“Todos a la vez en todas partes”
“Se obtienen más votos que el chavismo, pero menos cargos (19 a 4, en las últimas elecciones de gobernadores). Una minoría ordenada derrota a una mayoría que no lo está. ¿Qué tal si para comenzar a materializarlo, nuestros dirigentes opositores empiezan por firmar un pacto de decencia y dejan de insultarse unos a otros?”.
La única certidumbre política absoluta que pueden tener los venezolanos en este momento es que, cual el dinosaurio terco, Maduro sigue allí. Más aún, con la idea fija de quedarse allí, mandando hasta el final de los tiempos y, de paso, (no lo descarten) acariciando el sueño de que, cuando eso ocurra, otro Nicolás Maduro lo suceda.
Más allá de esa realidad, todo está sujeto a cierto grado de incertidumbre. Se sabe, por ejemplo, que habrá elecciones, según la Constitución en 2024. Pero, por encima de lo prescrito por el texto magno, como ya ha demostrado en ocasiones anteriores, el autócrata las hará cuando le convenga, con reglas elásticas por el lado suyo, con árbitros camaradas y hasta con “candidatos opositores” que jueguen para él.
En las próximas elecciones la estrategia del régimen totalitario, tantas veces victoriosa, será la misma. En unas declaraciones, el sábado 11 pasado, refiriéndose a ellas, Maduro dejó caer esta frase: “Nos tiene sin cuidado que ellos digan algo o no lo digan, que reconozcan o no reconozcan”. Se refería a Estados Unidos, a la Unión Europea y a “la derecha venezolana”, vale decir, nosotros, la vasta mayoría que lo adversa.
Días antes, Jorge Rodríguez, cual lucero madrugador, había dado unas similares contra las conversaciones en México. El número dos del régimen considera inmorales a quienes “ahora pidan elecciones libres y justas”. Vale decir, hay en el lado oscuro y plena conciencia de que no lo son. Eso se sabe, esta no es, como la denominan algunos politólogos una “autocracia electoral”, ese apellido eufemístico habría que borrarlo. Esta es una dictadura de las peores, que se hace cada día más precisa, más eficiente.
La actitud de Maduro, su discurso expreso y su lenguaje (y volumen) corporal dicen el resto, es un gordo feliz que disfruta su papel de dictador necesario, para decirlo en términos de la izquierda sesentosa. Si hasta se siente invulnerable ante Estados Unidos y sus aliados; con Joe Biden a la cabeza, ahora un viejo tigre de papel. Por supuesto que menor preocupación y respeto le merecen sus adversarios internos, tan débiles políticamente que ni siquiera tienen la consistencia del papel. Además debe estar convencido de que son tontos, porque casi nunca lo atacan sino a quienes deberían ser sus aliados. Los líderes opositores son víctimas sempiternas del llamado “fuego amigo”, que se cruzan entre sí. Sus declaraciones, está seguro, abrirán una nueva pelea opositora. Razones de sobra para seguir bailando. “Súbele el volumen, Cilita”.
Pero no todo está perdido
El verdadero obstáculo para cualquier político opositor no es derrotar a Maduro en unas elecciones de 2024, es construir para los venezolanos una gran alianza política que pase por encima de mezquindades personales, un consenso que vaya más allá de lo electoral. Una tarea titánica, es verdad, pero tampoco se puede negar (otro consenso) que somos un gentilicio hecho por la épica.
La palabra consenso genera urticaria en las pieles de muchos, a veces con razón. Citan a Margaret Thatcher como la gran adalid del rechazo a esa forma de tomar decisiones en política, como el argumento para actuar en solitario. El consenso era para ella “abandonar todas las creencias, principios, valores y políticas”. Siendo así, prefería actuar en solitario. Olvidan que en aquellos años ochenta ingleses, Thatcher era el consenso en sí misma. Una figura portentosa surgida del proceso de selección del liderazgo en una sociedad democrática, con una mayoría absoluta, de incuestionable legitimidad política y con total credibilidad para actuar como lo hizo. ¿Existe en la oposición venezolana semejante líder? NO.
Construir un consenso político entre los opositores tiene severas dificultades, pero ¿hay otra opción? NO. La oposición venezolana es defectuosa y está deformada por tantos golpes recibidos en una pelea dispareja. En ella, el poder también está concentrado en pocas manos. Además, por su pobre desempeño anterior, tanto en las muchas derrotas como en las pocas victorias, la credibilidad en los dueños de esas pocas manos es mínima.
Por añadidura, la insistencia en mantenerse aferrados a los mandos de sus organizaciones, a pesar de ser ineficaces y de no representar a sus militantes, abrió la puerta a una oposición dentro de la oposición que tiene ahora un discurso por lo menos escéptico. Dado que las decisiones políticas (candidatos a gobernadores, por ejemplo) tienden a tomarse en los cogollos partidistas, los excluidos se han especializado en caerle a piedras a los acuerdos, así sean buenos o convenientes. Resultado, se obtienen más votos que el chavismo, pero menos cargos (19 a 4, en las últimas elecciones de gobernadores). Una minoría ordenada derrota a una mayoría que no lo está.
Ante semejante cuadro, ¿es posible un consenso? SÍ. Queda la opción de dejar a los venezolanos en su conjunto escoger en unas primarias confiables al líder. Elecciones, en mi opinión, abiertas a todos quienes quieran participar en ella como candidatos y transparentes en su realización. Elegir así a un representante legítimo, que, antes de enfrentar a Maduro, gane credibilidad y fuerza concertando un programa político común con el resto de los opositores, reconstruyendo los puentes destruidos y acercando de nuevo a los venezolanos. Unidad, pues.
Eso es posible, si se hace “Todos a la vez en todas partes”. ¿Qué tal si para comenzar a materializarlo, nuestros dirigentes opositores empiezan por firmar un pacto de decencia y dejan de insultarse unos a otros?
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