Una visita a Emirlendris Benítez, “la presa de los drones”
En junio de 2020 la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le otorgó una medida de protección. El 4 de agosto de 2022 fue condenada a la pena máxima que establece el Código Penal venezolano: 30 años. Emirlendris Benítez es uno de los casos revisados por la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela. Pero sigue presa, desde hace cuatro años y siete meses.
Emirlendris Carolina Benítez Rosales es una de las mujeres detenidas por el caso de los drones de la Avenida Bolívar de Caracas. Pese a no estar implicada en este magnicidio en grado de frustración, el 4 de agosto de 2022 fue condenada a la pena máxima que establece el Código Penal venezolano: 30 años por los delitos de terrorismo, traición a la patria, homicidio intencional calificado en grado de frustración, asociación para delinquir y daños a la propiedad.
Y eso que, en junio de 2020, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) le otorgó una medida de protección a Emirlendris. Cuando estuvo cerca de cumplir los dos años privada de libertad sin ser enjuiciada, la ONG Foro Penal solicitó el decaimiento de la medida de privación de libertad y, en agosto de ese mismo año, tras la excarcelación de Juan Requesens, solicitó que se hiciera extensiva la misma medida para ella. En marzo de 2022, el Grupo de Trabajo sobre Detención Arbitraria de las Naciones Unidas solicitó su libertad inmediata. Emirlendris es uno de los casos revisados por la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela. Pero sigue presa, desde hace cuatro años y siete meses.
Cuando estuvo detenida en la Dirección General de Contrainteligencia Militar (DGCIM) en Boleíta, Caracas, y una de sus hermanas, Melania Leal Rosales, la vio por primera vez, se dio cuenta de los moretones que le quedaron de las golpizas, que tenía el cuello tieso y estaba casi muda. Pronto las hermanas supieron que esas golpizas se llaman “tortura”, que un funcionario también puede ser torturador, y que la maldad y la crueldad existen: el mismo cuerpo de seguridad que torturó a Emirlendris le pidió a Melania los medicamentos para “curar” lo que hicieron.
Meses después, a Emirlendris le practicaron un aborto de tres o cuatro meses de gestación sin avisarle, ni siquiera le dijeron si su bebé estaba vivo o no. También le quitaron su derecho a visitas familiares y de otra atención médica que determinara por qué pasó siete meses sin la menstruación. Desde julio de 2019, Emirlendris está en el Instituto de Orientación Femenina (INOF). Aunque no la torturan, se sabe que los castigos en ese centro de detención pueden ser feroces y que Emirlendris ya no camina.
Durante todo este tiempo, Melania es quien fue a las audiencias en el Palacio de Justicia y consiguió la silla de ruedas. Además, es ella quien busca las citas médicas y acompaña a su hermana si es que la trasladan, va a las reuniones con la defensa y asiste los días de visita y de entrega de paquetería. Lleva todo lo que puede comprar y cargar.
Este es un recorrido hasta el INOF que comienza a las 9:03am cuando Melania sube a un Jeep (Bs.10) para llegar a Caracas y montarse en dos rutas de Metro (Bs.2). Luego, toma un autobús (Bs.3) y se baja en una panadería. Allí, agarra un taxi ($3) que la deja en la subida del INOF a las 11:10am. El trayecto es más bien un viaje de dos horas que demuestra que cuando hay un preso político, en realidad, hay toda una familia sin libertad:
“Casi siempre mi esposo me lleva, pero el carro está malo… Me traje a mi sobrino, porque no tenía quién lo fuera a buscar a la escuela y a mis hijas se las tuvo que llevar mi esposo al trabajo. Hacemos así cuando no hay de otra”.
“Ay, tía, nos tocó el Metro que no tiene aire y con poquita luz. Ojalá el otro sí tenga”.
“Yo compro en esta panadería, porque me sale más barato: aquí la bolsa trae diez panes y cuesta dos dólares y pico. En la otra panadería, donde compraba antes, el pan era por unidad. Qué va, era más plata. Y en esta panadería es mejor: el pan es del día y así no se le echa a perder tan rápido, y tiene buen sabor, a Emi y a mí nos gusta más. Toca, está tibio”.
“Pero aquí no hay gente… ¿Será que no hay visita?… Dijeron que la visita es a las 2:00pm y la entrada hasta la 1:00pm… Ahora me dice la funcionaria que la visita es hasta las 2:00pm, eso es nuevo. Qué broma que no avisan con tiempo”.
“Hoy le traje poquitas cosas, porque sin carro son demasiados peroles y peso: diez arepitas andinas que me hace un vecino que va para la casa, tres bistecs de hígado, dos papas sancochadas, dos empanadas, un pote de arroz chino y otro de sopa de pata de pollo, un refresco… ¡Ay! ¡Anoche casi se me seca la sopa! ¡La monté y me quedé dormida una hora!… No le traje nada de limpieza ni de higiene… Te dejo el suéter, los zapatos y el celular. Es que aquí hay que venir con franela blanca nada más. Tampoco se puede entrar con estos zapatos, no sé por qué… Bueno, me voy. No se acerquen a la entrada, pero no se alejen mucho. Cuidado con tu celular y las fotos, no vaya a ser que te lo quiten”.
“Yo no sé por qué aquí no dejan entrar niños, ni siquiera dejan que uno se acerque sin correr, pero yo entré una vez y vi. Cuando tú pasas lo gris que ves allá, tú entras y caminas, y caminas, y caminas, y vas para allá y sigues, y después cruzas para acá y sigues caminando, y después hay como una cancha y ahí hay para sentarse… Es muy lejos”.
“Tú sabes que mi tía Caro no es mala, ¿verdad?… Ella estaba con su novio en el carro de ella y los agarraron, porque se equivocaron. Ella no hizo nada… Mi primo, el que es el hijo de mi tía Caro, no sabe que ella está en silla de ruedas y él cree que ella está trabajando aquí. Cuando ella salga y se cure es que le vamos a contar a mi primo… Mi tía va a caminar cuando la lleven al médico, ¿verdad?”.
Melania salió casi a las 2:00pm, cansada y con sueño, pero contenta: “Comió un poquito de todo lo que le llevé. La vi muy bella y, a la vez, triste porque se van a llevar a una bebé que nació ahí y que ella conoció desde que estaba en el vientre de su mamá. Le conté que a su hijo le regalaron un perro… Sentimos que la hora de visita se nos pasó muy rápido. Cuando nos llamaron para salir, dijimos: “¿Tan rápido?”… Aquí llevo los envases vacíos para lavarlos y traerlos con algo en la próxima visita”.
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*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Kaoru Yonekura, al editor de La Gran Aldea.
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