sábado, 29 de abril de 2023

Vigencia de Maimónides

 

Vigencia de Maimónides, por Gustavo J. Villasmil-Prieto

Médicos Sin Fronteras Hospital Lídice

Twitter: @Gvillasmil99


En Tu eterna Providencia, Tú me has elegido

para velar sobre la vida y la salud de Tus criaturas.

Moshé ben Maimonides, Oración (siglo XII)

En mi consultorio, una vieja impresión en papel apergaminado de la Oración del gran Moshé ben Maimónides hace las veces de marcalibros entre las páginas de mi Biblia católica. Luce de cierta antigüedad. La encontré entre los papeles que dejó mi padre, pediatra y sanitarista de aquellos de la «vieja escuela». El magisterio del gran médico y exégeta judío cordobés nacido en aquel brillante siglo XII anterior al horror de inquisiciones y pogromos ha cobrado para mí más vigencia que nunca en estos tiempos en los que la bondad parece no encontrar sitio en el ejercicio de la medicina.

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De un lado, asistimos a la vergüenza cotidiana de la degradación del acto médico y de su santidad en el altar del mercadeo. Una breve mirada al paisaje urbano de Caracas así lo testimonia, con cirujanos ofreciendo gastroplastias, reparaciones de hernias o fleboextracciones en una valla publicitaria plantada justo al lado de otra en la que se anuncia el concierto de algún reguetonero de lenguaje monosilábico, se ofrecen lounges en paradisíacos hoteles de playa solo al alcance de la economía del enchufe o se publicita otro nuevo restaurant de haute cuisine de los muchos que como hongos crecen, paradójicamente, en la capital de un país en el que la comida no llega a uno de cada cuatro hogares.

Pero también es el caso ahora que, junto a los «tik-toks», «reels» de bailecitos colgados en Instagram y «posts» de contenido entre lo vulgar y lo banal de algunos médicos del sector privado, conviven holgadamente los de un oficialismo que, sin el menor atisbo de pudor, humilla al venezolano enfermo poniéndolos a agradecer públicamente al gobierno el «favor» de haber sido, por ejemplo, intervenidos quirúrgicamente. El cálculo a la cabecera del enfermo parece estarlo copando todo, sea que se trate de réditos crematísticos o políticos. La piedad, origen de todo acto médico, se ha evanecido. Aquí ahora mandan los laboratorios de redes sociales, el marketing y el billete.

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«No permitas», pedía en su oración el también filósofo y rabino del antiguo al- Andalus, «que la sed de ganancias o que la ambición de renombre y admiración, enemigas de la verdad y del amor a la humanidad, puedan desviarme de atender al bienestar de tus criaturas». Porque de los médicos los hombres siempre esperaron otras cosas, toda vez que, como tan bellamente lo expresa aquel sabio, «Tú» —Adonai, Yahvé, el Inefable— «me has elegido para velar sobre la vida y la salud».

¿Qué estamos haciendo los médicos –ya sea en el ejercicio público o en el privado, sea que estemos alineados con el oficialismo o con la oposición— para honrar tan poderoso y obligante llamado? Con médicos y enfermeras envueltos en las más sórdidas corruptelas jamás vistas en este país, ante la vulgaridad de muchos profesionales convertida hoy virtud tanto como la desfachatez en credencial de mérito, una vez más insisto: sin regeneración moral no habrá resurgimiento de nuestra maltrecha sanidad. Ya pueden olvidarse países amigos, organismos multilaterales, organizaciones no gubernamentales y de la diáspora venezolana: aquí no habrá resurgimiento sanitario posible haciéndole loas adulonas al régimen responsable de nuestra tragedia como nación ni tampoco inyectando toxina botulínica en cuchitriles, «perreando» en quirófanos, posando para las cámaras en ropa quirúrgica multicolor o concediendo entrevistas a influencers cuan más ignorantes, mientras que a esas mismas horas una familia venezolana está contando dólar a dólar entre lágrimas intentando llegarle al precio del «kit» que se necesita para la cirugía del padre, la madre o el hijo enfermo y que el destartalado hospital público no le provee.

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Tal es el tamaño del drama ético de la medicina venezolana en estos tiempos sin luz. De allí, entonces, nuestra profunda necesidad de referentes morales sólidos que iluminen el camino a una comunidad profesional que, como la nuestra, lo necesita hoy más que nunca.

Razetti, en su texto de 1928 adoptado por nuestra Facultad en 1984, nos invita a jurar nuestro compromiso de vida como médicos ante compañeros y maestros. Eso está bien. Vistas las cosas, no creo que tan público compromiso dé para mucho en estos tiempos. Hace 25 siglos, el padre Hipócrates nos había invitado a hacer lo propio ante «los dioses y las diosas» del antiguo mundo helénico. Eso está mejor. Pero mucho me temo que llegada «la hora del té» nadie se vaya a acordar aquí de Apolo el Médico ni de Hygeia y Panacea. De allí la total superioridad y fuerza moral del texto maimoideano, cuya letra nos llama a prestar juramento no a ante nuestros pares o ante míticas deidades sin alma, sino ante Dios y por amor a los hombres.

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¡Ante nosotros, colegas míos, están los sufrientes! Son millones de venezolanos a los que se ha infligido lo que los intelectuales ahora llaman «daño antropológico»; daño que día a día constatamos en estos pobres hospitales nuestros, con sus camas atestadas de enfermos hemipléjicos, jadeantes con sus pulmones inundados, con el abdomen hinchado de líquidos, el rostro abotagado o la pierna carcomida por la gangrena. ¡Es allí donde debemos fijar la mirada y no en el Instagram, estimados todos! ¡Es ante esa cabecera donde debemos aparecer y no en una valla publicitaria en la autopista!

*Lea también: La política vs. lo social, por Griselda Reyes

Porque creo firmemente en que hemos sido nosotros los escogidos para la más alta de todas las tareas humanas y porque mi espíritu de mortal con frecuencia también se abate ante la impotencia y el miedo, es que con frecuencia junto mis manos en actitud de oración sosteniendo entre ellas la vieja plegaria del médico rabino de Córdoba:

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«Ayúdame, Dios Todopoderoso en este gran trabajo para que haga bien a los hombres, pues sin Tu auxilio nada de lo que haga tendrá éxito».

El gran Moshé ben Maimón, médico y hombre de Dios, murió en Fustat, antiquísima ciudad hoy conurbada con El Cairo, capital del actual Egipto. Sus restos descansan en una sobria tumba cerca del lago de Tiberiades, el bíblico mar de Galilea, en el actual Israel. ¡Venerada sea su memoria por los médicos venezolanos de estos tiempos y estudiada sea su trascendental obra en nuestras escuelas y facultades de medicina!

Nunca como ahora su magisterio nos había sido tan necesario.

Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.

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