Chiste: Una Confesión Inesperada
El Redactor: Ysabel T. L. En el confesionario de una iglesia se acerca una mujer diciendo: - “Padre, perdóneme porque he pecado.” - “Dime, hija, ¿cuáles son tus pecados?” respondió el sacerdote de turno. - “Padre, el demonio de la tentación se apoderó de mí, pobre pecadora.” - “¿Cómo es eso, hija?” preguntó sorprendido. - “Es que cuando hablo con un hombre tengo sensaciones en el cuerpo que no sé cómo describirlas...” - “Hija, por favor, que también soy un hombre...” - “Sí, padre, por eso vine a confesarme con usted...” dijo la mujer afligida. - “Bueno hija, ¿y cómo son esas sensaciones?” - “No sé cómo explicarlas, por ejemplo, ahora mi cuerpo se rebela a estar de rodillas y necesito ponerme más cómoda.” - “¿En serio?” preguntó el sacerdote sorprendido. - “Sí, quiero relajarme y quedarme tendida...” - “Pero hija, ¿tendida cómo?” - “De espaldas al piso, hasta que se me pase la tensión...” - “¿Y qué más?” - “Es como que tengo un sufrimiento que no le encuentro acomodo.” - “¿Y qué más?” - “Como que espero que un poco de calor que me alivie...” respondió agitada la mujer. - “¿Calor?” - “Calor, padre, calor humano, que de alivio a mi padecer...” - “¿Y qué tan frecuente es esa tentación?” - “Permanente, padre, por ejemplo, ahora me imagino que sus manos sobre mi piel me darían mucho alivio...” - “¡Hija, como va a decir eso!” respondió el padre sobresaltado. - “Sí, padre, perdóneme, pero me urge que alguien fuerte me estruje entre sus brazos y me dé el alivio que necesito...” - “Por ejemplo... ¿yo?” - “Por ejemplo, usted es la clase de hombre que imagino me puede aliviar.” - “Perdóname, hija mía, pero necesito saber tu edad...” - “Setenta y cuatro, padre…” - “Señora, vaya en paz que lo suyo es reumatismo...”
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