizar el aborto incluye que haya servicios de higiene seguros para las mujeres; lo que implicaría que las más humildes no tendrían que recurrir a algún carnicero del barrio para evitar un séptimo embarazo, poniendo su vida en riesgo cada vez.
Porque en su tremenda ignorancia, el diputado Montoya no sabe que el embarazo adolescente en las zonas más humildes se lo conoce como el mayor generador y reproductor de pobreza, como lo han demostrado hasta el cansancio sociólogos tan respetados como José Agustín Silva Michelena y no precisamente en un reel de segundos en una red social, sino con una investigación que le llevó años y que demostró con estadísticas, análisis serios y que planteó cientos de veces a quien pudiera interesar.
Pero es más cómodo decir cuatro sandeces en las redes, que dedicarse a estudiar y a crear pensamiento sobre un asunto tan complejo. Quizá porque ese tipo de avances a favor de la mujer no le da dividendos a Montoya y prefiere ridiculizar la lucha de las mujeres poniéndose una peluca y lanzando un discurso nazi contra nuestros derechos y el de millones de seres humanos, que han decidido ejercer su sexualidad como mejor les parezca sin que un disfraz de político se los vaya a impedir.
¿A qué hora fue que lo expulsaron de Primero Justicia?
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