María, Madre de Dios, impide que Jesús se reduzca a su enseñanza, a su mensaje o a su ejemplo. Jesús no da una filosofía para aprender, nos da una Persona a la cual debemos amar. Solo la Madre de Dios ama a Jesús como Él lo merece y por eso san Juan Pablo II recordaba que “María nos lleva a Cristo y Cristo nos lleva a su Madre”.
La esencia misma de la maternidad es concretar las cosas. Para el cardenal italiano Raniero Cantalamessa: «Dios entró silenciosamente en el seno de una mujer. Dios desciende al centro mismo de la materia: [La palabra] mater [“madre”] proviene de materia [“materia”]. La Madre de Dios nos devuelve constantemente al corazón de la materia y nos recuerda la humanidad de su divino Hijo».
El Beato Guerric d'Igny, monje cisterciense belga del siglo XII, insiste: “María es la Madre de la Vida, por quien viven todas las cosas”. No hay nada vago, especulativo o impersonal en esta vida, es Jesús mismo, el Camino, la Verdad y la Vida. Cuanto más se vuelve el alma hacia la Madre de esta vida, más llega a conocer y abrazar la vida en su plenitud. Para tener más vida en la vida, hay que tener una Madre que la dé: María lo hace.
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