Thays Peñalver: Las cinco muertes de Hugo Chávez
«Al presidente nos lo asesinaron», exclamaban todos sus allegados y ministros más importantes. De hecho, el gobierno encargado de entonces designó una comisión para investigar el presunto asesinato de aquel de quien nunca se supo nada más. De allí que en mi más reciente libro: El Último Títere, haya logrado tejer la hipótesis de su asesinato, y luego a través de la investigación, y nuevamente de las palabras de Hugo Chávez, descubrí que nada de lo que vimos y nos informaron, fue real.
El presidente se encontraba muy enfermo, cinco o seis meses antes del famoso accidente de su rodilla, que fue solo un pretexto para usar un bastón y ocultar sus enormes dolencias. Lo vimos enfermarse gravemente en nuestras narices y nos explicaron que no se le había quitado una gripe durante muchos meses y que ésta empeoraba cada vez más. Luego pasaron por alto que le hicieron cuatro tomografías, resonancias y estudios en el área en la que más tarde aparecería un tumor enorme.
Lo que nunca supimos es que lo acompañaba día y noche un hospitalito, conformado por más de veinte médicos cubanos de alto nivel. Tampoco que detrás de cada tomografía y resonancia nunca le detectaron nada sospechoso, aun cuando frecuentemente se caía, preso de dolorosos temblores generales en todo el cuerpo. Un día, mucho antes de enterarnos de su enfermedad o cuando ya era demasiado evidente, le confesó a un buen amigo: «¿Será que lo que tengo es cáncer?», en señal de que no tenía ni la más remota idea del resultado de sus exámenes.
Hugo Chávez no podía sentarse en una silla normal, su séquito de médicos tenía una especial que previamente era barrida con un contador Geiger, con la finalidad de descartar radiactividad. Ni siquiera sus colegas presidentes podían ofrecerle un café, pues todo era llevado y protegido por su equipo, desde la ropa hasta el agua era previamente probada por sus médicos e incluso en ocasiones, por su guardia pretoriana. Eventualmente todos a su alrededor tenían que someterse a descartes continuos de virus, con un equipo de infectólogos cubanos.
Hugo Chávez nos contó, por medio de sus interminables cadenas de radio y televisión, mucho tiempo antes de enterarnos de su grave enfermedad, que estaba bajo tratamiento con unas muy dolorosas inyecciones, unos brebajes que sabían muy mal, decía, y unas pastillas vietnamitas equiparables a varias botellas de licor. Alardeaba también de que su equipo de médicos y escoltas cubanos no se separaban de él ni un minuto y que vivía a punta de calmantes muy fuertes y además, en no pocas oportunidades, después de verlo activo y por horas ante las cámaras, caía casi desmayado detrás del escenario para ser atendido de inmediato por los médicos. Pero ni Chávez, ni nadie cercano a él sabían de qué iba el tratamiento cubano, cuáles eran los medicamentos ni la gravedad de sus dolencias. Eso solo lo conocía Fidel.
Hoy tenemos bastante claro el panorama de la muerte de Hugo Chávez. Sabemos por ejemplo que nunca le permitieron buscar una segunda opinión médica y que cuando pidió que le dijeran lo que padecía, le explicaron que era mejor no saberlo. Repito, eso lo contó el propio Chávez al borde de su muerte.
También sabemos que las recomendaciones que les dio Lula de Silva, para que lo atendieran en un hospital brasileño, fueron saboteadas por el líder cubano, y que el médico español, así como varios especialistas consultados tardíamente, no llegaron a tiempo para salvarle la vida cuando debieron haber sido los primeros en consultar. Conocemos también que su tratamiento y la operación que le practicaron, de acuerdo con el mismísimo Chávez, estuvo errada y que los métodos novedosos para curar un cáncer en esa zona, que repetidas veces señaló, solo se encontraban en pocos lugares en el mundo, y no precisamente en Cuba.
En fin, que el presidente pasó seis meses enfermo, empeorando cada día y con un tratamiento antes de que le descubrieran su enfermedad y cuando se fue de Venezuela lo hizo para nunca más volver, ni salir vivo o al menos consciente, de un hospital cubano, y así es como sabemos que su primera muerte ocurrió en la Habana, mientras que era mantenido artificialmente con vida hasta que tomaron la decisión de desconectarlo, para que entonces ocurriera su segunda muerte, que fue la oficial. Al final de mi nuevo libro no descarto la hipótesis gubernamental y de sus allegados sobre su presunto asesinato, porque hay elementos muy claros que habría que probar en una investigación seria. Ahora bien, también le doy mucho crédito a otra versión: la que sostiene que en todo caso el manejo de la enfermedad y la muerte de Chávez se trató del episodio más venezolano de todos los tiempos.
Irresponsabilidad política
Lo ocurrido con la enfermedad y la muerte de Chávez fue de una irresponsabilidad política sorprendente, algo que hasta la fecha solo había ocurrido en países muy atrasados como en África y el sudeste asiático.
Que la salud del presidente de la economía número treinta y cinco del planeta estuviese controlada por una de las economías más atrasadas del mundo ya dice mucho del entorno, desde los más cercanos hasta los lejanos, que rodeaban a Chávez. Que teniendo los recursos no buscarán él y los suyos ser diagnosticado y tratado por los mejores médicos alemanes o españoles, con las tecnologías más avanzadas del planeta, y prefiriera a los que han admitido públicamente que por el bloqueo no pueden actualizar, ni adquirir la nueva tecnología, ni asistir siquiera a los seminarios especializados más modernos, fue francamente demencial. Que se cayera en la trampa de la propaganda cubana que vendía un sistema de salud arcaico como la mejor medicina del mundo, cuando el mismísimo Fidel había despedido recientemente a su equipo médico, porque no tenía ni la menor idea de cómo curarlo, fue digno de un estudio psiquiátrico, pero dirigido también a todos los venezolanos.
A los efectos, Chávez se despidió de los venezolanos para nunca más volver y a sus funerales no llegaron los más importantes líderes mundiales a presentar sus respetos. Ni Vladimir Putin, Xi Jinping, ni el de Vietnam o el de Turquía enviaron a representantes importantes. De Europa apenas llegaría el dictador bielorruso y del continente africano otro dictador, Teodoro Obiang.
De lo que no me queda duda alguna es de que una resonancia y una tomografía en esa área habría revelado lo que padecía a tiempo. Si le hubieran hecho caso a su familia cuando pidieron llevárselo de Cuba nada más enterarse para buscar una segunda opinión, como lo dijo el propio Chávez y se hubiera internado en otro lugar más moderno, su historia habría sido muy distinta y seguramente hoy estaría vivo o habría vivido más tiempo. Si es, que, en verdad, tenía lo que le dijeron que tenía, porque eso nunca lo sabremos.
De allí que hemos llegado a la tercera muerte de Hugo Chávez y su segundo entierro. De esa última reunión en Caracas de presidentes amigos para despedirlo, la argentina Cristina Kirchner terminaría condenada por corrupción. El brasileño Lula en la cárcel por lo mismo y Dilma, destituida. El boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa huyendo de la justicia de sus países y en el exilio. El hondureño Porfirio Lobo, condenado y su esposa e hijos enjuiciados, así como el guatemalteco Otto Pérez Molina quien todavía se encuentra preso. El mexicano Enrique Peña sería investigado por corrupción. El peruano Ollanta Humala detenido mientras los fiscales exigen para él la pena máxima. El panameño Ricardo Martinelli fue detenido en Estados Unidos por corrupción.
En paralelo cuando eso ocurría, su amigo, el primer ministro portugués José Sócrates terminaría en la cárcel, a Robert Mugabe le propinaron un golpe de estado en Zimbabue, lo confinaron a casa por cárcel y falleció exiliado en un hospital de Singapur, mientras al hijo del ecuatoguienano Teodoro Obiang le quitaban sus palacios y ferraris en París y su mansión de la playa en los Estados Unidos. A su amigo sudanés Omar Al-Bashir lo sacaron del poder y lo están juzgando en la Corte Penal Internacional. Y el presidente Mahmud Ahmadineyad quien terminó su vida política protestando furioso porque el Consejo de Guardianes de Irán le impidió volverse a postular para las elecciones porque el ayatolá explicó que no sería beneficioso para el país que siguiera en la política, según difundió la BBC.
El único que se salvó, si es que podemos hablar de salvación, fue el patético Daniel Ortega. En fin, si aplicamos el famoso dicho de «dime con quién andas y te diré quién eres» pues no nos quedaría duda alguna de que no era precisamente la espada de Bolívar la que recorría la América Latina, sino la gigantesca corrupción tercermundista creada por el socialismo del siglo XXI. Si algo mató a Hugo Chávez fue que descubriera que todos esos presidentes amigos suyos conformaron el mayor sindicato de crimen organizado transnacional jamás creado, y más cuando sus tesoreros y amigos terminaron declarando en tribunales internacionales, con miles de millones de dólares robados en sus cuentas, si robados, porque jamás los han podido justificar.
Los venezolanos y el mundo presenciaron no solo el escándalo de Odebrecht, sino que cada una de las compañías con contratos en Venezuela terminaron enjuiciadas por pagar sobornos a una escala planetaria nunca vista, mientras la gran mayoría de los venezolanos hoy están en la indigencia absoluta.
Cuando los historiadores imparciales del futuro, luego de que se agote el dinero de la propaganda del sindicato criminal estudien lo ocurrido, que afortunadamente ya no estará en documentos históricos y comentarios de aduladores o bardos pagados con el dinero robado, sino en formato de cuerpo probatorio en los tribunales y cuentas bancarias congeladas, no quedará duda alguna de que se trató del episodio más grotesco y canalla de la historia de Latinoamérica.
La purga del chavismo clásico
Lo que nos lleva a su cuarta muerte. A rey muerto rey puesto, en fin, que eso significa larga vida al nuevo rey. Como Chávez no creó un movimiento político, sino una cofradía de favorecidos directos, el amor y el interés de algunos lo acompañaron hasta el velorio pero no se enterraron con él. De allí, que cuando ocurrió lo obvio, es decir, la purga que acabó con el chavismo clásico, sus colaboradores, aduladores más cercanos y brazos ejecutores de las persecuciones más siniestras, nadie salió a defenderlos.
La mayoría de sus ministros terminaron olvidados en sus casas, otros fueron perseguidos o abandonados en las mazmorras para presos políticos que Chávez ordenó llenar de inocentes una vez, sin que nadie, absolutamente nadie, saliera en su defensa o saltara a las calles a protestar.
Políticamente, si alguno se atreviera hoy a relucir no obtendría ni los votos de sus casas, porque la inmensa mayoría de los apoyos vota en el chavismo al nuevo jefe de la chequera, o a quien lo ubique donde pueda tener poder.
Y esto ya no es un asunto de opinión política. Su primer tesorero escribió un cheque de mil millones de dólares, pero a los tribunales estadounidenses. La segunda tesorera y mujer de confianza está presa también en ese lugar, luego de confesar en España todo lo que hizo con el dinero de Venezuela, y su tercer y cuarto tesoreros están hoy siendo solicitados por Interpol.
Todos sus ministros de petróleo terminaron enjuiciados o en la cárcel por los sucesores, bajo el pretexto de haber realizado el mayor esquema de corrupción jamás visto y esto no es algo que diga la oposición, sino el mismo chavismo. De hecho, la defensa de los implicados se basa en una especie de: “Chávez lo sabía todo” o «Chávez tenía un librito», mientras uno de sus fiscales reconocía que habían pagado 30 mil millones de euros por obras que nunca se terminaron. En fin, que, de acuerdo con su propia gente, pasó a la historia o como el hombre más corrupto de la historia o como el más inepto.
En el olvido
Y aquí vamos a la quinta y última muerte. Pese a los esfuerzos que usted verá en estos días de aniversario, la verdad es que nadie se acuerda del personaje. Los pobres que dijo haber sacado de la pobreza ahora transitan en las selvas del Darién con rumbo a Estados Unidos. Los niños limosneros que había jurado sacar de las calles continúan haciendo lo mismo con niños más pequeños porque estimuló la maternidad en los adolescentes, pero ahora piden en Colombia o Chile, y el país potencia prometido terminó con un presupuesto igual al de Ruanda.
No, no es un decir. España gasta el presupuesto de Venezuela cada cuatro días. Los españoles gastan dos veces más en sus mascotas, que lo que el gobierno venezolano invierte en los millones que quedan. En fin, que el gasto penitenciario español equivale al de educación y salud de un estado que terminó arruinado porque fue gobernado con la misma irresponsabilidad con la que Chávez enfrentó su enfermedad.
Hoy, seguramente en una parte de la oposición, los bardos aduladores independientes aún en nómina o en la fila para obtener alguna buena paga, hablen como en el régimen de «el legado de Chávez» para referirse a una Venezuela que solo existió durante el boom petrolero. Es, a los efectos, como si los españoles recordaran con nostalgia el boom del ladrillo y lo llamaran «el legado de Rodríguez Zapatero«. Por supuesto que era buenísimo que otorgaran créditos a diestra y siniestra, claro que ir a un banco y que nos dieran el 100% del crédito para algo que no podíamos pagar y además para costear los muebles y un coche, lucía genial. Pero ese momento tan bueno culminó en una tragedia económica y eso no fue un legado, sino una irresponsabilidad de proporciones épicas.
De haber tenido un barril de petróleo a ocho dólares, pasamos a otro de 150. Fue como ganar la lotería. Por supuesto que era genial tener todo subvencionado porque los venezolanos comíamos el triple solo porque las dos terceras partes de nuestra comida era importada y entregada casi gratis. De un día para otro pasamos de importar 500 millones en medicinas a 4.000 millones. De nuestros países vecinos venían cientos de miles a comprar de todo porque con 500 euros usted podría llevarse 3.000 en mercancía. Hugo Chávez regalaba cerca de 4.000 dólares, más un boleto a todo el que quisiera viajar y así millones fueron despilfarrados sin ningún control, porque repito, viajaban gratis a Madrid y a París.
Pero, mientras el venezolano aplaudía su suicidio asistido, Hugo Chávez condenaba el 70% de la industria petrolera, dos tercios de los comercios y llevó al campo a la ruina con las importaciones masivas y la siembra del pánico económico. De este modo, cuando bajaron los precios del petróleo no existían ya más de la mitad de los empleos. Apenas dieciséis meses después de su muerte, la economía había colapsado en un 41% y faltaba otro tercio por estallar. Todo había sido una gran mentira soportada por el dinero de la lotería.
Venezuela no se arregló
He allí su legado. Lo más dramático es el país que dejó atrás. La Venezuela post chavista es hoy la más indolente de su historia. Si en febrero del año pasado la propaganda chavista inventó (porque para esto si hay dinero) el eslogan «Venezuela se arregló«, vemos hoy que el sueldo mínimo volvió a cinco euros y que 1,2 millones de venezolanos terminaron como nuevos refugiados del planeta. Venezuela se arregló para algunos que ya les importa un comino lo que le ocurra a los demás, es decir ese cinturón de niños desnutridos y miseria que los rodea, porque se vive al grito de «sálvese quien pueda», como en La colmena o quizás peor, que es lo que en realidad significa el eslogan.
«¡Pero, Thays… !», protestarán algunos. «¡La hiperinflación se acabó!» No, amigos. La inflación se dejó correr hasta que acabó con la moneda y ahora vivimos en dólares, que no es igual a estar dolarizados, y 200 por ciento de inflación. Es como si un virólogo exclamara que en un pueblo se erradicó el COVID sin explicar que en realidad se murieron todos.
En fin, que hay explicaciones para todos los gustos. «Pero, Thays..» volverán a protestar otros, la Universidad Católica sostiene que se ha reducido significativamente la pobreza. No, amigos, la pobreza de acuerdo con el mismo estudio es la misma que la de 2018, que fue uno de los peores años de la historia de Venezuela. Que el COVID la aumentara temporalmente no significa que bajó al reactivarse las remesas y lo que queda de trabajo. Los ranchos siguen allí, donde siempre, como igual continúa la pobreza y con más gente.
Los pobres de Venezuela no han variado desde 1997, esa es la verdad. A lo largo de estos 24 años de chavismo siguen siendo la misma cantidad que en 2018, que es la misma que en 2003 (INE). De hecho, hay que recordar que Venezuela es el único país que habla de su pobreza en el mismísimo himno nacional. Los pobres de 1997 siguen como en 2003 porque nunca salieron de allí. La primera diferencia es que la pensión de 300 dólares terminó convertida en tres dólares. La segunda es que ahora son los ocho millones de hijos y nietos de los pobres de 1997 de antes del chavismo los que están desnutridos, de acuerdo a la FAO o entre los 7,2 millones de refugiados de acuerdo con ACNUR. La tercera y más importante diferenci, es que a nadie les importa hoy en esta Venezuela, porque eso es lo que en realidad significa el eslogan: «Venezuela se arregló” lo que les falta decir es que se arregló: «Pero para mí».
«¡Pero, Thays, las sanciones…”. Bueno, de acuerdo con el Banco Mundial, Venezuela pasó de una economía de 347.000 millones a una de 100.000 antes de que impusieran la primera sanción. De acuerdo con la OPEP, Venezuela pasó de producir 3.136 millones de barriles a 1.256 millones antes de la sanción a su industria. Y esto hay que repetirlo: todos los presidentes del petróleo terminaron presos por corrupción, que fue lo que demolió a PDVSA y no los metió presos la oposición, sino el propio sistema.
La industria del hierro, acero y aluminio perdió el 85% de su producción, antes de que Trump pisara la Casa Blanca. De acuerdo con la FAO, la Venezuela chavista dejó de producir el 40% de los alimentos antes de las prohibiciones. Venezuela tenía 7.163 industrias y quedaron 1.500 al 40% de sus capacidades y eso fue lo que destruyó el 70% de la economía: el socialismo del siglo XXI y Hugo Chávez, junto a los suyos fueron los mayores responsables.
De manera que no hay excusas. Irán está sancionada mucho peor que Venezuela y nadie puede hacer negocios con ellos, ni con su petrolera, mucho menos usar bancos, pero pasó de tener una economía similar a Venezuela a otra mayor que la española en una década. Cuba, sepultada en sanciones de haber tenido una economía de 60.000 millones llegó a otra mayor de 100.000. Todas esas naciones tuvieron al mismo Trump y las mismas sanciones que entorpecen, pero no son excusa para la catástrofe económica que vive hoy Venezuela.
Para colmo de males Chávez había colocado una bomba de tiempo en los cimientos de la industria petrolera. La famosa «independencia petrolera», título que le dio a sus supuestas reformas y que consistía en salir del territorio europeo y especialmente de la influencia estadounidense, vendiendo e hipotecando la gallina de los huevos de oro.
Su gran apuesta fue mudarse a China y construir cuatro grandes refinerías allí y más de veinte supertanqueros. La apuesta para superar unas sanciones, que sabía que vendrían tarde o temprano, contemplaban también seis refinerías en Venezuela y cuatro refinerías en Brasil y Latinoamérica. Pero cuando Chávez amenazó con usar el petróleo como arma política, no solo a Estados Unidos, sino a España, Francia, Colombia y el Caribe, todos los países entendieron que no podían firmar un contrato de sangre y corrieron a impedir que Hugo Chávez construyera algo en sus países.
Así, la bomba de tiempo terminó estallando, mientras que China impidió una inversión venezolana y no se construyó ni una sola refinería y los pocos barcos terminaron sin construirse. En fin, ni hubo independencia ni teníamos cómo vender el petróleo anterior. De allí que su único legado es el hambre y el éxodo de millones de venezolanos regados por el mundo.
Y la cosa es peor porque no son solo los chavistas quienes celebran a este hombre. No pocos políticos opositores lo están utilizando como banderas para captar a un supuesto chavismo renegado durante la feria electoral que se avecina y hasta les dan vocería para la defensa del «voto», o se toman fotografías con sus más emblemáticos violadores de los derechos humanos, ejecutores y perseguidores, en clara demostración de la ausencia de un liderazgo democrático real que desee convertirse en una alternativa que desmonte estos 24 años de despropósitos en Venezuela, para instaurar una democracia fundamentada en valores, principios y justicia.
Así que es preferible conmemorar el aniversario de Simón Díaz, un gran venezolano. Prefiero recordar a los que siempre hicieron el bien, buscando en la Venezuela del Caballo Viejo, aquella en la que todos nos preocupábamos de los demás y la crítica política se centraba en superar la pobreza y ayudar a los más necesitados. Pero recordar al hombre que clausuró el 70% de las industrias, dos tercios de los comercios, obligó al cierre de 345.000 empresas, liquidó a la PDVSA de los huevos de oro, despilfarró la mayor cantidad de dinero en toda la historia y dejó sin trabajo a millones, recordar a un hombre que permitió el mayor expolio de recursos -probado en tribunales extranjeros- habla mucho, pero mucho de los que lo celebren.
Abogada y periodista. Es autora de La conspiración de los 12 golpes, Diálogos impertinentes y El último títere.
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