Raúl Blanco, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
«Para conducir a los simples es necesario estar dispuesto a
correr su misma suerte Guillermo de Baskerville».
El Nombre de la Rosa
Umberto Eco
Creo que fue Albert Camus, quien, en una entrevista, para justificar su agradecimiento a su maestro de primaria, un tal Sr. Germain, sostuvo que toda persona está condenada a conocer seres extraordinarios. Puede ser que esa observación del genial escritor, sea muy optimista, pero con mis años he comprobado su veracidad
Lo cierto es, que, entre el desfile de amigos y conocidos en mis largos años de socialización en la política, por llamarlo de alguna manera, Raúl Blanco, fue una de esas luces que todavía acompañan mis actos. El ya no está entre nosotros, partió lamentablemente al infinito.
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Lo conocí en una reunión para intentar crear el sindicato en una empresa de metalmecánica la cual estaba situada en Quebrada Honda, en lo que hoy es el terreno que ocupa la Mezquita de Caracas
La reunión era producto de la solicitud hecha a la Oficina de Orientación Laboral, donde yo hacía un ejercicio de militancia. Allí se plantearon las condiciones y los puntos que preocupaban a cuatro trabajadores de la fábrica y a un invitado que andaba en lo mismo, pero en la rama de la construcción.
La conversación giró alrededor de la palabra «ensayo» la cual era repetida insistentemente por uno de los trabajadores. Raúl que era el trabajador que andaba en lo mismo, intervino para decir que allí no se trataba de ensayo alguno, que había que planificar el acto para que se garantizara el triunfo y que esa reunión era para hacer realidad la sindicalización y mejorar las condiciones salariales. Enfatizó que discutíamos sobre un acto donde estaba en juego el trabajo y la subsistencia de algunos compañeros y que el deber nuestro era garantizar el triunfo de esa jornada, y que si se lanzaba el paro laboral era para lograr la sindicalización y finalizó su intervención «cero ensayos, triunfo o no hagamos nada». Yo me sumé con toda una serie de argumentaciones a esta idea y todo se hizo tan bien que no solo se sindicalizaron, sino que en menos de un mes se aprobó el contrato colectivo.
Raúl por mi intermedio conoció a Claudio Cedeño y como vivía en Catia, se sumó de inmediato al proyecto de constituir un punto de apoyo en esa zona, donde funcionaban muchas fábricas del calzado y de la confección expertas en burlar las prestaciones sociales de los trabajadores. Por tal motivo, una que otra vez, nos veíamos con Raúl en el comedor popular de Catia y en aquellas conversaciones eran impresionantes las narraciones sobre las inexistentes normas de higiene laboral y las difíciles condiciones materiales de vida de los trabajadores. Raúl dio un vuelco a la Oficina de Orientación Laboral dado que comenzamos también a dar respuestas a problemas familiares de los trabajadores.
Se fundó el núcleo en Catia y se hicieron frecuentes nuestros encuentros, donde siempre nos deteníamos en analizar libros, bien de política o de literatura. Raúl para terminar el bachillerato, comenzó un trabajo en el Ministerio de Educación como bedel y allí estuvo hasta que entró en la universidad en la Facultad de Derecho, y pasó a ser un empleado de la empresa Metro de Caracas.
Ahora bien, con frecuencia me acercaba a la Facultad de Derecho para tomar un café y tener una charla amena hasta la parada del transporte universitario. En una de esas caminatas al llegar a la parada encontramos a un grupo de estudiantes quienes estimulaban con gritos y otras sandeces a un muchacho a quien apodaban «chapita» y que era un tipo alcoholizado que habitaba por el pasillo de medicina y quien, según comentarios, había estudiado en esa Facultad
El cuento es, que Raúl que tenía una voz de barítono y un hablar pausado, obligó primero el silencio y luego, fue enumerando una a una las razones por las cuales, un estudiante universitario, debía tener con aquel enajenado un comportamiento de solidaridad por su enfermedad y pasó a citar a Hoderlin, el poeta alemán autoconfinado y la forma en que sus alumnos lo trataban, luego citó a Nietzsche y sus encierros en el manicomio.
Después de la intervención de Raúl se mantuvo un silencio impresionante y, como él decidió esperar otro autobús para no acompañar a ese grupo, yo no perdí la ocasión de volver sobre Hoderlin y saber de dónde había sacado esas lecturas.
Otro suceso se refiere al momento en el cual era más álgido la lucha sandinista, por tal motivo, se realizó un debate en la Oficina de Orientación Laboral y fue decisión colocar a un compañero en el terreno, el cual debía tener conocimiento de armas. Raúl había hecho el servicio militar en la Marina de Guerra, de manera que podía observar y traer las informaciones sobre ese movimiento político, por lo que fue unánime su elección para esa actividad. Hechos los contactos para que el poeta Antidio Cabal lo recibiera en Costa Rica y que por vías clandestinas entrara a Nicaragua, a una zona controlada por los sandinistas. Así fue, Raúl llegó a Costa Rica, entró y salió de Nicaragua y nos trajo una versión que todavía hoy recuerdo con vivo interés.
De los sucesivos viajes al interior, particularmente evoco dos: al Tocuyo en los 50 años de la muerte de Pío Tamayo y, el de Cabimas por los 50 años de la primera huelga petrolera. En ambos viajes además de las reuniones para dejar contactos y núcleos de trabajo, Claudio había diseñado unos extraordinarios murales para ambas ciudades que realizamos con éxito. En esos largos trayectos, nuestra conversación giró en forma minuciosa sobre nuestros destinos políticos y como estábamos repitiendo, sin salida, nuestras actividades para los mismos problemas. Además, hicimos un análisis de los partidos políticos que hacían vida nacional y cuyo saldo, desde nuestro punto de vista, no era muy venturoso para los destinos del país.
Por primera vez, vi a Raúl preocupado por sus problemas económicos. A la par de ese momento, la persona que legalmente tenía el local de la Oficina de Orientación decidió traspasarlo y en el local de Catia, mientras realizábamos una reunión, una persona apuñalada entró en busca de ayuda para no morir, creando un clima de terror en los asistentes. Por otra parte, si bien era cierto que habían ocurrido algunas mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores, con la política de aumentos salariales los 1ro de Mayo, era más que evidente que la descomposición social avanzaba a raudales.
Partí para cumplir con el año sabático en mi trabajo en la UCV y recibí a distancia las noticias sobre la salud de mi amigo y a mi regreso aquella situación había empeorado sustancialmente. Ocurrió lo inevitable, y de tiempo en tiempo pienso que mucho de mi mirada al mundo circundante se debe a esa amistad con Raúl, a quien consideré siempre un pariente muy cercano.
Eso era lo que quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en Sicología y profesor titular de la Universidad Central de Venezuela.
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