Carceleros
“‘¿En qué se meten pa’ tanto como destacan?’, parafraseo. ¿Por qué nadie responde?, ¿hacia dónde remamos? Y es que de alguna u otra forma estos partidos y sus representantes han terminado por materializar la desconfianza del electorado. Imagino que algunas veces con razón, otras sin ella, pero es un hecho. Mi fantasía es que el ‘Partido Ninguno’ termine por ser el de todos. La verdadera unidad”.
A Miguel Ángel Martínez Meucci
Si yo tuviera algún interés de participación política, más allá de la que me corresponde por derecho y deber de ciudadana, fundaría un partido político. Dados los más recientes resultados de la encuesta de Meganálisis en los que a la pregunta: “¿En cuál partido político milita Usted?” la respuesta fue una contundente mayoría a la opción “Ninguno” (88,3%), PSUV (7,2%), y otros (4,5%), yo no dudaría en llamar a ese partido político soñado con el adjetivo indefinido “ninguno”. Al menos, con el Partido Ninguno, podría apostar a que estaría escuchando la voz de más del 88% de los ciudadanos venezolanos.
Si en efecto son ciertos los datos que arroja la encuesta de marras (no suenan nada descabellados), ya no nos gustan los partidos. Los venezolanos ya casi no militamos en los partidos políticos que tenemos. Y si alguno tiene un atisbo de aceptación, fidelidad, apego, es el PSUV. Algunos años atrás, mismos durante estos indescriptibles años chavistas, los partidos tenían sus seguidores. Su voluntariado. Los históricos Acción Democrática, Copei, el MAS; y los más jóvenes: Primero Justicia, Voluntad Popular, Un Nuevo Tiempo. Ya no.
Porque en años recientes, todos esos partidos, a fuerza de más errores que aciertos, escándalos, noticias de corrupción, vaivenes, contradicciones y hasta estulticia, terminaron por representar no a la voz del ciudadano, sino la voluntad, los intereses, y las conveniencias de sus cabecillas. Han llegado a parecerse tanto a la turbieza del chavismo, que no aceptan, ni privada ni públicamente, ni siquiera un mínimo debate, ni preguntas tan simples como de qué viven sus representantes, quién les paga a sus diputados -(dicho por ellos mismos, que no cobran sus emolumentos y de paso en gran parte bien instalados en el exterior en dólares o en euros).
¿Quién financia campañas, elecciones primarias?, ¿qué ha pasado con los dineros de la ayuda humanitaria, lucha por la democracia, y todo el apoyo económico que desde otras latitudes han procurado para paliar la situación precaria del ciudadano común?, ¿cuál es su proyecto?, ¿cómo es que ahora se convierte en una afrenta personal lo que por ley debería saberse: con qué cuenta un político al llegar a un cargo, o como decía la vieja canción (que canté y escenifiqué yo cuando era una gordita sin pudor y sin conciencia, a los siete años, “La chica del 17”?).
“¿En qué se meten pa’ tanto como destacan?”, parafraseo. ¿Por qué nadie responde?, ¿hacia dónde remamos? Y es que de alguna u otra forma estos partidos y sus representantes han terminado por materializar la desconfianza del electorado. Imagino que algunas veces con razón, otras sin ella, pero es un hecho. Y las encuestas lo plasman a gritos.
Y sin embargo, con ellos mismos seguimos la andadura hacia un futuro incierto, con las mismas ofertas de hace 20 años, con los mismos procedimientos, estrategias, discursos, luchas internas, opacidades, personajes que conocemos de memoria y no precisamente por sus éxitos. O visto de otro modo, es a estos partidos -simultáneamente e incluyendo al statu quo rojo- a quienes terminamos por percibir como nuestros carceleros, los celadores voluntarios, cómplices, o a lo mejor inocentes, de la terca tragedia venezolana.
Allí, aferrados a los barrotes, no nos dejan entrar ni salir. La mayoría no trabaja en crear una opción verdadera, no nos abren las rejas que conducen a alguna posibilidad cierta, creativa, nueva, probable, definitiva -y no armada para su propia supervivencia y beneficio-. O dicho con las palabras de las abuelas: Ni lavan ni prestan la batea. Sé que hay quien lo intenta. Ojalá con éxito. Pero son excepciones. Digamos que si aquellos tienen las armas, estos, en su mayoría, tienen confiscadas las llaves.
En ese hipotético Partido Ninguno, sería vital la transparencia y claridad en el manejo de fondos, colectiva e individualmente, sería condición procurar la misma transparencia en la toma de decisiones. En “Ninguno”, habría que dejar el pellejo para que la corrupción fuera nula y el escándalo ajeno. Habría que preparar líderes formados políticamente, culturalmente, gerencialmente. Nada de “senofobias”. Nada de abstenciones vergonzantes. Nada de peras al horno.
Y es que la poca o nula credibilidad que hoy tienen los partidos políticos, tanto a nivel nacional como estatal, son producto de una serie de malas prácticas que por décadas los dirigentes partidistas o quienes ostentaron el poder llevaron a cabo, sin tomar en cuenta a una sociedad que con el paso de los años fue despertando de un letargo, de esa distancia de la política, de desentenderse.
Las malas decisiones, las viejas prácticas caciquiles, la corrupción, la lucha desmedida del poder por el poder, y el haber olvidado al pueblo que los llevó al poder han dejado sus inevitables secuelas.
Conversando en estos días con Miguel Ángel Martínez Meucci1, me comentaba que quizás hasta el 2019 los partidos, en general, arreaban sus diferencias (o parecían arrear, agrego yo) en la misma dirección. Pero desde ese año, parte de esa masa heterogénea “ha cedido” francamente al acomodo. Y la consecuencia en el ciudadano es inevitable: la desconfianza.
La desconfianza tiene que ver mucho con certezas y creencias; es parte de una falta de certeza jurídica, una falta de certeza en las leyes, incluso una falta de certeza en la autoridad; es decir, una crisis de legitimidad y, sin duda, en una falta de certeza en los procesos administrativos. Los partidos políticos no están ofreciendo a sus ciudadanos lo que nos han prometido en campañas y además los votantes tampoco -vistos los hechos de saltos de talanquera y otras sorpresas-, tienen ninguna certeza de que la representación que ellos han elegido o elegirán va a ser la más adecuada para garantizarles bienestar y vocería. Es por ello que resulta cada vez más complejo diferenciarse, generar una propuesta de valor para la ciudadanía y proyectar credibilidad. Algunos, repito, se esfuerzan en ello. Ojalá.
Ojo, no dudo que este sea además un problema universal, que los ciudadanos no empaticen ya con los partidos políticos porque en el mundo, cada vez más, los partidos se dedican a ganar elecciones, a ganar dinero y recursos de diversa índole y han terminado por desdibujarse a tal grado que los ciudadanos no están interesados en apoyar a uno u otro porque les luce que todos son más o menos iguales, y terminan en más o menos los mismos barrancos.
“Pero, precisamente, cuando hay un desencanto con el liderazgo político, de lado y lado, yo creo que el punto de ruptura empieza por la toma de conciencia individual. Lo primero sería entender lo que ha pasado y qué lecciones podríamos aprender al respecto. Solo así podremos encontrar, en primer lugar, la vía para salir del atolladero en el que estamos metidos; y, en segundo lugar, saber qué cosas debemos tomar en cuenta para no repetir los mismos errores. A mí lo que me preocupa es: ¿cómo estamos interpretando lo que hemos vivido en estos 20 años?, ¿qué lecciones estamos extrayendo? Y ahí creo que el debate en Venezuela no está dando las respuestas que debería ofrecer”2.
(…) “Havel (Václav), que vivía en una sociedad en la cual el poder cercenaba la libertad de pensamiento y la libertad de expresión, señalaba que la opción era crear un espacio donde se pudiera pensar y debatir. Creo que eso es lo que nos está haciendo falta, como primera piedra, para cambiar una lógica en la cual estamos estancados desde hace tiempo”3.
Y yo aún me pregunto -porque no tengo la respuesta- ¿Falló el partido, o más bien fallaron los hombres y mujeres que olvidaron los principios y valores de sus respectivas promesas? Mi fantasía es que el Partido Ninguno termine por ser el de todos. La verdadera unidad.
—
(1)Doctor en Conflicto Político y Procesos de Pacificación de la Universidad Complutense de Madrid. Licenciado y Magister en Ciencias Políticas de las Universidades Central de Venezuela y Simón Bolívar, respectivamente. Ha sido profesor investigador en Venezuela en las Universidades Metropolitana, Católica Andrés Bello y Simón Bolívar (donde fue Coordinador, 2012-2015, del Doctorado y el Magister en Ciencia Política), y en Chile, en la Universidad Austral de Chile. Miembro de la directiva del Observatorio Hannah Arendt, del Comité Académico de Cedice y del Comité Ejecutivo de la Sección Venezolana de LASA.
(2)Entrevista de Hugo Prieto a Miguel Ángel Martínez Meucci, Prodavinci, 2022.
(3)ibídem.
No hay comentarios:
Publicar un comentario