Argentina y la política psicópata
Daniel Lipovetzky, el autor de la ley de alquileres que rompió el mercado inmobiliario argentino, no se arrepiente, hace gala de los rasgos psicopáticos, típicos de la política actual
Daniel Lipovetzky rompió el mercado inmobiliario con la sanción de una «ley de alquileres», sobre la que nos cansamos de advertir en materia de inevitables consecuencias. Ante el fracaso predecible, el legislador de Juntos por el Cambio llegó al punto de excusarse de la forma más insólita: dijo que él (a pesar de ser el autor del nefasto proyecto) no fue el único que lo votó. En este sentido, pidió que –al menos– los reclamos se hagan extensivos a sus colegas de todos los partidos. Lo cierto es que el escarmiento debería ser general, es cierto. Pero, más allá de la real responsabilidad colectiva, el diputado cambiemita podría tener un poquito de autocrítica.
La noticia del día es que el oficialista Frente de Todos dejará sin efecto la norma desde el Poder Ejecutivo y le solicitará al Congreso la sanción de una ley. Claro que tendría que ser eliminada sin más y no reemplazarse por otra normativa que indefectiblemente distorsionará el mercado inmobiliario. Lo único que resta saber es si la próxima ley será pésima, mala o desastrosa. No puede esperarse ninguna otra cosa, ya que lo único que tiene que hacer el Estado es velar por el cumplimiento de los contratos libres entre las partes.
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Cuando uno va a los manuales de psicología, corrobora que el perfil del psicópata no se ajusta necesariamente al sanguinario asesino de las películas de misterio. Los rasgos y las características son muy comunes y lo cierto es que en la vida cotidiana estamos rodeados de psicópatas. Desafortunadamente, la política argentina parece ser un imán para estos personajes peligrosos.
Según los especialistas, los psicópatas tienen tendencia a las conductas parasitarias, al egocentrismo desmedido, a la falta de empatía, a la necesidad de poder y control, al narcisismo y a la carencia de remordimiento alguno. Sin buscar ofender a nadie, cuando uno compara el perfil del diputado responsable del desastre inmobiliario actual encuentra muchos puntos en común.
Con respecto a la cuestión del comportamiento parasitario, resulta imposible dejar de lado que el legislador cambiemita «trabaja» en el Estado desde 1994. Comenzó su «carrera» como asesor en el Senado, luego en el Ministerio de Economía, pasó por el gobierno de la provincia de Buenos Aires y luego al Ministerio de Producción. Luego de haber hecho el «caminito», desde 2011 que es legislador. Empezó por la ciudad de Buenos Aires, siguió en el Congreso Nacional y mantuvo una banca en la legislatura provincial, luego del desastre que hizo en el parlamento con la ley de alquileres.
Para evitar el mal entendido, el entrecomillado al «trabajo» en el sector público no es solamente por la cuestión de la financiación coercitiva que sostiene los salarios de los políticos. En el caso de Lipovetzky es un poco más serio. Haberse mantenido de forma ininterrumpida desde hace casi treinta años en el Estado es para cuestionar. Cabe recordar que, en algún momento, las cámaras de senadores y diputados se denominaron «Honorables». No solamente por el «honor» de los legisladores, sino porque realizaban su trabajo «ad-honorem».
Si hay algo que habría que incluir en el ámbito de la gestión pública es algún mecanismo de responsabilidad y consecuencias del mal desempeño. No es posible que, además de tener garantizado el sueldo a fin de mes, de exactamente lo mismo si hacen un buen trabajo o uno pésimo. Para que la clase política pueda hablar de «trabajo honrado» (además de no colgarse tres décadas del Estado) habría que poder implementar algún sistema de premios y castigos que acompañe la labor.
Si hablamos de falta de empatía, carencia de remordimiento y nula autocrítica, el tuit de ayer del ahora diputado bonaerense se lleva todos los premios. Lejos de pedir disculpas por las consecuencias de su proyecto, Lipovetzky reconoció que hay que derogar la ley, pero en su opinión, no porque el proyecto sea malo. Sino que había sido pensada «para otra economía». Sus palabras generan más que indignación.
En su defensa, lo único que puede decir (y que tenemos que estar de acuerdo) es que no fue él solo. Es que tiene razón. La mayoría de sus colegas son absolutamente iguales de ignorantes en materia económica, de irresponsables en cuestiones legislativas y de narcisistas egocéntricos en materia de personalidad.
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