Gustavo Coronel: Reflexiones en un día de primavera
A la memoria de mi inolvidable amigo Antonio Pasquali, con quien hablé tanto sobre estas cosas
Caminando hoy y disfrutando de un día perfecto de primavera, en el cual hasta los graznidos de los cuervos suenan armoniosos, admirado de la belleza de las flores y de los tiernos colores verdes de los árboles, pienso: ¿Que hago yo aquí? ¿Cuál es el papel que he venido a desempeñar? ¿Es que tengo alguno? ¿Es mi vida un milagro de coincidencias? ¿Es que estoy hecho a imagen y semejanza de un creador?
Voy respondiendo: soy un accidente cósmico. No vine a desempeñar un papel especial. Mi vida no es un milagro de coincidencias, soy apenas un miembro de una especie zoológica, nada de parecerme a un creador.
Mientras camino me pregunto: ¿Quién o que soy? Y pienso: soy un miembro de la especie Homo sapiens, con una expectativa de vida limitada y, como carezco de fe religiosa, pienso que el sentido fundamental de mi vida es el de ser un buen miembro de mi especie. He pasado la vida tratando de serlo. Soy apenas un modesto humanista. Modesto en el sentido de estar en algún punto intermedio de la inmensa curva de seres humanos vivos que existen en cualquier momento, curva que está en perenne flujo, desapareciendo unos y apareciendo otros. Humanista, porque mi interés principal es el bienestar y el progreso de mi especie y veo mi papel como miembro activo de esa especie.
El hombre de Vitruvio, de Leonardo
Soy así por la influencia de mis padres. Mi madre era una humanista activa, con un fuerte sentido de pertenencia a la comunidad, siempre atenta a la vida de otros seres humanos, en especial aquellos más desvalidos que ella y en necesidad de su apoyo. Mi padre también lo era pero se dedicaba esencialmente a su trabajo de boticario y a su familia y era menos propenso a participar en asuntos comunitarios. Siempre fue adeco más o menos activo y ello le costó semanas en la cárcel en la época de Pérez Jiménez. Mi mamá era urredista y era hostil al gobierno del dictador, pero la policía política le tenía miedo y nunca se metieron con ella.
Como no soy creyente religioso he encontrado compensación a esta carencia en la participación comunitaria y en la interacción con otros seres humanos, a fin de darle sentido a mi vida. Como no creo (lo lamento, pero es así) en la salvación eterna, he tratado de llenar ese vacío espiritual desarrollando un sentido de compasión hacia los demás seres humanos, interesándome por la vida humana en su sentido más amplio: como vivimos y como morimos, en que creemos, como podemos ayudarnos los unos a los otros, cual es la ética de nuestras vidas individuales.
En ese campo de la ética, que es de mi mayor interés, heredé la rigidez de mi madre, una tendencia a ver los asuntos en blanco y negro, casi con una incapacidad fisiológica para aceptar los grises del pragmatismo. Esto me ha causado problemas en mi vida, porque las sociedades tienden a ser pragmáticas, por razones básicas de sobrevivencia. Mi rigidez ética es hasta paradójica porque, si no creo en premios y castigos eternos en base a las buenas obras, no debería tener muchos incentivos para vivir correctamente.
Al no tener miedo al castigo eterno, no tendría muchos obstáculos para ser un ladrón y un criminal, como los hay tantos en mi patria, para poseer una doble filosofía de la vida, como la tienen tantos compatriotas, la cual consiste en una vida de honesta apariencia en público y una realidad criminal en privado. Me he mantenido en el lado bueno debido a dos razones: (1), la educación en valores que me transmitieron mis padres, la cual me marcó para siempre y, (2), haber desarrollado un profundo orgullo por ser humano, llegando a creer que el ser humano es significativamente perfectible y capaz de vivir noblemente y en constante superación, aunque a veces pensar así deba ser un triunfo de la esperanza sobre la experiencia (como decía Bernard Shaw de los segundos matrimonios). Mi condición de modesto humanista me ha llevado a disfrutar plenamente de las obras del ser humano en los diversos campos de la literatura, la música, la pintura, todo lo bello que la mente humana ha producido. Pensar que soy de la misma especie de Leonardo, Shakespeare, Cervantes, William Blake, Jorge Luis Borges, Rachmaninov, Thomas Mann o Botticelli me parece maravilloso y ello refuerza mi orgullo por ser humano.
Al mismo tiempo que me enorgullezco de ser humano pienso que apenas somos una especie más en el mundo de la zoología y que nuestras vidas individuales, a pesar de ser creaciones únicas e irrepetibles como cada copo de nieve, distan mucho de ser especiales en un contexto cósmico. Aunque la vida en la Tierra puede haber aparecido de milagro, nuestras vidas como individuos no tienen mucho de milagrosas. Cuando pensamos que somos especiales es porque nos estamos viéndo por el espejo retrovisor, es decir, cuando ya hemos llegado a tener conciencia de ser una persona diferenciada. Entonces solemos pensar en lo milagroso de nuestra existencia individual, cada quien una persona con su nombre y apellido, maravillado de las coincidencias que debieron existir para que uno llegase a ser. Pero no es realmente así. Cada segundo nacen miles de nuevos miembros de la especie humana que no tienen identificación alguna. Es solo cuando se les da un nombre y adquieren conciencia de su individualidad que comienzan a pensar en que son especiales. Si usted o yo no hubiésemos nacido, otros niños lo hubiesen hecho a la vuelta de la esquina y tendrían otro nombre, otra individualidad y también llegarían a pensar, como yo lo hice en alguna ocasión, que su aparición en el mundo de los vivos había sido un milagro.
En verdad, nunca existió una cadena de milagros que hiciera posible que un Gustavo Coronel existiera. Soy un niño más entre millones que aparecieron en la Tierra, eventualmente adquiriendo conciencia de ser una persona así llamada, creando al vivir un particular bagaje de sueños, alegrías y tristezas, al mismo tiempo que una ilusión de ser alguien especial.
A medida que me acerco al final de mi viaje me siento más cerca de la naturaleza, a la cual regresaré para fundirme en ella. Como tengo la suerte de ser geólogo me convertiré en el objeto de mi profesión, que es como pasar de una habitación a otra. Pasaré de ser geólogo a ser geología, a ser parte de la litología del antropoceno, la cual podrá ser estudiada por algún colega futuro, de la misma manera que yo imaginé ver en cada roca que estudié algunos fragmentos de los poetas isabelinos o de alguien quien pudo haber ayudado a Jesús, nuestro redentor, a cargar su cruz.
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